Entonces, Paula se volvió y bajó los escalones de la casa sin mirar atrás. Ni siquiera tuvo tiempo para secarse las lágrimas antes de llegar a la camioneta. Abril apareció corriendo y la agarró por la cintura, ocultando el rostro contra su vientre.
—No puedes marcharte —dijo Abril.
Paula se agachó y abrazó a la niña.
—Cariño, no llores. Todo saldrá bien.
—Pero papá me dijo que vas a regresar a Nueva York.
Paula cerró los ojos y apoyó la mejilla sobre la cabeza de la niña.
—Lo sé —susurró ella—. Pero aunque hacen todo lo posible, a veces los papás no lo saben todo.
Abril miró a Paula.
—¿No vas a marcharte nunca?
—No puedo decirte que nunca —dijo ella—. Pero ahora no voy a marcharme a ningún sitio, excepto al Lazy-B a ver a mis padres.
—¿Vas a venir al picnic de mi escuela?
—Te prometí que iría, ¿No es así?
Abril asintió.
—Odio a papá. Se lo he dicho.
—No hagas eso. Tu padre te quiere más que a nada en el mundo. Necesita que tú lo quieras igual —la besó en la nariz—. Y no importaría si yo me fuera a Nueva York o me quedara aquí, siempre te querré lo mismo —volvió a la niña para que mirara hacia la casa—. Ahora regresa y dile a tu padre que lo quieres. Ambos se sentirán mejor.
Abril se volvió para mirarla.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Abril, cómete el pollo —Pedro intentó que su hija se concentrara en el plato que tenía delante en lugar de en la gente que paseaba por el patio.
Era el primer día de colegio. Pero los pequeños sólo asistían medio día y después celebraban un picnic familiar. Pedro deseaba marcharse de allí e irse a casa. Le resultaba bastante duro estar rodeado de niños nerviosos acompañados por sus padres sin acordarse de Paula. Mirara donde mirara, había alguien que le recordaba a ella.
Sabrina, la prima de Paula que trabajaba de profesora en el colegio. Analía, que había llevado un montón de cerditos para enseñárselos a los niños. Incluso Daniel y Jimena Forrest habían ido con dos caballos. Además, Horacio y Susana estaban sentados a su lado preparando listas de cosas para la boda. Había pasado diez días desde que Paula se había marchado de su casa. Diez días desde que había salido de sus vidas. Porque él la había puesto en camino.
—Abril. ¿A qué estás esperando? Cómete el pollo.
—Estoy esperando a Paula.
—Te lo he dicho. No va a venir —la semana anterior había terminado su trabajo en el Lazy-B. Paula no estaba allí y Miguel le había contado que la había llevado al aeropuerto.
—Sí va a venir —insistió Abril, y se cruzó de brazos—. Me lo prometió.
—Si no vas a comer, no tiene sentido que nos quedemos.
Ella lo miró y se comió un poco del muslo de pollo. Pero masticaba tan despacio que a Pedro empezó a agotársele la paciencia. Entonces, la niña se puso en pie y el plato se volcó sobre la manta.
—¿Lo ves? ¡Allí está! —salió corriendo hacia Paula.
—Me temo que Abril tenía más fe que tú — dijo Horacio.
Pedro lo miró.
—Sólo era un comentario —dijo Horacio, alzando las manos.
Pedro puso una mueca y miró a Paula otra vez. Se percató de que llevaba un montón de papeles y de que los estaba repartiendo entre las familias. Al ver a Abril, se agachó para abrazarla.
Pedro sintió una fuerte presión en el pecho.
—¿Qué diablos está haciendo aquí? —miró a su padre y a Susana— . ¿Lo saben?
—¿Por qué no vas a preguntárselo? —dijo Susana.
—Eres una gran ayuda —murmuró Pedro en voz baja.
Al momento, vió que Paula y Abril se acercaban hacia donde estaban ellos. Ella ni siquiera lo miró. Sin embargo, se acercó a saludar a Horacio y a Susana. Después, le dió a Pedro uno de los papeles que llevaba en la mano.
—Espero que apuntes a Abril —fue todo lo que le dijo.
Después, se volvió con una sonrisa y saludó a la familia que estaba sentada al lado. Abril corrió con ella y Pedro vió que Paula le daba un montón de papeles y asentía. Al momento, Abril comenzó a repartirlos entre los asistentes. Él miró el papel que tenía en la mano. Era publicidad y anunciaba la inauguración de Chaves Ballet & Dance. Frunció el ceño y le dió la hoja a su padre.
—¿Tú sabías algo de esto?
Horacio lo miró.
—¿Crees que no te lo hubiera comentado si lo hubiese sabido? A lo mejor así habrías dejado de ir por ahí como un oso herido.
Pedro arrugó la hoja y se acercó a Paula, alcanzándola cerca de la mesa de los postres.
—Quiero hablar contigo.
Ella lo miró por encima del hombro.
—El horario está en el folleto. Abril entraría en la clase de principiantes, evidentemente. Hay tres días para elegir. Rellena el formulario hoy, o más adelante. Puedes enviármelo por correo o pasar por casa —miró a la distancia y paró frente a la mesa donde estaban los postres—. Hola, Sabrina. ¿Puedes ponerme un pedazo?
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