martes, 26 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 16

—No lo estoy —dijo ella con voz temblorosa, desviando la cara para evitar sus ojos interrogantes.

Aunque él pareció pasar del asombro a la perplejidad, no dijo nada. Siguió mirándola. Ella deseaba evitar su mirada, pero le resultaba imposible. A veces tenía la sensación de que él podía ver a través de ella. Ningún hombre le había afectado de esa manera. Pero él no era cualquier hombre, lo había sabido desde el primer momento en que lo vió. Tenía que manejar la situación con el mayor cuidado, como si fuera un frágil objeto de cristal. En su interior, así se sentía ella, frágil y a punto de romperse.

—¿Paula?

No recordaba que él la hubiera llamado por su nombre antes con esa voz grave y sensual, que le paralizaba el corazón. Luchando por recuperar la compostura, inspiró con fuerza para despejarse la cabeza y superar los siguientes terribles momentos. Él no se quedaría mucho tiempo más; después podría relajarse. O quizá no. Había accedido a ayudarlo a salir del atolladero en el que se encontraba y lo vería con frecuencia, mucho más de lo que había pretendido. Fantástico. Pero no podía culpar a Pedro de eso. Él no la había obligado a aceptar. La verdad era que estaba encantada con que le hubiera pedido consejo. No por quién era él, sino porque ella volvería a trabajar en lo que más le gustaba en el mundo, el derecho. La idea la animaba muchísimo.

—¿Hola?

—Lo siento —musitó ella, sonrojándose.

—No lo sientas. No quería que olvidases que estoy aquí.

Ella casi se rió al oír eso. Era imposible que ocurriera, cuando su enorme cuerpo dominaba la habitación y el aroma fresco de su colonia la volvía loca. Pero no iba a decirle eso, ni siquiera insinuarlo. Cuanto antes se librara de él, antes recuperaría la compostura.

—Mira, perdona que haya mencionado a tu familia o que hubieras llorado. Obviamente, no es asunto mío.

Inesperadamente, para su vergüenza, se le llenaron los ojos de lágrimas. Paula no volvió el rostro a tiempo y él las vió.

—Eh, ¿Puedo hacer algo para ayudarte? —preguntó Pedro con incomodidad. —Tú has accedido a salvarme el pescuezo. Tal vez pueda devolverte el favor.

—No lo creo —susurró ella, parpadeando para librarse de las lágrimas.

Era muy embarazoso derrumbarse ante un hombre que era casi un desconocido. No sólo la enfadaba, también le daba miedo. Había viajado hasta allí para recuperar el control de sus emociones, a curarse, para poder volver al trabajo y ser la abogada de éxito que había sido en otro tiempo. Al ritmo que iba, regresaría a Houston en peor estado que cuando salió. Aburrimiento. Ése era el problema. Necesitaba algo que supusiera un reto y mantuviera su mente ocupada. Y gracias a ese hombre, lo tenía. Aunque parecía un caso sencillo, agradecía la oportunidad ele volver a ejercer la abogacía. Era ilógico que estuviera vez de llorando, en vez de sonriendo. Cuando recuperó el control, descubrió que Pedro seguía mirándola. Sus ojos se encontraron un segundo y una chispa eléctrica saltó entre ellos. Santo cielo. Contuvo la respiración, no podía estar ocurriéndole eso a ella. Percibía que él había notado esa misma chispa y reflexionaba al respecto mientras se aclaraba la garganta, agarraba el sombrero, y se ponía en píe para marcharse,

—Mi marido y mi hija murieron en un accidente automovilístico —las palabras se le escaparon.

Él se detuvo abruptamente. El silencio volvió a dominar la habitación. Paula pensó que era bueno, porque estaba demasiado anonadada para decir nada más. No podía ni moverse. Se sentía helada por dentro y por fuera. Algo debía de haberla poseído para barbotar la verdad de esa forma. Él ya se había disculpado por entrometerse en su vida y estaba listo para marcharse. No debía haber dicho nada. Había vuelto a abrir la caja de Pandora, exponiendo su vulnerabilidad. Lo miró y, tal como había sospechado, él la escrutaba; el azul de sus ojos era tan oscuro que parecían negros.

—Eso es muy duro —dijo él con voz tensa.

—Sí —musitó ella, —lo fue. Casi me mató a mí... emocionalmente, quiero decir.

—Puedo imaginarlo. ¿Qué ocurrió?

Paula tomó aire, Pedro extendió el brazo y tocó su mano, pero la apartó rápidamente cuando las chispas volvieron a saltar entre ellos.

—No hace falta que contestes a eso —dijo él.

—Es la misma historia que habrás oído un millón de veces —la voz de Paula sonó apagada. —Un conductor borracho, un adolescente, se metió en su carril a toda velocidad. Fue un choque frontal y todos murieron.

—Dios, lo siento.

—Yo también.

Siguió otro largo silencio.

—¿Cuándo ocurrió?

—Hace cuatro años.

Pedro no respondió, pero ella vio cómo giraban los engranajes de su mente. Como todo el mundo, pensaba que ya debería haber superado la tragedia, que debería haber rehecho su vida.

—Sé lo que estás pensando —dijo con voz más fuerte.

—¿Sí? —Pedro alzó las cejas. —¿Y qué es?

—Que ya no debería sentir lástima de mí misma.

—De hecho, estaba pensando justo lo contrario.

Ella lo miró intrigada.

—Sí, me preguntaba cómo conseguiste mantener la cordura y seguir funcionando, sobre todo como abogada.

Esa respuesta la sorprendió tamo que se quedó boquiabierta.

—Tiempo —dijo por fin. —No creí a mi psiquiatra cuando me dijo eso, pero ahora sí. El tiempo es la mejor medicina para todo.

—Pero aún no estás curada del todo.

—No, y nunca superaré lo ocurrido. Por eso estoy aquí.

—Ahora conozco uno de tus secretos —dijo él con voz suave y amable.

—Supongo que el resto de la gente también se hace preguntas sobre mí, porque no encajo para nada en la cafetería.

—Eh, lo haces muy bien... —Pedro hizo una pausa y sonrió. —Excepto cuando tienes una taza de café en la mano. Entonces eres un poco peligrosa.

—Un arma letal, ¿No? —sonrió ella con ironía. —Sólo puedo hablar por mí misma.

Ambos sonrieron.

—¿Cómo se llamaba tu niña? —preguntó él.

—Valentina. Y mi marido Ariel. También era abogado, pero en otra empresa.

—Suena como la perfecta familia americana.

—Lo éramos —afirmó ella con voz triste.

—No tenemos por qué hablar más de eso si no quieres. Tú decides.

—Mi médico dice que hablar es lo que debería hacer. No hablar del tema y enterrar el dolor en lo más profundo es lo que me ha hecho estrellarme y arder.

—Yo diría que eso es un poco fuerte.

—¿El qué?

—Decir que te has estrellado y ardido. A mí me parece que lo tienes todo bajo control.

—Te equivocas —ella desvío la mirada. —Estoy muy lejos de eso. Sólo tienes que preguntárselo a mi jefe.

Al oír la amargura que teñía su voz, Paula controló su dolor y volvió a mirar a Pedro. Él la miraba con compasión y eso la enfadó. No quería su lástima. Quería su... antes de que el pensamiento tomara forma, lo rechazó con un portazo mental. Todo era una locura. No sabía lo que quería, y menos de ese hombre que estaba descontrolando su cuerpo y su mente. Si no tenía cuidado...

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