jueves, 8 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 30

—¿Quieres hacerme el amor aquí? ¿En la ducha?

Pero primero debía decirle que le creía. Antes de volver a tocarla de un modo que los uniría para siempre.Su desconfianza... había estado equivocado.Tenía que compensárselo.

—No puedo dejar de  pensar...  —le  acarició  el  estómago  mojado.  La  curva  había crecido desde aquella primera noche en la exposición—. En el bebé.

—¿Y? —bajó las manos de su cara y se puso rígida.

—¡No pongas esa cara! —apoyó las dos manos en su vientre y centró la atención en esa nueva vida que tenía entre las manos—. Te creo.

Ella mostró sorpresa.

—¿Aceptas que mi bebé es hijo tuyo?

Le acarició el vientre con las yemas de los dedos. Hubo un movimiento leve bajo sus manos. El corazón le dió un vuelco. Miró a Paula a los ojos cautelosos.

—Creo que los  dos  sabemos  que  soy  demasiado  analítico  y  escéptico  como  para  haber aceptado alguna vez al bebé sin una explicación razonable. Pero no pienso exigir análisis de  ADN  ni  informes  sobre  la  inseminación...  te mereces  algo  mejor.  Mi  confianza. Que te crea por el único motivo de que lo dices tú.

—Lo  es.  Y siendo  tu  esposa,  tu  viuda,  no  surgió  ningún  problema  para  retirar...  el  depósito.

—Sé que este  es  mi  bebé  —afirmó  él  al  sentir  que  se  movía  otra  vez.  Deslizó  las  manos  hasta  su  trasero  y  la  alzó  en  brazos.  Luego  cerró  el  agua—.  Ya  hemos  hablado bastante. Es hora de volver al dormitorio.

Cuando el lunes bajó a desayunar, su vida había cambiado para siempre.La mesa redonda exhibía un mantel con girasoles y estaba puesta para una persona. No  había  rastro  de  Paula.  No  había  esperado  encontrarla,  ya  que  según  su  nuevo  teléfono móvil, eran casi las nueve.Pero como durante todas las mañanas, su primer pensamiento había sido para ella. Paula. Sacó  el  móvil  del  bolsillo  y  la  llamó.  Contestó  al  instante  y  la  voz  se  alegró  al  oír  la  suya.

—¿Cenamos juntos esta noche? —preguntó con voz ronca.

—Sería  estupendo.  Oh,  aguarda  un  momento  —hubo  una  pausa—.  Pedro,  he  de  irme.  Ariel  dice  que  ha  llegado  el  equipo  de  televisión  que  nos  va  a  entrevistar.  El  festival  del  museo  se  encuentra  tan  próximo  que  todo  sucede  a  la  vez.  No  puedo  hablar ahora. Te veo luego.

—Bien. Estaré en el museo a las cinco.

—Primero debería ir a casa a cambiarme.

Al  dejar  el  teléfono,  vio  que  había  mensajes.  Los  escuchó.  Uno  en  particular  despertó su interés. Cuando Leonardo llegó con un plato de tortitas, ya había apuntado el lugar y la hora de encuentro con su contacto.

—Te he estado llamando todo el fin de semana.

Alzó la vista de la última prueba del cuidado programa del museo para el festival y vió a Fernando apoyado en la puerta de su despacho.

—Te dejé mensajes —continuó él ofendido—. Nunca me los devolviste.

El  fin  de  semana  había  sido  una  evasión  maravillosa  para  que  Pedro y  ella  se  redescubrieran y pusieran los cimientos para su futuro.

—Recibí  tus  mensajes...  —hubo  una  pausa  incómoda—.  Pero  ha  sido  una  mañana  de  locos  con  el  festival  a  la  vuelta  de  la  esquina  —añadió  con  un  argumento  de  poco  peso.

Fernando entró y se situó delante de la mesa.

—Te invito a comer.

—Hoy  no  tengo  tiempo  —hizo  una  mueca.  Cada  momento  que  ganara  sería  para  escaparse a cenar con Pedro. Pero necesitaba hablar con Fernando y explicarle que ya no hacía falta ninguna mentira... que Pedro conocía la verdad. Miró su reloj de pulsera—. Puedo hacer un descanso para tomar un café abajo en el patio.

Cinco minutos más tarde encontraban una mesa en un rincón del ajetreado patio.

—¿No es precioso? —comentó Paula cuando les llevaron el pedido.

Fernando se  hallaba  demasiado ocupado sacando  algo  del  bolsillo como  para   responder. Al erguirse, dijo:

—Quería traerte a comer para darte esto.

Eso resultó ser un refulgente solitario de al menos dos quilates.

—No puedo aceptarlo, Fernando.

—¿Porque Pedro regresó de entre los muertos?

—No puedo aceptar casarme contigo mientras aún estoy casada con otro hombre.

—Unos días atrás te hizo feliz fingir que íbamos a casarnos.

—Fue una mentira estúpida... injusta tanto para tí como para Pedro—e indigna de ella. Solo había sido un arrebato para herirlo. Todo se había debido a su furia... y a su condenado orgullo. Suspiró—. Jamás debí haberte enredado en esto.

Fernando  adelantó el torso.

—Divórciate  de  Pedro...  cásate  conmigo.  Yo  siempre  estaré  ahí  para  ti.  Y  nunca  te  abandonaría. Sería estupendo. Compartiríamos lo que siempre hemos compartido y le daría un padre a tu bebé. Podemos lograr que funcione.

Sin  aguardar su  respuesta,  le  tomó  la  mano  y  le  puso  el  anillo  en  el  dedo,  en  la  marca vacía donde había estado el anillo de Pedro hasta que se lo había quitado... y lo había perdido.Lo sintió estrecho e incómodo...

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