—¿Quieres hacerme el amor aquí? ¿En la ducha?
Pero primero debía decirle que le creía. Antes de volver a tocarla de un modo que los uniría para siempre.Su desconfianza... había estado equivocado.Tenía que compensárselo.
—No puedo dejar de pensar... —le acarició el estómago mojado. La curva había crecido desde aquella primera noche en la exposición—. En el bebé.
—¿Y? —bajó las manos de su cara y se puso rígida.
—¡No pongas esa cara! —apoyó las dos manos en su vientre y centró la atención en esa nueva vida que tenía entre las manos—. Te creo.
Ella mostró sorpresa.
—¿Aceptas que mi bebé es hijo tuyo?
Le acarició el vientre con las yemas de los dedos. Hubo un movimiento leve bajo sus manos. El corazón le dió un vuelco. Miró a Paula a los ojos cautelosos.
—Creo que los dos sabemos que soy demasiado analítico y escéptico como para haber aceptado alguna vez al bebé sin una explicación razonable. Pero no pienso exigir análisis de ADN ni informes sobre la inseminación... te mereces algo mejor. Mi confianza. Que te crea por el único motivo de que lo dices tú.
—Lo es. Y siendo tu esposa, tu viuda, no surgió ningún problema para retirar... el depósito.
—Sé que este es mi bebé —afirmó él al sentir que se movía otra vez. Deslizó las manos hasta su trasero y la alzó en brazos. Luego cerró el agua—. Ya hemos hablado bastante. Es hora de volver al dormitorio.
Cuando el lunes bajó a desayunar, su vida había cambiado para siempre.La mesa redonda exhibía un mantel con girasoles y estaba puesta para una persona. No había rastro de Paula. No había esperado encontrarla, ya que según su nuevo teléfono móvil, eran casi las nueve.Pero como durante todas las mañanas, su primer pensamiento había sido para ella. Paula. Sacó el móvil del bolsillo y la llamó. Contestó al instante y la voz se alegró al oír la suya.
—¿Cenamos juntos esta noche? —preguntó con voz ronca.
—Sería estupendo. Oh, aguarda un momento —hubo una pausa—. Pedro, he de irme. Ariel dice que ha llegado el equipo de televisión que nos va a entrevistar. El festival del museo se encuentra tan próximo que todo sucede a la vez. No puedo hablar ahora. Te veo luego.
—Bien. Estaré en el museo a las cinco.
—Primero debería ir a casa a cambiarme.
Al dejar el teléfono, vio que había mensajes. Los escuchó. Uno en particular despertó su interés. Cuando Leonardo llegó con un plato de tortitas, ya había apuntado el lugar y la hora de encuentro con su contacto.
—Te he estado llamando todo el fin de semana.
Alzó la vista de la última prueba del cuidado programa del museo para el festival y vió a Fernando apoyado en la puerta de su despacho.
—Te dejé mensajes —continuó él ofendido—. Nunca me los devolviste.
El fin de semana había sido una evasión maravillosa para que Pedro y ella se redescubrieran y pusieran los cimientos para su futuro.
—Recibí tus mensajes... —hubo una pausa incómoda—. Pero ha sido una mañana de locos con el festival a la vuelta de la esquina —añadió con un argumento de poco peso.
Fernando entró y se situó delante de la mesa.
—Te invito a comer.
—Hoy no tengo tiempo —hizo una mueca. Cada momento que ganara sería para escaparse a cenar con Pedro. Pero necesitaba hablar con Fernando y explicarle que ya no hacía falta ninguna mentira... que Pedro conocía la verdad. Miró su reloj de pulsera—. Puedo hacer un descanso para tomar un café abajo en el patio.
Cinco minutos más tarde encontraban una mesa en un rincón del ajetreado patio.
—¿No es precioso? —comentó Paula cuando les llevaron el pedido.
Fernando se hallaba demasiado ocupado sacando algo del bolsillo como para responder. Al erguirse, dijo:
—Quería traerte a comer para darte esto.
Eso resultó ser un refulgente solitario de al menos dos quilates.
—No puedo aceptarlo, Fernando.
—¿Porque Pedro regresó de entre los muertos?
—No puedo aceptar casarme contigo mientras aún estoy casada con otro hombre.
—Unos días atrás te hizo feliz fingir que íbamos a casarnos.
—Fue una mentira estúpida... injusta tanto para tí como para Pedro—e indigna de ella. Solo había sido un arrebato para herirlo. Todo se había debido a su furia... y a su condenado orgullo. Suspiró—. Jamás debí haberte enredado en esto.
Fernando adelantó el torso.
—Divórciate de Pedro... cásate conmigo. Yo siempre estaré ahí para ti. Y nunca te abandonaría. Sería estupendo. Compartiríamos lo que siempre hemos compartido y le daría un padre a tu bebé. Podemos lograr que funcione.
Sin aguardar su respuesta, le tomó la mano y le puso el anillo en el dedo, en la marca vacía donde había estado el anillo de Pedro hasta que se lo había quitado... y lo había perdido.Lo sintió estrecho e incómodo...
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