jueves, 8 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 32

A las cinco encontró a Pedro en la galería larga, examinando su tigre. Vestido con un traje  de Cesare  Antolini,  permanecía  quieto  mientras ella se acercaba  por  detrás,  con  los tacones resonando en el suelo de mármol. Se detuvo a su lado y lo miró.

—Es magnífico, ¿No te parece? —y no solo hablaba del tigre de piedra.

—Una reliquia de otro tiempo —comentó absorto—. Es fiero y espléndido, con una  dignidad real.

—Noble.

—Sí —Pedro guardó silencio ante esa criatura tallada hacía un par de miles de años.

—A  veces  me  pregunto  si  no  sería  más  sencillo  vivir  en  su  mundo  —indicó  Paula—. Sin   otra   preocupación  que  encontrar  agua  y  alimento,   y  una  compañera  para transmitir sus genes a sus cachorros antes de volver a seguir su camino.

—Instintos  directos  —la  miró con  ojos  que  transmitían  masculinidad—.  Sexo,  supervivencia, hambre, sed.

—¡Exacto! —Paula sonrió.

—Matando  solo  por  comida.  Sin  necesidad  de  pensar  en  la  codicia,  las  mentiras  y  los engaños.

Ella se sintió perdida.

—¿A  qué te refieres?  —desde que  antes  viera  a  Fernando,  en  su  estómago  había  flotado   una sensación de  náusea.   Remordimiento.  Culpa por  la  mentira  del  compromiso.

—Nada —él sonrió—. Filosofía hueca.

Y Paula se sintió aliviada. Pedro posó  la  vista  en  el  pequeño  bulto  de  su  bebé  antes  de  volver a mirarla  a  la  cara con expresión inescrutable.

—Siempre supe que eras hermosa... pero ahora resplandeces.

Las palabras  suaves  expulsaron  de  su  mente  los  rescoldos  fríos  de  la  conversación  con Ferando. Se sintió bendecida. Pedro había vuelto. Su bebé crecía. Al fin iban a ser una familia.Pasó el brazo por el de su esposo y tiró de él hacia la salida.

—¿Adónde vamos a ir a cenar?

—Cerca. Fui a lo seguro y reservé una mesa en Fives, en la Quinta Avenida.

—La comida allí siempre es deliciosa.

El  espacioso  salón   de   Fives,   con  sus  mesas  cuidadosamente  distribuidas,   proporcionaba el grado perfecto de intimidad .Sin  embargo,  y  a pesar  de  la  conversación  fluida  entre ellos,  Pedro sabía que  algo  atribulaba a Paula. Después de terminar con el solomillo, le preguntó:

—¿Qué sucede?

—Tenías  razón  —respondió,  dejando  los  cubiertos  en  el  plato—.  Tal  como  dijiste,  Fernando se  encuentra  en  problemas  financieros.  Pensó  que  me divorciaría  de  tí...  y  me  casaría con él.

Los músculos de Pedro experimentaron una tensión eléctrica.

—Eso jamás va a suceder.

—Lo sé —Paula emitió una risa a medias—. Así se lo dije a Fernando.

—¿Cómo reaccionó? —preguntó después de que el camarero retirara los platos.

—Intentó hacerme creer que me amaba.

El  dolor  en  la  voz  de  Paula retorció  las  entrañas de Pedro.  Se  encontraba  ante  un  momento para la verdad.  Costaba  vocalizar  lo  que  habría  preferido  mantener  oculto.  Pero ella se merecía más.

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