Pedro se detuvo.
—¿De dónde ha salido?
—De la misma colección que el jarrón que hay en la parte de atrás del museo. Yo la llamo la Máscara de la dama del templo. Sospecho que debía de estar en uno de los templos de Inanna.
—¿El viejo amigo de tu padre se la vendió al museo?
El tono en la voz de Pedro hizo que Paula lo mirara fijamente.
—Así es —respondió con normalidad.
—A veces he pensado que todas las antigüedades deberían permanecer en sus países de origen.
—Con ese razonamiento, los Mármoles de Elgin deberían volver a Atenas.
—Quizá sí —se encogió de hombros.
—¡Pedro!
—No es ninguna herejía —defendió su postura—. Los griegos llevan una eternidad tratando de que se los devuelvan... igual que los egipcios han tratado de recuperar la piedra roseta. Los objetos pertenecen a sus propios países y sus propias culturas.
—Pero hay ocasiones en que necesitamos proteger tesoros de otras culturas... tesoros que son importantes para toda la humanidad.
—Proteger... no robar —musitó Pedro.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿No lo sabes? —enarcó una ceja.
—Deja de hablar en acertijos.
La observó largo rato.
—O te has convertido en una mentirosa consumada, cosa que no creo, o sigues siendo demasiado ingenua como para darte libertad por tu propio bien.
—He crecido.
Eso hizo que Pedro sonriera.
—No crezcas demasiado. La ingenua de los ojos muy abiertos es parte de tu encanto.
Paula no supo si sentirse divertida u ofendida.
—¿Qué consideras que mi ingenuidad no es capaz de entender?
—¿No te resulta curioso que un coleccionista tenga tantas piezas de primera categoría indocumentadas?
—Están bien documentadas y su procedencia se puede rastrear hasta antes de 1970. ¿Desde cuándo una antigüedad legítimamente comprada se ha convertido en robo, Pedro? ¿Y dónde te deja eso a tí? Dedicaste una década a amasar una considerable fortuna comerciando con antigüedades. ¿Llamarías robo a todas esas transacciones?
—Trabajé muy exhaustivamente para asegurar que jamás comerciara con objetos robados y artículos del mercado negro. Tú en particular deberías saberlo. Sí, hacía que fuera difícil encontrar mercancía legítima, pero, como te dije hace tantos años cuando compré esa tableta... —con el pulgar indicó la dirección de un expositor— era importante para mí.
—¿Qué quieres dar a entender?
—Hace diez años, cuando estaba en una misión de reconocimiento con las Fuerzas Especiales, asistí en Estambul a una exposición de objetos nunca antes expuestos. Ya conocía a Candela... ella me consiguió una invitación. Algunos de los artículos los había enviado el Museo de Irak. Había una máscara de mármol realmente única, como nunca antes o después he vuelto a ver... Sin embargo, ahora encuentro aquí una gemela idéntica de esa pieza.
Paula comprendió que hablaba de su Dama del templo.
—Eso es imposible —pero el corazón comenzó a martillearle en el pecho—. Según la documentación, la máscara lleva más de cincuenta años en los Estados Unidos.
Pero Pedro no mentía. Su reputación se cimentaba en el conocimiento y la integridad. Y sugerir que la pieza era una gemela sería ridículo... En particular dada la situación similar del jarrón que se parecía al Jarrón de Inanna.
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