martes, 27 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 6

—¿En  serio?  —Pedro la  miró  con  incredulidad—.  Recuérdame  que  le  dé  las  gracias la próxima vez que lo vea —volvió a mirarla de arriba abajo. Se apoyó en la mesa, cruzó los tobillos y sonrió, provocador—. Ese trocito de nada que llevas puesto deja lo justo a la imaginación.

Puala tomó  aire,  consciente  de  que  era  capaz  de  manejar  la  situación,  por  más  que le estuviera costando mantenerse distante. Federico le había advertido con razón. El atractivo de Pedro era muy potente y lo mejor que podía hacer era irse de allí.

—Esta conversación no tiene sentido. Creo que deberíamos irnos a la cama.

—¡Eso sí que es ir al grano! —sus ojos destellaron con malicia.

—No lo decía en ese sentido   —corrigió ella,  lamentando   su  elección   de   palabras.

—¿A  pesar  de  que  sea  una  idea  tentadora?  —murmuró  él.

 Sus  palabras  resonaron como truenos en el silencio, recorriéndola de arriba abajo.

—¡Eres un caradura! —protestó débilmente. Jonas soltó una risita seductora.

—Creo que tú deberías irte a la cama, Paula, antes de que tu necesidad de saber mine tu determinación —aconsejó él.

—¿Qué determinación?  —preguntó   ella. 

Decir   que   estaba   afectada   sería   quedarse muy corta.

—Lo sabes bien   —Pedro movió  la  cabeza   y   suspiró—.   Hablo  de  tu  determinación  de  no  tener  nada  que  ver  conmigo.  Ésa  fue  la  conclusión  a  la  que  llegaste durante el paseo, ¿No?

—Dios,  ¡Qué  arrogancia!  Mi  determinación  de  no  tener  nada  que  ver  con  hombres  como  tú  se  remonta  muchos  años  atrás,  no  a  esta  tarde  —declaró  ella  con  desdén.

—¿Hombres como yo? —preguntó él con expresión divertida.

Los ojos de ella se estrecharon mientras lo miraba de arriba abajo, con expresión de ser muy consciente de sus carencias.

—Hombres que creen que pueden conseguir lo que quieren y a quien quieren, sólo  con  decirlo.  Sólo  me  inspiras  desdén  —dijo. 

No  era  del  todo  cierto,  pero  tenía  que defenderse.

 —En  ese  caso,  ¿Por  qué  tu  cuerpo  reacciona  al  verme?  —preguntó  él  con  voz  suave.

 —No reacciona —protestó Paula.

—Podría  demostrarte  lo  contrario,  pero  es  tarde  y  estamos  cansados.  Sugiero  que subas a tu habitación. Seguiremos con esta fascinante conversación mañana.

—¡No haremos nada similar! —replicó Paula.

—Por cierto, me encanta tu pelo así. Deberías  llevarlo  suelto  más  a  menudo.  Resulta muy femenino y sensual —declaró Pedro.

Para Paula, que la hubiera visto con el pelo suelto era como una invasión de su intimidad. Sintiéndose más vulnerable que en muchos años, decidió que estaba harta y se imponía una retirada digna. Sin embargo, cuando iba hacia la puerta, resbaló en una  baldosa  húmeda.  Agitó  los  brazos,  buscando  algo  a  lo  que  agarrarse  y,  de  repente, las fuertes manos de Pedro la equilibraron, atrayéndola contra su pecho.

—Tranquila,  te tengo  —murmuró  él  contra  su  cabello.

 Ella  apenas  lo  oyó,  sus  sentidos  estaban  siendo  bombardeados  por  su  aroma  masculino,  unido  a  la  solidez  de  su  poderoso  pecho.  Una  sobrecarga  sensorial  que  la  llevó  a  inclinar  la  cabeza  hacia atrás para mirarlo, atónita.

 —Creo  que  lo  que  estás  pensando  ahora  mismo  es  muy  inapropiado  para  una  empleada  de  la  familia  —comentó  él  con  ironía.  Sus  ojos  la  quemaron  con  su  intensidad.

Ella  comprendió  que  se  había  traicionado  por  completo.  Deseaba  escapar  de  esos ojos tan perspicaces, pero ladeó la barbilla, beligerante.

—Quítame  las  manos  de  encima  —le  ordenó. 

Se  liberó  de  él  y  fue  hacia  la  puerta sin mirar atrás. Ya en el vestíbulo, con la respiración acelerada, se dijo que acababa de ponerse en  ridículo.  Una  cosa  era  experimentar  una  indeseada  atracción  por  un  hombre,  y  otra muy distinta permitir que él la notara. Jonas conseguía traspasar sus defensas y eso no le gustaba nada. Ni un poco. Paula se  criticó  duramente  mientras  subía  al  dormitorio.  Antes  de  dormirse,  se  prometió  mantenerse  alejada  de  Pedro el  resto  del  fin  de  semana.  No  sería  difícil,  estaba allí para seguir con su investigación. Dudaba que él fuera de los que pasaban horas en la biblioteca. En un harén quizá, pero no rodeado de libros polvorientos. Una  cosa  era  segura,  pensara  él  lo  que  pensara,  ella  no  iba  a  convertirse  en  la  siguiente muesca en el poste de su cama. Le había costado mucho esfuerzo alcanzar la paz consigo misma, y no iba a renunciar a ella. El  día  amaneció  tan  cálido  y  húmedo  como  el  anterior.  Aunque  ella había  conseguido  dormir,  no  se  sentía  nada  descansada;  Pedro había  invadido  sus  sueños,  tentándola.  Por  lo  visto,  dormida  o  despierta,  sus  sentidos  se  adentraban  en  aguas  peligrosas   y   la   corriente   era   fuerte.   Era un  hombre  demasiado  atractivo  y  derrumbaba sus defensas con increíble facilidad.  Mientras  se  duchaba  consideró  la  situación  con  lógica.  En  realidad  no  había  ocurrido  nada.  Se  sentía  atraída  por  un  hombre  y  él  por  ella.  ¡Eso  no  implicaba  que  fuera a caer en sus brazos! Había conocido a muchos hombres atractivos y había sido capaz  de  resistirse  a  todos.  Desde  aquel  horrible  día  no  había  mirado  a  ningún  hombre con interés; había cerrado la puerta a esa clase de sentimientos y emociones. Pedro fracasaría. Ella había ido allí a trabajar, nada más.

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