jueves, 22 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 4

—¿Y si no lo consigues?

Pedro esbozó una sonrisa que iluminó su rostro y dejó a Paula sin aliento.

 —Entonces las divido en partes susceptibles de ser vendidas a otras empresas.

—Obteniendo  grandes  beneficios,  claro  —añadió  Federico—.  Ya  te  dije  que  era  asquerosamente rico.

—Hacer dinero es una cosa pero, ¿Y la gente? —inquirió Paula, viendo el fallo—. ¿Los empleados? ¿Qué pasa con ellos si el saneamiento fracasa?

 Pedro no pareció molestarse porque le pidiera que justificase sus acciones.

—Continúan en la empresa siempre que es posible. El objetivo es darle la vuelta a la empresa, convertir la mala gestión en buena. Si va bien, todo el mundo gana. Si es necesario dividir, hacemos lo posible por buscar empleo a todo el personal dentro de nuestro grupo. ¿Eso merece tu aprobación, Paula? —preguntó con sorna.

—Por supuesto —Paula asintió con una mueca—. Si he sonado crítica es porque, en  tu  línea  de  trabajo,  muchos  no  tienen  conciencia  —añadió  con  calma—.  Te  pido  disculpas si he sido grosera.

—No  hace  falta  —curvó  los  labios  y  sus  ojos  chispearon—.  Te  has  limitado  a  decir lo que muchos otros piensan. Sin embargo, me alegra saber que hay algo de mí que te parece atractivo.

Eso  la  llevó  a  mirarlo  y  entreabrir  los  labios  con  sorpresa.  Ese  reto  tan  directo,  ante toda su familia, la desequilibró; al igual que la diversión que brillaba en sus ojos azules. Paula no solía acobardarse. Tomó aire y se humedeció los labios. Notó que sus ojos seguían el movimiento de su lengua, ya no irónicos, sino ardientes. En cuanto él se dio cuenta de que lo había visto, sonrió, y ella supo que estaba jugando con ella.

—¿Andas a la busca de cumplidos, Pedro? —lo pinchó, burlona.

Se oyeron risas a su alrededor.

—Yo diría que sí —intervino Santiago Carmichael—. ¡Siempre tiene que haber una primera vez!

 Todo  el  mundo  empezó  a  burlarse  de  él,  que  se  lo  tomó  con  filosofía,  una  actitud que a ella sí le pareció muy atractiva. Siempre le habían gustado los hombres con sentido del humor y capaces de reírse de sí mismos. Pero eso no cambiaba nada, no  estaba  interesada  en  sus  juegos.  Se  recostó  en  el  asiento,  distanciándose  de  las  bromas, que siguieron hasta que Pedro cambió de tema.

—¿Cuánta  gente vendrá  a  la  barbacoa?  —le  preguntó  a  su  madre.

 No  oyó  la  respuesta, pero aprovechó para reorganizar sus pensamientos. Paula se  daba  cuenta  de  que  estaba  peligrosamente  cerca  de  enredarse  en  el  maremagno del deseo sexual y eso la inquietaba. Desde que había decidido cambiar de  vida  ningún  hombre  había  hecho  mella  en  su  radar.  Al  principio  había  estado  demasiado  afectada  por  lo  ocurrido  para  sentir,  pero  después  había  apagado  ese  radar  a  propósito.  No  quería  sentirse  atraída  por  nadie  ni  encontrar  la  felicidad  en  una  relación  amorosa,  porque  eso  incrementaría  su  culpabilidad  por  estar  viva.  Lo  había hecho tan bien que había llegado a creer que sus defensas eran impermeables a todo, hasta momentos después de conocer a Pedro. Él la había llamado en silencio y todo su ser había respondido. La atracción era tan fuerte que tenía el vello erizado. No   quería   sentir   eso,   ser   tan   consciente   de   él,   pero   su   cuerpo   estaba   desobedeciendo sus normas. Sólo podía intentar bloquear la reacción en la medida en que pudiera. Una vez concluyera el fin de semana, la atracción se acabaría. Volvió a concentrarse en la conversación  a  tiempo  de  oír  a  Paula  anunciar  que  su  marido  y  ella  iban  a  dar  una  vuelta  alrededor  del  lago  y  preguntar  si  alguien  quería acompañarlos.

—Me  vendría  bien  un  paseo  —dijo  ella,  aprovechando  la  oportunidad—.  ¿Vienes? —le preguntó a Federico.

—Luciana me dará la lata si no voy —gruñó él, poniéndose en pie.

 Su hermana le sacó la lengua. Paula se preparó para oír a Pedro declarar que él también se unía y suspiró con alivio cuando no lo hizo. Sintió que la miraba mientras se alejaban. Hacía más fresco junto al agua. Federico y ella pasearon lado a lado, siguiendo a la otra pareja. En un momento dado, Luciana y su marido desaparecieron tras una curva, dejándolos a solas momentáneamente.

—Aquí se está mucho mejor —afirmó Paula, agradeciendo un respiro del calor y del escrutinio de los intrigantes ojos azules de Pedro.

—Pedro y  yo  solíamos  jugar  en  el  lago  de  niños.  Construimos  una  balsa  y  simulábamos  ser  náufragos.  Por  supuesto  no  nos  permitieron  botarla  hasta  que  supimos nadar, y para entonces él tenía otros intereses —concluyó con retintín.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.

Federico puso los ojos en blanco.

—Para entonces él había descubierto a las chicas. Altas, bajas, rubias y morenas. Todas  guapas  y  locas  por  ese  guapo  diablo.  No  ha  tenido  que  luchar  por  una  mujer  en  toda  su  vida.  ¡Lo  miran  y  caen  en  sus  brazos!  Es  demasiado  fácil.  Nunca  se  asentará. ¿Por qué iba a hacerlo cuando puede tener a cualquier mujer que desee?

Paula no  dudaba  que  Pedro debía  de  tener  mucho  éxito  con  las  mujeres.  Se  estremeció.

—¡No me extraña que lo llames donjuán!

—No trata mal a las mujeres —rió Federico—. Al contrario, es muy generoso. Pero nunca  se  entrega  personalmente.  Es  mi  hermano  y  no  le  deseo  ningún  mal,  pero  le  vendría bien enamorarse de alguien, para aprender una lección.

—No todo el mundo desea asentarse —aventuró ella, sabiendo que era su caso.

Una  vez  se  había  imaginado  casada  y  con  hijos,  pero  ese  sueño  se  había  esfumado  hacía mucho. Nick se detuvo y se volvió hacia ella.

—Ya  lo  sé  —dijo  con  frustración—.  No  se  trata  de  eso.  Pedro nació  con  buena  estrella.  Todo  ha  sido  fácil  para  él.  Necesita  un  golpe  de  realidad;  saber  que  es  humano, como el resto de nosotros.

—Quieres  decir  que  necesita  sufrir  —propuso  ella  con  una  leve  sonrisa. 

Federico hizo una mueca que acentuó su parecido con Pedro.

 —Suena horrible, ¿Verdad? Te aseguro que hará falta alguien muy especial para que ocurra.

 —Creo que no deberías estar contándome esto —suspiró Paula, incómoda.

Federico movió la cabeza.

—Al  contrario,  tú  eres  quien  más  necesita  saberlo  —declaró. 

Ella  lo  miró  atónita.

 —No entiendo por qué —protestó.

 —Claro  que  lo  entiendes  —Federico chasqueó  la  lengua,  paternal—.  Recuerda  lo  que te he dicho cuando él empiece a presionarte.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, curiosa.

—Paula, eres una belleza rubia de ojos verdes y Pedro no es ciego. Ten cuidado.

Paula se sintió alarmada porque hubiera captado las intenciones de su hermano y agradecida por la advertencia, aunque fuera innecesaria.

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