—¿Y si no lo consigues?
Pedro esbozó una sonrisa que iluminó su rostro y dejó a Paula sin aliento.
—Entonces las divido en partes susceptibles de ser vendidas a otras empresas.
—Obteniendo grandes beneficios, claro —añadió Federico—. Ya te dije que era asquerosamente rico.
—Hacer dinero es una cosa pero, ¿Y la gente? —inquirió Paula, viendo el fallo—. ¿Los empleados? ¿Qué pasa con ellos si el saneamiento fracasa?
Pedro no pareció molestarse porque le pidiera que justificase sus acciones.
—Continúan en la empresa siempre que es posible. El objetivo es darle la vuelta a la empresa, convertir la mala gestión en buena. Si va bien, todo el mundo gana. Si es necesario dividir, hacemos lo posible por buscar empleo a todo el personal dentro de nuestro grupo. ¿Eso merece tu aprobación, Paula? —preguntó con sorna.
—Por supuesto —Paula asintió con una mueca—. Si he sonado crítica es porque, en tu línea de trabajo, muchos no tienen conciencia —añadió con calma—. Te pido disculpas si he sido grosera.
—No hace falta —curvó los labios y sus ojos chispearon—. Te has limitado a decir lo que muchos otros piensan. Sin embargo, me alegra saber que hay algo de mí que te parece atractivo.
Eso la llevó a mirarlo y entreabrir los labios con sorpresa. Ese reto tan directo, ante toda su familia, la desequilibró; al igual que la diversión que brillaba en sus ojos azules. Paula no solía acobardarse. Tomó aire y se humedeció los labios. Notó que sus ojos seguían el movimiento de su lengua, ya no irónicos, sino ardientes. En cuanto él se dio cuenta de que lo había visto, sonrió, y ella supo que estaba jugando con ella.
—¿Andas a la busca de cumplidos, Pedro? —lo pinchó, burlona.
Se oyeron risas a su alrededor.
—Yo diría que sí —intervino Santiago Carmichael—. ¡Siempre tiene que haber una primera vez!
Todo el mundo empezó a burlarse de él, que se lo tomó con filosofía, una actitud que a ella sí le pareció muy atractiva. Siempre le habían gustado los hombres con sentido del humor y capaces de reírse de sí mismos. Pero eso no cambiaba nada, no estaba interesada en sus juegos. Se recostó en el asiento, distanciándose de las bromas, que siguieron hasta que Pedro cambió de tema.
—¿Cuánta gente vendrá a la barbacoa? —le preguntó a su madre.
No oyó la respuesta, pero aprovechó para reorganizar sus pensamientos. Paula se daba cuenta de que estaba peligrosamente cerca de enredarse en el maremagno del deseo sexual y eso la inquietaba. Desde que había decidido cambiar de vida ningún hombre había hecho mella en su radar. Al principio había estado demasiado afectada por lo ocurrido para sentir, pero después había apagado ese radar a propósito. No quería sentirse atraída por nadie ni encontrar la felicidad en una relación amorosa, porque eso incrementaría su culpabilidad por estar viva. Lo había hecho tan bien que había llegado a creer que sus defensas eran impermeables a todo, hasta momentos después de conocer a Pedro. Él la había llamado en silencio y todo su ser había respondido. La atracción era tan fuerte que tenía el vello erizado. No quería sentir eso, ser tan consciente de él, pero su cuerpo estaba desobedeciendo sus normas. Sólo podía intentar bloquear la reacción en la medida en que pudiera. Una vez concluyera el fin de semana, la atracción se acabaría. Volvió a concentrarse en la conversación a tiempo de oír a Paula anunciar que su marido y ella iban a dar una vuelta alrededor del lago y preguntar si alguien quería acompañarlos.
—Me vendría bien un paseo —dijo ella, aprovechando la oportunidad—. ¿Vienes? —le preguntó a Federico.
—Luciana me dará la lata si no voy —gruñó él, poniéndose en pie.
Su hermana le sacó la lengua. Paula se preparó para oír a Pedro declarar que él también se unía y suspiró con alivio cuando no lo hizo. Sintió que la miraba mientras se alejaban. Hacía más fresco junto al agua. Federico y ella pasearon lado a lado, siguiendo a la otra pareja. En un momento dado, Luciana y su marido desaparecieron tras una curva, dejándolos a solas momentáneamente.
—Aquí se está mucho mejor —afirmó Paula, agradeciendo un respiro del calor y del escrutinio de los intrigantes ojos azules de Pedro.
—Pedro y yo solíamos jugar en el lago de niños. Construimos una balsa y simulábamos ser náufragos. Por supuesto no nos permitieron botarla hasta que supimos nadar, y para entonces él tenía otros intereses —concluyó con retintín.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.
Federico puso los ojos en blanco.
—Para entonces él había descubierto a las chicas. Altas, bajas, rubias y morenas. Todas guapas y locas por ese guapo diablo. No ha tenido que luchar por una mujer en toda su vida. ¡Lo miran y caen en sus brazos! Es demasiado fácil. Nunca se asentará. ¿Por qué iba a hacerlo cuando puede tener a cualquier mujer que desee?
Paula no dudaba que Pedro debía de tener mucho éxito con las mujeres. Se estremeció.
—¡No me extraña que lo llames donjuán!
—No trata mal a las mujeres —rió Federico—. Al contrario, es muy generoso. Pero nunca se entrega personalmente. Es mi hermano y no le deseo ningún mal, pero le vendría bien enamorarse de alguien, para aprender una lección.
—No todo el mundo desea asentarse —aventuró ella, sabiendo que era su caso.
Una vez se había imaginado casada y con hijos, pero ese sueño se había esfumado hacía mucho. Nick se detuvo y se volvió hacia ella.
—Ya lo sé —dijo con frustración—. No se trata de eso. Pedro nació con buena estrella. Todo ha sido fácil para él. Necesita un golpe de realidad; saber que es humano, como el resto de nosotros.
—Quieres decir que necesita sufrir —propuso ella con una leve sonrisa.
Federico hizo una mueca que acentuó su parecido con Pedro.
—Suena horrible, ¿Verdad? Te aseguro que hará falta alguien muy especial para que ocurra.
—Creo que no deberías estar contándome esto —suspiró Paula, incómoda.
Federico movió la cabeza.
—Al contrario, tú eres quien más necesita saberlo —declaró.
Ella lo miró atónita.
—No entiendo por qué —protestó.
—Claro que lo entiendes —Federico chasqueó la lengua, paternal—. Recuerda lo que te he dicho cuando él empiece a presionarte.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, curiosa.
—Paula, eres una belleza rubia de ojos verdes y Pedro no es ciego. Ten cuidado.
Paula se sintió alarmada porque hubiera captado las intenciones de su hermano y agradecida por la advertencia, aunque fuera innecesaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario