martes, 6 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 26

—No entiendo —dijo Paula, respirando hondo—. Creía que había otra persona.

—¿Quién?  ¿Candela?  —vió  la  inseguridad  en  el  rostro  de  ella—.  Vamos,  demos  un  paseo.

Se  puso  de  pie  y  en  cuestión  de  minutos  pagó  la  cuenta  y  la  condujo  fuera  del  restaurante hasta un sendero que seguía la ribera del lago. Paula recuperó la voz.

—¿Es  Candela?  ¿O  se  trata  de  otra  mujer?  —el  corazón  le  martilleó  en  el  pecho  mientras aguardaba la respuesta.

Se detuvieron y vió que en los ojos de Brand había una expresión extraña.

—No hay otra mujer —afirmó.

—¿Y qué me dices de Candela? —debía saberlo.

—¿Qué pasa con ella? —se encogió de hombros.

Paula se esforzó en ocultar su frustración mientras se explicaba:

—El detective que contraté después de que desaparecieras sospechaba que estabas teniendo una  aventura...  me  dijo  que  había encontrado  todas  las  señales  de  la  infidelidad —él solo entrecerró los ojos—. Encontró pruebas de que Candela y tú habían pasado  bastante  tiempo  juntos.  En  Grecia.  Y  después  de  la  primera  vez  que  hablé  contigo, se fueron juntos a Irak.

—Anita era una colega. Me estaba ayudando con... un proyecto.

—Jamás me mencionaste nada de eso.

—Tú siempre te has mostrado sensible con ella...

Era reacio a sacar su nombre.

—Al parecer, con buen motivo. Dijiste que solo habían tenido unas citas... ¡Cuándo la verdad es que vivieron  juntos!

—Estuve torpe.  Lo  reconozco  —alzó  los  hombros  y  extendió  las  manos—.  Eras  irracionalmente  paranoica con  todo  lo  concerniente  a  ella, así  que  mentí  para  que dejara  de  preocuparte.  Seguía trabajando  con  ella...  y  necesitaba  que  te  relajaras  y  aceptaras  eso.  Luego  fue  demasiado  tarde  para  contarte  la  verdad  sin  crear  un  problema mucho mayor. Estaba metido hasta el cuello.

Paula tuvo  que  reconocer  que  a  Pedro no  le  faltaba  razón  en  lo  que  decía.  Como  arqueóloga  y  experta  en  antigüedades  de  Oriente  Medio,  Anita  había  compartido  la  pasión  de  Pedro...  lo  que  a  sus  ojos  la  hacía  más  peligrosa.  En  los  primeros  días,  la  había invitado a una cena en su casa. Ella se había sentido amenazada y apenas había respondido  a  los  intentos  amistosos  de  acercamiento de la  mujer.  Pedro lo  había  notado. Luego él le había hecho el amor y la había reafirmado, diciéndole que solo la amaba a ella. Únicamente a ella. Y ella le había creído.

—¿Cuál era el proyecto en el que te ayudaba? —preguntó al final.

—Ya no importa.

Paula se recobró y dijo:

—Me parece que sí —y no le importó percibir la ira contenida en él.

—El  proyecto  era  confidencial...  se  descartó  —metió  las  manos  en  los  bolsillos  y  comenzó a caminar deprisa—. Jamás tuve la oportunidad de verlo acabado.

Eso era típico  del Pedro con  el  que  había  vivido.  Nunca  había  sido  propenso  a  ofrecer  explicaciones.  Pero  ella  había  cambiado.  Quería  una  pareja  en  igualdad  de  condiciones. No un marido que la tratara como a una niña. Trotó detrás de él.

—De  acuerdo,  así  que  no  puedes  darme  detalles.  Pero  sí  puedes  decirme  dónde  estuvieron.

—No quieres saberlo —movió la cabeza.

—Sí  quiero  —cuando  él  permaneció  en  silencio,  las  lágrimas  que  habían  estado  amenazándola brotaron—. Maldito seas. ¿Tienes alguna idea de por lo que he pasado?

Aminoró el  paso  y,  parpadeando  con  furia,  abandonó  el  sendero  para  acercarse  al  lago. Una brisa agitaba la superficie del agua y llegaba hasta la costa, pero ni lo notó.Más que oír, sintió la aproximación de Pedro.Años de dolor contenido y de resentimiento en ebullición pudieron con ella.

—Ni una palabra de tí. ¿En casi cuatro años no pudiste siquiera hacerme saber que estabas bien, vivo? —de su garganta escapó un sollozo—. ¿Sabes lo sola que he estado sin tí? ¿La incertidumbre que he tenido que soportar? ¿Lo asustada que he estado?

—Paula, lo siento  —la tomó por los hombros y  ella  se  puso  tensa—.  Lo  entiendo  —musitó  con  inesperada  gentileza—.  No  tienes  que  justificarte  ante  mí.  Quizá  no  me  guste,  pero  puedo  aceptar  que  me  creyeras  muerto  y  que  tu  soledad  necesitara  consuelo.

Seguía creyendo que se había acostado con Fernando. ¿Tanto  le  costaba  salir  de  su  cuadrícula  y  analizar  que  podría  no  haber  necesitado  un amante para quedarse embarazada?

—¿Te haces una  idea  de  lo  que  fue  vivir  un  día  tras  otro  tratando  de  descifrar  por  qué te habías marchado? ¿Tratando de entender qué había en mí que te había llevado a tomar la decisión de marcharte y permanecer lejos cuatro años?

—Jamás fue así.

—Y desde que has vuelto me he ido convenciendo más de que la evaluación inicial de  los  investigadores  era  correcta...  que  me  abandonaste  por  Candela—todo  su  dolor  quedó expuesto—. Era lo que creyeron desde el principio todos los demás.

Le enmarcó el rostro con las manos.

—No he estado en un nidito de amor. Fui hecho prisionero... el primer año apenas vi la luz.

—¡Pedro! —el horror oscureció sus ojos—. ¿Por qué?

—Al  principio  pensé  que  se  trataba  de  un  secuestro  oportunista  y  que  Akam,  el  líder, había supuesto que yo era un extranjero rico con el que esperaba obtener unos beneficios  fáciles.  Cuando  ví  que  no  paraba  de  levantar  el  campamento  y  adentrarse  en el desierto, llegué a la conclusión de que se había asustado y temía represalias.

—¿Pero escapaste?

Él negó con la cabeza.

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