—No entiendo —dijo Paula, respirando hondo—. Creía que había otra persona.
—¿Quién? ¿Candela? —vió la inseguridad en el rostro de ella—. Vamos, demos un paseo.
Se puso de pie y en cuestión de minutos pagó la cuenta y la condujo fuera del restaurante hasta un sendero que seguía la ribera del lago. Paula recuperó la voz.
—¿Es Candela? ¿O se trata de otra mujer? —el corazón le martilleó en el pecho mientras aguardaba la respuesta.
Se detuvieron y vió que en los ojos de Brand había una expresión extraña.
—No hay otra mujer —afirmó.
—¿Y qué me dices de Candela? —debía saberlo.
—¿Qué pasa con ella? —se encogió de hombros.
Paula se esforzó en ocultar su frustración mientras se explicaba:
—El detective que contraté después de que desaparecieras sospechaba que estabas teniendo una aventura... me dijo que había encontrado todas las señales de la infidelidad —él solo entrecerró los ojos—. Encontró pruebas de que Candela y tú habían pasado bastante tiempo juntos. En Grecia. Y después de la primera vez que hablé contigo, se fueron juntos a Irak.
—Anita era una colega. Me estaba ayudando con... un proyecto.
—Jamás me mencionaste nada de eso.
—Tú siempre te has mostrado sensible con ella...
Era reacio a sacar su nombre.
—Al parecer, con buen motivo. Dijiste que solo habían tenido unas citas... ¡Cuándo la verdad es que vivieron juntos!
—Estuve torpe. Lo reconozco —alzó los hombros y extendió las manos—. Eras irracionalmente paranoica con todo lo concerniente a ella, así que mentí para que dejara de preocuparte. Seguía trabajando con ella... y necesitaba que te relajaras y aceptaras eso. Luego fue demasiado tarde para contarte la verdad sin crear un problema mucho mayor. Estaba metido hasta el cuello.
Paula tuvo que reconocer que a Pedro no le faltaba razón en lo que decía. Como arqueóloga y experta en antigüedades de Oriente Medio, Anita había compartido la pasión de Pedro... lo que a sus ojos la hacía más peligrosa. En los primeros días, la había invitado a una cena en su casa. Ella se había sentido amenazada y apenas había respondido a los intentos amistosos de acercamiento de la mujer. Pedro lo había notado. Luego él le había hecho el amor y la había reafirmado, diciéndole que solo la amaba a ella. Únicamente a ella. Y ella le había creído.
—¿Cuál era el proyecto en el que te ayudaba? —preguntó al final.
—Ya no importa.
Paula se recobró y dijo:
—Me parece que sí —y no le importó percibir la ira contenida en él.
—El proyecto era confidencial... se descartó —metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar deprisa—. Jamás tuve la oportunidad de verlo acabado.
Eso era típico del Pedro con el que había vivido. Nunca había sido propenso a ofrecer explicaciones. Pero ella había cambiado. Quería una pareja en igualdad de condiciones. No un marido que la tratara como a una niña. Trotó detrás de él.
—De acuerdo, así que no puedes darme detalles. Pero sí puedes decirme dónde estuvieron.
—No quieres saberlo —movió la cabeza.
—Sí quiero —cuando él permaneció en silencio, las lágrimas que habían estado amenazándola brotaron—. Maldito seas. ¿Tienes alguna idea de por lo que he pasado?
Aminoró el paso y, parpadeando con furia, abandonó el sendero para acercarse al lago. Una brisa agitaba la superficie del agua y llegaba hasta la costa, pero ni lo notó.Más que oír, sintió la aproximación de Pedro.Años de dolor contenido y de resentimiento en ebullición pudieron con ella.
—Ni una palabra de tí. ¿En casi cuatro años no pudiste siquiera hacerme saber que estabas bien, vivo? —de su garganta escapó un sollozo—. ¿Sabes lo sola que he estado sin tí? ¿La incertidumbre que he tenido que soportar? ¿Lo asustada que he estado?
—Paula, lo siento —la tomó por los hombros y ella se puso tensa—. Lo entiendo —musitó con inesperada gentileza—. No tienes que justificarte ante mí. Quizá no me guste, pero puedo aceptar que me creyeras muerto y que tu soledad necesitara consuelo.
Seguía creyendo que se había acostado con Fernando. ¿Tanto le costaba salir de su cuadrícula y analizar que podría no haber necesitado un amante para quedarse embarazada?
—¿Te haces una idea de lo que fue vivir un día tras otro tratando de descifrar por qué te habías marchado? ¿Tratando de entender qué había en mí que te había llevado a tomar la decisión de marcharte y permanecer lejos cuatro años?
—Jamás fue así.
—Y desde que has vuelto me he ido convenciendo más de que la evaluación inicial de los investigadores era correcta... que me abandonaste por Candela—todo su dolor quedó expuesto—. Era lo que creyeron desde el principio todos los demás.
Le enmarcó el rostro con las manos.
—No he estado en un nidito de amor. Fui hecho prisionero... el primer año apenas vi la luz.
—¡Pedro! —el horror oscureció sus ojos—. ¿Por qué?
—Al principio pensé que se trataba de un secuestro oportunista y que Akam, el líder, había supuesto que yo era un extranjero rico con el que esperaba obtener unos beneficios fáciles. Cuando ví que no paraba de levantar el campamento y adentrarse en el desierto, llegué a la conclusión de que se había asustado y temía represalias.
—¿Pero escapaste?
Él negó con la cabeza.
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