—En los primeros meses lo planeé, pero no dispuse de oportunidades... se me vigilaba estrechamente. Después de empezar a trasladarnos, tuve más libertad... aunque por entonces, sabía que me harían falta recursos para salir de Irak. Akam y yo habíamos empezado a forjar una relación. Mantenerme prisionero se convirtió en una amenaza para él. Tenía dos elecciones... matarme o soltarme.
—¿Te dejó ir? —Paula tembló bajo su contacto.
—Al final me ayudó. Era kurdo y procedía de un largo linaje de contrabandistas. Organizó que fuera a un punto en el norte de Al Sulaymaniyah, donde me dejaron con indicaciones para llegar a un poblado en las montañas y con una carta de presentación para una banda de contrabandistas que operaba allí. El plan era acompañarlos por una antigua ruta de contrabando a través de las montañas hasta llegar a Turquía, donde tenía un primo lejano que me proporcionaría un pasaporte. El viaje llevó mucho más tiempo del imaginado. La ruta se acerca bastante a Irán y la frontera no está marcada. Nuestro grupo fue arrestado por penetrar en Irán y nos confiscaron los caballos y las provisiones.
—Oh, Pedro.
—Nos retuvieron varios meses antes de soltarnos y yo fui afortunado de que también me consideraran un contrabandista. Había cosido algún dinero que me había dado Akam a la cintura de mis vaqueros y por suerte los guardias no lo descubrieron —sonrió—. Yo le había prometido que se lo devolvería, con intereses generosos y una bonificación sustancial... después de todo, él había corrido un riesgo importante.
—¡Es terrible! Quiero saberlo todo... cada detalle.
Pedro hizo una mueca para sus adentros. Había sabido que llegaría ese momento. Y que luego insistiría en conocer los detalles de por qué había ido a Irak en primer lugar.
—Paula, esta es mi promesa. Te contaré todo lo que sé. Pero primero hay algunas cosas que he de aclarar. Necesito que me des tiempo.
—Claro que te lo daré. Dios mío, ni siquiera soy capaz de pensar en lo traumática que debe de haber sido toda la experiencia. Tómate el tiempo que necesites. Aquí estaré.Deseó no haber dudado nunca de él. Había sabido que estaba vivo. Que algo le había impedido volver a casa... pero eso era horrible.
—Gracias —le besó las yemas de los dedos que le sostenían la cara y Pedro emitió un gemido.
—¿Cómo has podido pensar que había alguien más? Desde el día en que nos conocimos solo has existido tú —se inclinó y le cubrió la boca con la suya.
El beso se inició con una gentileza suave, y solo cuando ella abrió la boca él aprovechó el momento para atravesar la suave barrera de sus labios e introducir la lengua entre ellos al tiempo que la abrazaba.Durante unos segundos se quedó quieta, luego se puso de puntillas para ir al encuentro de ese beso y rodearle el cuello con los brazos. Cerró los ojos, disfrutando del sabor y de la sensación de Pedro. Su cuerpo se fundió contra el de su marido mientras él le saqueaba la boca con una lengua dúctil y hábil que encendió el calor latente en la boca de su estómago hasta convertirlo en el rugido de las llamas. Había mucho tiempo que recuperar, muchos días malos que desterrar de la vida de Pedro.Con un sonido ronco la pegó a él y Paula fue consciente de la erección, de esa dureza contra su estómago. Se pegó más a él. Fue Pedro quien se apartó primero.
—Créeme, jamás habrá alguien más que tú.
Sus ojos eran sinceros. Directos. No había oscuridad... ni distancia.
—Vayamos a casa.
El sol brillaba en la aldaba de latón de la puerta principal. Dentro sonaba un teléfono. Paula introdujo la clave de seguridad en el panel y Brand abrió la puerta antes de seguirla al interior. El teléfono se había callado. Reinaba el silencio. Leonardo no trabajaba los fines de semana y Samuel se había retirado a su departamento encima del garaje. En el dormitorio de la primera planta, los haces de luz de la tarde hacían que el aire fuera cálido y dorado.Deteniéndose junto a la cama grande, giró la cabeza para ver a Paula en el umbral, con un vestigio de incertidumbre en los ojos.
—Ven aquí —abrió los brazos y ella voló a su círculo.
—¿Estás seguro? —le preguntó.
—¡Desde luego! —sonrió—. Ni por un minuto olvidé lo hermosa que eres —recalcó la afirmación con un beso.
Luego alzó la cabeza y vió el brillo en sus ojos. Ella fue a decir algo y él se aprovechó y besó la boca abierta. Paula calló. Le tomó el rostro en las manos y ladeó la cabeza, ahondando el beso, hasta que la respiración se le aceleró.Finalmente, Pedro levantó la cabeza. Las mejillas de Paula se veían acaloradas. El pasó los dedos por el cabello oscuro y pensó en lo mucho que había anhelado eso. Luego bajó las manos por la espalda en una caricia lenta y sensual hasta que llegó al borde de su top.
—Quiero mirarte... toda.
—Tú primero —dijo ella, separándose del abrazo.
—Lo que desee la dama.
Entonces se dedicó a observar con la boca reseca mientras se desabrochaba la camisa y se aflojaba los pantalones para quitársela con gesto impaciente. El torso musculoso brilló bajo la deslumbrante luz de la tarde, bronceado por el sol del desierto.Pedro le sonrió al tiempo que se desprendía de los vaqueros.Los calzoncillos reflejaban suficiente deseo y ardor como para erradicar todo pensamiento de su cabeza.
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