martes, 6 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 27

—En  los  primeros  meses  lo  planeé,  pero  no  dispuse  de  oportunidades...  se  me  vigilaba  estrechamente.  Después  de  empezar  a  trasladarnos,  tuve  más  libertad...  aunque por entonces, sabía que me harían falta recursos para salir de Irak. Akam y yo habíamos empezado a forjar una relación. Mantenerme prisionero se convirtió en una amenaza para él. Tenía dos elecciones... matarme o soltarme.

—¿Te dejó ir? —Paula tembló bajo su contacto.

—Al final me  ayudó.  Era  kurdo  y  procedía  de  un  largo  linaje  de  contrabandistas.  Organizó que fuera a un punto en el norte de Al Sulaymaniyah, donde me dejaron con indicaciones para llegar a un poblado en las montañas y con una carta de presentación para una banda de contrabandistas que operaba allí. El plan era acompañarlos por una antigua  ruta  de  contrabando  a través  de  las  montañas  hasta  llegar  a  Turquía,  donde  tenía  un  primo  lejano  que  me  proporcionaría  un  pasaporte.  El  viaje  llevó  mucho  más  tiempo del imaginado. La ruta se acerca bastante a Irán y la frontera no está marcada. Nuestro  grupo  fue  arrestado  por  penetrar  en  Irán  y  nos  confiscaron  los  caballos  y  las  provisiones.

—Oh, Pedro.

—Nos  retuvieron  varios  meses  antes  de  soltarnos  y  yo  fui  afortunado  de  que  también me consideraran un contrabandista. Había cosido algún dinero que me había dado Akam a la cintura de mis vaqueros y por suerte los guardias no lo descubrieron —sonrió—.  Yo le había  prometido  que  se  lo  devolvería,  con  intereses  generosos  y  una  bonificación sustancial... después de todo, él había corrido un riesgo importante.

—¡Es terrible! Quiero saberlo todo... cada detalle.

Pedro hizo una mueca para sus adentros. Había sabido que llegaría ese momento. Y que luego insistiría en conocer los detalles de por qué había ido a Irak en primer lugar.

—Paula,  esta  es  mi  promesa.  Te  contaré  todo  lo  que  sé.  Pero  primero  hay  algunas  cosas que he de aclarar. Necesito que me des tiempo.

—Claro que te  lo  daré.  Dios  mío,  ni  siquiera  soy  capaz  de  pensar  en  lo  traumática  que  debe  de  haber  sido  toda  la  experiencia.  Tómate  el  tiempo  que  necesites.  Aquí  estaré.Deseó  no  haber  dudado  nunca  de  él.  Había  sabido  que  estaba  vivo.  Que  algo  le  había impedido volver a casa... pero eso era horrible.

—Gracias —le besó las yemas de los dedos que le sostenían la cara y Pedro emitió un gemido.

—¿Cómo  has  podido  pensar  que  había  alguien  más?  Desde  el  día  en  que  nos  conocimos solo has existido tú —se inclinó y le cubrió la boca con la suya.

El beso se  inició  con  una  gentileza  suave,  y  solo  cuando  ella  abrió  la  boca  él  aprovechó  el  momento  para  atravesar  la  suave  barrera  de  sus  labios e  introducir  la  lengua entre ellos al tiempo que la abrazaba.Durante  unos  segundos  se  quedó  quieta,  luego  se  puso  de  puntillas  para  ir  al  encuentro  de  ese  beso  y  rodearle  el  cuello  con  los  brazos.  Cerró  los  ojos,  disfrutando  del  sabor  y  de  la  sensación  de  Pedro.  Su  cuerpo  se  fundió  contra  el  de  su  marido  mientras  él  le  saqueaba  la  boca  con  una  lengua  dúctil  y  hábil  que  encendió  el  calor  latente en la boca de su estómago hasta convertirlo en el rugido de las llamas. Había mucho tiempo que recuperar, muchos días malos que desterrar de la vida de Pedro.Con un sonido ronco la pegó a él y Paula fue consciente de la erección, de esa dureza contra su estómago. Se pegó más a él. Fue Pedro quien se apartó primero.

—Créeme, jamás habrá alguien más que tú.

Sus ojos eran sinceros. Directos. No había oscuridad... ni distancia.

—Vayamos a casa.

El sol brillaba  en  la  aldaba  de  latón  de  la  puerta  principal.   Dentro  sonaba  un  teléfono. Paula introdujo  la  clave  de  seguridad  en  el  panel  y  Brand  abrió  la  puerta  antes  de  seguirla al interior. El teléfono se había callado. Reinaba el silencio. Leonardo no   trabajaba  los   fines   de   semana  y  Samuel se  había  retirado  a  su   departamento encima del garaje. En el dormitorio de la primera planta, los haces de luz de la tarde hacían que el aire fuera cálido y dorado.Deteniéndose  junto  a  la  cama  grande,  giró  la  cabeza  para  ver  a  Paula en  el  umbral,  con un vestigio de incertidumbre en los ojos.

—Ven aquí —abrió los brazos y ella voló a su círculo.

—¿Estás seguro? —le preguntó.

—¡Desde luego! —sonrió—. Ni por un minuto olvidé lo hermosa que eres —recalcó la afirmación con un beso.

Luego alzó la cabeza y vió el brillo en sus ojos. Ella fue a decir algo y él se aprovechó y  besó  la  boca abierta.  Paula calló.  Le  tomó  el  rostro  en  las  manos  y  ladeó  la  cabeza,  ahondando el beso, hasta que la respiración se le aceleró.Finalmente, Pedro levantó la cabeza. Las mejillas de Paula se veían acaloradas. El  pasó  los  dedos  por  el  cabello  oscuro  y  pensó  en  lo  mucho  que  había  anhelado  eso. Luego bajó las manos por la espalda en una caricia lenta y sensual hasta que llegó al borde de su top.

—Quiero mirarte... toda.

—Tú primero —dijo ella, separándose del abrazo.

—Lo que desee la dama.

Entonces  se  dedicó  a  observar  con  la  boca  reseca  mientras  se  desabrochaba  la  camisa y se aflojaba los pantalones para quitársela con gesto impaciente. El torso musculoso brilló bajo la deslumbrante luz de la tarde, bronceado por el sol del desierto.Pedro le sonrió al tiempo que se desprendía de los vaqueros.Los  calzoncillos  reflejaban  suficiente  deseo  y  ardor  como  para  erradicar  todo  pensamiento de su cabeza.

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