El corazón de Paula se desbocó. Sacudida por más lujuria que la que recordaba haber experimentado jamás, murmuró:
—Deja que te ayude.
Él gimió.
—Date la vuelta.
Solo pudo complacerlo. El sonido de la cremallera reverberó sorprendentemente alto. Sintió que su top cedía. Luego los labios de Pedro se posaron en la piel sensible de su nuca y trazó una línea de fuego a lo largo del punto erótico que únicamente él conocía. Tembló de placer. Lo había echado tanto de menos.La giró en sus brazos.
—Puedes ayudar deshaciéndote de ese condenado top. Lo más factible es que en este momento yo termine por romperlo... y es demasiado bonito.
Con fluidez, se lo quitó por la cabeza y dejó los pechos cubiertos solo por el sujetador.
—Eres hermosa.
El sujetador, de fino encaje amarillo pálido, contenía unos pechos plenos y voluptuosos, con los pezones oscuros. Contuvo un gemido. Alargó las manos trémulas y acarició las curvas de sus hombros, su cintura... hasta llegar a las caderas. Una vez allí, tiró con torpeza de la cremallera de la falda, que cayó en pliegues al suelo. La alzó y la pegó a su pecho, bien consciente de que casi se hallaba desnuda, y se dirigió a la cama interminable, sobre la cual la depositó con cuidado.Desnudo, se tumbó a su lado, y apoyándose en un codo, se inclinó para besar la curva de piel que salía por la parte superior del encaje. La piel de Paula era suave bajo sus labios y tras la delicada tela podía ver cómo se endurecía el pezón oscuro hasta formar una cumbre en punta.Las manos le temblaron al ocuparse del cierre frontal del sujetador. Una vez suelto, las copas se separaron. Coronándole los pechos con las manos, pasó los dedos pulgares sobre las cimas henchidas.Clea echó la cabeza atrás y gimió. Pedro se inclinó y sustituyó el dedo pulgar por la boca, y succionó con suavidad hasta que los gemidos se volvieron más sonoros. Con la boca bajó por el costado de un pecho, plantando besos en el valle central antes de ascender por el otro hasta llegar a la cumbre.Una vez más, Paula no pudo contener el sonido ronco que escapó de su garganta.
—Lucho por mostrar contención —musitó mientras la acercaba al borde de la cama y eliminaba la última prenda que los separaba y le abría las piernas. Se situó en el espacio que había creado entre los muslos de Paula—. Pero te prometo que iré realmente despacio. Tendré cuidado. Tú dime lo que quieres.—Solo estoy embarazada, así que es difícil que me quiebre. Pero si lo quieres saber, te quiero a tí —musitó, tomándole la cabeza entre las manos—. Dentro de mí. Ahora.
Al avanzar, la luz titiló por sus extremidades, dándole a su piel una tonalidad de bronce. Se detuvo ante la entrada del cuerpo de ella.
—¿Estás segura? —susurró—. ¿No quieres esperar, jugar un poco más?
—Habrá tiempo de sobra para eso más adelante. Ahora mismo estoy hambrienta.
—Yo también —reconoció. Y se apoyó sobre los codos y lamió el labio inferior antes de posar por completo la boca sobre la suya. Minutos después, comentó—: No ha sido más que un aperitivo.
—Necesito el plato principal —respondió Paula, con el corazón martilleándole de deseo. Pedro soltó una carchada.
—¡Ya te he alimentado, mujer insaciable!
Desde su regreso, era la primera vez que lo oía expresar un júbilo tan abierto. Actuó como el más poderoso de los afrodisíacos. Onduló contra su cuerpo hasta que sintió el latir de ambos corazones al unísono. Pedro introdujo una mano entre sus cuerpos y ella tembló bajo la caricia de esos dedos. Luego el contacto se relajó y se vio sustituido por un calor familiar y directo. Avanzando, se introdujo en ella con una facilidad que Paula no había imaginado.Se movieron al mismo ritmo, como una danza no olvidada. Una danza íntima para amantes. El ritmo se incrementó, los embates de Pedro más profundos. El placer se retorció, tensándose en el cuerpo de Paula. Hasta que, con un embiste final, llegó la liberación, enviándolos a los dos a un reino de color y deleite cegador.
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