Lo despertó un pájaro carpintero que martilleaba el nogal que había más allá de la ventana.A su lado, Paula no se movió. Giró y se apoyó en un codo, observándola a medida que el día se iluminaba. Finalmente, ella abrió los ojos, que reflejaron sorpresa y también júbilo. Y algo más...Entonces, antes de que él pudiera volver a refugiarse detrás de sus muros, ella soltó:
—Por la noche... sentí tu mano sobre mi estómago —giró hacia él y alargó la mano—. Pedro, debes saber el bebé no es de Fernando.
Pedro tembló. No quería hablar de nada que pudiera aportar discordia...
—Jamás ahondaré en las circunstancias de la concepción de tu hijo. Soy capaz de entender cómo pudo haber sucedido. Debiste sentirte sola.
—¡Aguarda!
Paula se levantó de la cama y Pedro no logró evitar admirar la belleza de sus curvas desnudas.Abrió las puertas del armario. Segundos después, él oyó la caja fuerte. Extrajo un sobre de papel de manila y lo abrió. Con una única hoja en la mano, fue hacia él. Volvió a acostarse en la cama y se la entregó; luego se cubrió la desnudez.
—No necesito...
—Sí.
Él miró la hoja impresa y su firma al pie.
—¿Qué tiene esto que...?
—¡Mírala!
Leyó el encabezado.Acuerdo de Almacenamiento del Cliente Donante.Mientras procesaba las posibilidades, alzó la mirada hacia ella con incredulidad.
—¿Qué intentas decirme?
—Tú eres el padre del bebé.
—Imposible —afirmó sin convicción. Agitó el documento—. ¿De dónde sacaste esto?
—Lo encontré entre los papeles de tu despacho cuando los repasaba... —tragó saliva— el año pasado después de recibir tu anillo. Supe que había llegado el momento de finalizar... cosas.
—¡Cielos!
—Encontrarlo entonces me pareció como si estuviera predestinado. Me proporcionó un objetivo en el desamparo que sentía. Y concebí de inmediato.
Años atrás, la primera vez que había tomado en consideración almacenar su esperma, le había parecido fatalista. No podía excluir la posibilidad de servir en una región donde la guerra química pudiera llegar a afectar su salud. Había sido un seguro... para el futuro. Por si acaso. Pero eso...No podía asimilarlo.
—Vas a tener que dejar que lo asimile —comentó al rato.
—La fe ciega jamás fue tu estilo —confirmó ella con un suspiro—. Y, por supuesto, querrás que me someta a una prueba de paternidad... también te aportaré la documentación de la inseminación artificial. Luego. Ahora, si me disculpas, voy a darme una ducha.
Pedro fue directamente hacia la ducha a través del vapor que nublaba el cuarto de baño. Sin vacilar, entró en el cubículo.Los ojos verdes que se alzaron para mirarlo brillaban por las lágrimas.
—¡No llores! —la abrazó con fuerza y el agua cayó sobre ambos.
—No lloro —se arrebujó contra su pecho.
—Pues me habrías engañado muy bien.
—Pedro—levantó la cara—, he perdido mi anillo...
Era lo último que habría esperado. Y resultaba evidente que eso la afectaba mucho. Pero la pérdida explicaba por qué no lo llevaba puesto.
—Shhh. Te compraré otro.
—No será lo mismo —soltó un sollozo—. Me lo quité para lavarme las manos y lo dejé en los aseos de mujeres en el museo. Al regresar, ya no estaba.
No permitió que dijera otra palabra. Le reclamó la boca. Probó sus lágrimas. Al final dijo:
—¡Paula!
Ella echó la cara hacia atrás y el agua cayó sobre sus mejillas, llevándose las lágrimas.
—¿Sí?
—Acabas conmigo —gimió.
—Y aún no he empezado —con el dedo índice jugueteó con su labio inferior.
—¡Para! —pero Paula se puso de puntillas hasta que pudo verle las motas doradas que hacía que sus ojos verdes brillaran con luminosa intensidad—. Antes... —titubeó— antes de que lamentes no hablar más primero.
—No lo lamentaré —le aseguró, acariciándole las mejillas—. Podemos hablar luego. Has perdido peso. No solías tener tan definidos los pómulos. Pero he de reconocer que me gusta. Es increíblemente sexy.
Él gruñó. Paula rió. Y con una oleada de anhelo, Pedro supo que amaba a esa mujer... con todo su corazón.
—Deberíamos...
—¿Ir al dormitorio? —Pedro gimió.
Se aferró a él.
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