jueves, 8 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 29

Lo despertó un pájaro carpintero que martilleaba el nogal que había más allá de la ventana.A su lado, Paula no se movió. Giró  y  se  apoyó  en  un  codo,  observándola  a  medida  que  el  día  se  iluminaba.  Finalmente, ella abrió los ojos, que reflejaron sorpresa y también júbilo. Y algo más...Entonces,  antes  de  que  él  pudiera  volver  a  refugiarse  detrás  de  sus  muros,  ella  soltó:

—Por  la  noche...  sentí  tu  mano  sobre  mi  estómago  —giró  hacia  él  y  alargó  la  mano—. Pedro, debes saber el bebé no es de Fernando.

Pedro tembló. No quería hablar de nada que pudiera aportar discordia...

—Jamás  ahondaré  en  las  circunstancias  de  la  concepción  de  tu  hijo.  Soy  capaz  de  entender cómo pudo haber sucedido. Debiste sentirte sola.

—¡Aguarda!

Paula se levantó de la cama y Pedro no logró evitar admirar la belleza de sus curvas desnudas.Abrió  las  puertas  del  armario.  Segundos  después,  él  oyó  la  caja  fuerte.  Extrajo  un  sobre de papel de manila y lo abrió. Con una única hoja en la mano, fue hacia él. Volvió a acostarse en la cama y se la entregó; luego se cubrió la desnudez.

—No necesito...

—Sí.

Él miró la hoja impresa y su firma al pie.

—¿Qué tiene esto que...?

—¡Mírala!

Leyó el encabezado.Acuerdo de Almacenamiento del Cliente Donante.Mientras procesaba las posibilidades, alzó la mirada hacia ella con incredulidad.

—¿Qué intentas decirme?

—Tú eres el padre del bebé.

—Imposible —afirmó  sin  convicción.  Agitó  el  documento—.  ¿De  dónde  sacaste  esto?

—Lo  encontré  entre  los  papeles  de  tu  despacho  cuando  los  repasaba...  —tragó saliva— el año pasado después de recibir tu anillo. Supe que había llegado el momento de finalizar... cosas.

—¡Cielos!

—Encontrarlo  entonces  me  pareció  como  si  estuviera  predestinado. Me proporcionó un objetivo en el desamparo que sentía. Y concebí de inmediato.

Años atrás,  la  primera  vez  que  había  tomado  en  consideración  almacenar  su  esperma,  le  había  parecido  fatalista.  No  podía  excluir  la  posibilidad  de  servir  en  una  región  donde  la guerra  química  pudiera  llegar  a  afectar  su  salud.  Había  sido  un  seguro... para el futuro. Por si acaso. Pero eso...No podía asimilarlo.

—Vas a tener que dejar que lo asimile —comentó al rato.

—La fe ciega jamás fue tu estilo —confirmó ella con un suspiro—. Y, por supuesto, querrás   que me someta  a  una prueba de paternidad... también te aportaré  la  documentación  de  la  inseminación  artificial.  Luego.  Ahora,  si  me  disculpas,  voy  a  darme una ducha.

Pedro fue directamente hacia la ducha a través del vapor que nublaba el cuarto de baño. Sin vacilar, entró en el cubículo.Los ojos verdes que se alzaron para mirarlo brillaban por las lágrimas.

—¡No llores! —la abrazó con fuerza y el agua cayó sobre ambos.

—No lloro —se arrebujó contra su pecho.

—Pues me habrías engañado muy bien.

—Pedro—levantó la cara—, he perdido mi anillo...


Era lo último que habría esperado. Y resultaba evidente que eso la afectaba mucho. Pero la pérdida explicaba por qué no lo llevaba puesto.

—Shhh. Te compraré otro.

—No será lo mismo  —soltó un sollozo—.  Me lo  quité  para  lavarme  las  manos  y  lo  dejé en los aseos de mujeres en el museo. Al regresar, ya no estaba.

No permitió que dijera otra palabra. Le reclamó la boca. Probó sus lágrimas. Al final dijo:

—¡Paula!

Ella echó  la  cara  hacia  atrás  y  el  agua  cayó  sobre  sus  mejillas,  llevándose  las  lágrimas.

—¿Sí?

—Acabas conmigo —gimió.

—Y aún no he empezado —con el dedo índice jugueteó con su labio inferior.

—¡Para! —pero  Paula se  puso  de  puntillas  hasta  que  pudo  verle  las  motas  doradas  que hacía que sus ojos verdes brillaran con luminosa intensidad—. Antes... —titubeó— antes de que lamentes no hablar más primero.

—No lo lamentaré —le aseguró, acariciándole las mejillas—. Podemos hablar luego. Has perdido peso. No solías tener tan definidos los pómulos. Pero he de reconocer que me gusta. Es increíblemente sexy.

Él gruñó. Paula rió. Y  con  una  oleada  de  anhelo,  Pedro supo  que  amaba  a  esa  mujer...  con  todo  su  corazón.

—Deberíamos...

—¿Ir al dormitorio? —Pedro gimió.

Se aferró a él.

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