jueves, 22 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 3

Poco  después,  había  un  cubierto  y  un  plato  de  comida  listos  para  él.  Aimi  descubrió,  para  su  disgusto,  que  Jonas  estaba  frente  a  ella.  Era  imposible  no  verlo cuando  alzaba  la  cabeza.  Incluso  sin  levantarla,  lo  percibía.  Su  presencia  en  la  habitación era como una corriente de energía. Era imposible ignorarlo. Por suerte, él charlaba con su madre y pudo estudiarlo con libertad. Tenía el pelo negro y la mandíbula fuerte, pero sus labios sugerían sensualidad. Se  preguntó  cómo  sería  sentirlos  y  sintió  un  delicioso  escalofrío.  Cerró  los  ojos  e  inspiró profundamente. Tenía que controlarse, lo antes posible. Se enorgullecía de su templanza y la necesitaba. No podía permitir que Pedro notase cuánto la afectaba. Por  lo  que  acababa  de  oír  y  ver,  era  obvio  que  el  hombre  no  necesitaba  que  lo  animasen a la hora de atraer polillas a su luz. Pero iba a descubrir que cierta polilla era   invulnerable.   Aunque   tuviera   reputación   de   derretir   a   las   mujeres,   no   lo   conseguiría con ella. Paula no estaba disponible. Abrió los ojos tras recuperar su fuerza. No era una mujer débil, a merced de sus sentidos, era fuerte. Estaba concentrada en la deliciosa comida de su plato cuando se le  erizó  el  cabello  de  la  nuca.  Alzó  la  vista  y  comprobó  que  Pedro la  observaba  con  mirada provocativa. Sus ojos se encontraron un momento, antes de que él sonriera y desviase la mirada. Pero fue suficiente para que a ella se le acelerase el pulso. Se dijo que era por irritación, aunque una vocecita le decía lo contrario. Ese hombre no era ningún tonto y  había  percibido  su  reacción  inicial  al  verlo.  Aimi  no  permitiría  que  volviera  a  ocurrir. Alzó la cabeza y volvió a interesarse en la conversación general, como antes de la  llegada  de  Jonas.  Lo  miró  una  o  dos  veces  y  captó  una  mirada  divertida  en  sus  ojos,  pero  alertada,  no  reaccionó.  Por  fin,  tras  la  hora  más  extraña  que  Aimi  recordaba haber pasado ante una mesa, la cena concluyó.

 —Tomemos  el  café  en  la  terraza  —sugirió  Ana—.  Puede  que  sople  algo  de  aire fresco. Hace un calor agobiante.

Estaban sufriendo una ola de calor que no parecía dispuesta a terminar. Todos salieron. Simplemente ver el jardín y el lago ornamental resultaba refrescante.

—Debes alegrarte de no estar en la ciudad este fin de semana, Paula—comentó Horacio Alfonso, repartiendo los cafés que servía su esposa.

—¡Oh,  sí!  —Paula aceptó  su  taza—.  Mi  piso  tiene  aire  acondicionado,  pero  en  noches como ésta no sirve de nada. Y trabajar en su despacho será mejor que hacerlo en un archivo polvoriento.

—Pensé  que  eras  la  ayudante  de  mi  hermano.  ¿Estás  pluriempleada  como  archivista?

La  pregunta  era  de  Pedro y  Paula tomó  aire  antes  de  volverse  hacia  él.  Había  cambiado  de  apariencia  desde  la  cena.  Sin  chaqueta  y  corbata,  y  con  la  camisa  arremangada, tenía un aspecto muy distinto. Daba una impresión mucho más viril y sexy. No  la  sorprendió  sentir  que  se  le  secaba  la  boca.  Por  suerte,  había  tomado  un  sorbo de café para mojarse los labios antes de contestar.

—No  estoy  pluriempleada.  Ayudo  a  Fede con  la  investigación  para  su  libro  sobre la familia.

—¿Fede? No parece un trato muy profesional —la pinchó Pedro.


Paula sonrió.

—Puede  que  usted  sea  un  jefe  que  insiste  en  el  trato  formal,  señor  Alfonso,  pero su hermano prefiere un trato más amigable —le contestó con desparpajo.

—Llámame  Pedro.  Aquí  nunca  insisto  en  las  formalidades  —declaró  él. Paula comprendió  que  no  se  había  hecho  ningún  favor.  Tendría  que  tutearlo  o  quedaría  como una tonta—. Así que también eres investigadora.

—Y se le da muy bien —alabó Federico—. Lógico, considerando que se licenció en Historia con matrícula de honor.

Pedro inclinó  la  cabeza  hacia  Paula,  con  un  gesto  que  demostró  que  estaba  impresionado.

—Una  mujer  de  muchos  talentos.  No  me  extraña  que  Fede te  contratara.  Si  la  historia  es  tu  gran  amor,  ¿Por  qué  no  trabajas  en  uno  de  los  museos  o  instituciones  relacionados con eso?

—Por  desgracia,  esos  trabajos  no  son  fáciles  de  encontrar  y,  como  estoy  acostumbrada a comer tres veces al día, tuve que buscar alternativas —contestó ella.

 —Una  gran  pérdida  para  la  historia  y  una  gran  suerte  para  mi  hermano  —replicó Pedro—. Y para nosotros, por supuesto. O no habríamos contado con el placer de tu compañía este fin de semana.

—Me temo que no me verán  mucho. Estoy aquí para trabajar —apuntó Paula, risueña.

—Fede no  puede  pretender  que  trabajes  mientras  los  demás  nos  divertimos  —se sorprendió Pedro.

Miró a su hermano con desaprobación.

—Claro que no. Paula sabe perfectamente que espero que ella también se relaje —replicó Federico  rápidamente.

Ella contuvo un suspiro exasperado.

—Me ocuparé de que lo haga —los ojos de Pedro chispearon.

—No te molestes —rechazó ella con cortesía.

Le costó mantener la expresión de serenidad.

—No será ninguna molestia. Será un placer.

Ella  supo  que  no  podía  protestar  más,  pero  se  aseguraría  de  evitarlo  en  la  medida de lo posible. Captó su mirada divertida y se sintió en la obligación de decir algo.

—¿A  qué  te  dedicas,  Pedro?  —preguntó—.  ¿O  ya  has  ganado  tanto  dinero  que  no necesitas trabajar? —añadió, refiriéndose al comentario de Federico al presentarlos.

—Compro empresas con problemas e intento sanearlas —contestó él, divertido.

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