—Tomemos el café en la terraza —sugirió Ana—. Puede que sople algo de aire fresco. Hace un calor agobiante.
Estaban sufriendo una ola de calor que no parecía dispuesta a terminar. Todos salieron. Simplemente ver el jardín y el lago ornamental resultaba refrescante.
—Debes alegrarte de no estar en la ciudad este fin de semana, Paula—comentó Horacio Alfonso, repartiendo los cafés que servía su esposa.
—¡Oh, sí! —Paula aceptó su taza—. Mi piso tiene aire acondicionado, pero en noches como ésta no sirve de nada. Y trabajar en su despacho será mejor que hacerlo en un archivo polvoriento.
—Pensé que eras la ayudante de mi hermano. ¿Estás pluriempleada como archivista?
La pregunta era de Pedro y Paula tomó aire antes de volverse hacia él. Había cambiado de apariencia desde la cena. Sin chaqueta y corbata, y con la camisa arremangada, tenía un aspecto muy distinto. Daba una impresión mucho más viril y sexy. No la sorprendió sentir que se le secaba la boca. Por suerte, había tomado un sorbo de café para mojarse los labios antes de contestar.
—No estoy pluriempleada. Ayudo a Fede con la investigación para su libro sobre la familia.
—¿Fede? No parece un trato muy profesional —la pinchó Pedro.
Paula sonrió.
—Puede que usted sea un jefe que insiste en el trato formal, señor Alfonso, pero su hermano prefiere un trato más amigable —le contestó con desparpajo.
—Llámame Pedro. Aquí nunca insisto en las formalidades —declaró él. Paula comprendió que no se había hecho ningún favor. Tendría que tutearlo o quedaría como una tonta—. Así que también eres investigadora.
—Y se le da muy bien —alabó Federico—. Lógico, considerando que se licenció en Historia con matrícula de honor.
Pedro inclinó la cabeza hacia Paula, con un gesto que demostró que estaba impresionado.
—Una mujer de muchos talentos. No me extraña que Fede te contratara. Si la historia es tu gran amor, ¿Por qué no trabajas en uno de los museos o instituciones relacionados con eso?
—Por desgracia, esos trabajos no son fáciles de encontrar y, como estoy acostumbrada a comer tres veces al día, tuve que buscar alternativas —contestó ella.
—Una gran pérdida para la historia y una gran suerte para mi hermano —replicó Pedro—. Y para nosotros, por supuesto. O no habríamos contado con el placer de tu compañía este fin de semana.
—Me temo que no me verán mucho. Estoy aquí para trabajar —apuntó Paula, risueña.
—Fede no puede pretender que trabajes mientras los demás nos divertimos —se sorprendió Pedro.
Miró a su hermano con desaprobación.
—Claro que no. Paula sabe perfectamente que espero que ella también se relaje —replicó Federico rápidamente.
Ella contuvo un suspiro exasperado.
—Me ocuparé de que lo haga —los ojos de Pedro chispearon.
—No te molestes —rechazó ella con cortesía.
Le costó mantener la expresión de serenidad.
—No será ninguna molestia. Será un placer.
Ella supo que no podía protestar más, pero se aseguraría de evitarlo en la medida de lo posible. Captó su mirada divertida y se sintió en la obligación de decir algo.
—¿A qué te dedicas, Pedro? —preguntó—. ¿O ya has ganado tanto dinero que no necesitas trabajar? —añadió, refiriéndose al comentario de Federico al presentarlos.
—Compro empresas con problemas e intento sanearlas —contestó él, divertido.
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