—Ven a saludar a mi hermano, estoy deseando que te conozca —la invitó.
El corazón de Paula se aceleró al pensar en mirar esos asombrosos ojos de nuevo. Pero quería comprobar que no había imaginado lo ocurrido, así que sonrió y se puso en pie. Mientras iba hacia Pedro Alfonso, rodeado por su familia, tuvo la sensación de que iniciaba un camino predestinado. La voz de la cautela le murmuró «No vayas», pero siguió adelante. Alzó los ojos hacia los de él y, de nuevo, el aire pareció cargarse y espesarse.
—Paula, este impresionante tipo es mi hermano Pedro—dijo Federico, sin notar la extraña corriente—. Alto, guapo y asquerosamente rico, también es un poco donjuán, te lo advierto. Esta joven es mi indispensable ayudante, Paula.
—Hola, indispensable Paula de Fede—la sonrisa directa de Pedro mostró sus relucientes dientes blancos mientras le ofrecía la mano—. Encantado de conocerte —dijo con voz de timbre bajo y seductor.
Paula gimió para sí, nerviosa al saber que seguía afectándola la fuerza del carisma de ese hombre, a pesar de haber vuelto a alzar sus defensas. Rezumaba seguridad masculina y atractivo sexual. Titubeó un segundo antes de aceptar su mano y, cuando sintió sus dedos, supo por qué. El contacto creó una oleada de escalofríos que recorrieron su sistema, erizándole el vello.
—Yo también estoy encantada de conocerte —contestó con cortesía, alegrándose de que su voz sonara normal. Liberó su mano y apretó los dedos contra la palma—. Federico habla de tí a menudo —dijo.
Era cierto, aunque nunca había mencionado lo carismático que era su hermano. Probablemente porque él no lo veía así. Serían las mujeres las que captaban eso en él. ¡Algo que ella habría preferido no percibir! Aunque podía admirar el físico de un hombre, intentaba que nunca la afectase. Sin embargo ese día algo iba mal y no le gustaba nada.
—Ah, por eso me han pitado tanto los oídos últimamente —bromeó Pedro con una sonrisa traviesa— ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Fede? —preguntó, mirando su falda gris y recta, y la blusa blanca que lucía, a pesar del calor.
—Seis meses, más o menos —dijo Federico, sonriendo a Paula—. ¡Todo el mundo debería tener una ayudante tan maravillosa como ella!
—¿Ah, sí? —su hermano miró de uno a otro—. ¿Detecto algo más que una relación de trabajo? —preguntó.
Paula intuyó que quería saber hasta qué punto estaba Federico interesado por ella.
—¡Cielos, no! —Federico se rió y sacudió la cabeza—. ¡Nada de eso! Ella ha puesto orden en el caos de mi vida. ¿Verdad, Paula?
—Hago lo que puedo —aceptó Paula, incómoda, preguntándose si Federico era consciente de que acababa de decirle a su hermano que no estaba vedada.
Por la ironía que veía en los ojos de Pedro, él sí se había percatado, y sabía que Pualatambién.
—¿A qué se debe que te hayas decidido a venir este fin de semana? ¿Te ha dejado alguna mujer? —preguntó Federico con precisión de cirujano.
Paula tuvo que contener una sonrisa.
—Tan delicado como siempre, Fede—Pedro sonrió a Paula—. Sí, inesperadamente, me encontré con un fin de semana libre. ¡Pero creo que no será tan decepcionante como había pensado!
Consciente de lo que estaba sugiriendo, Paula alzó las cejas. Aunque ya no jugara, no había olvidado las reglas del juego.
—¡Seguro que sí lo será! —afirmó ella.
—¿Eso crees? —él ladeó la cabeza—. Suelo encontrar algo con lo que divertirme.
—¡Típico de Pepe! —rezongó Federico— ¿No crees que ya es hora de madurar? Tienes treinta y cuatro años. Deberías de estar pensando en asentarte y formar una familia.
—Eso te lo dejo a tí. Yo soy feliz con mi vida.
—Yo por lo menos busco a alguien. Tú sólo vas con bellezas de cabeza hueca. ¿Qué diablos ves en ellas? ¡Ni siquiera pueden entablar una conversación inteligente! —insistió Federico.
—¡Avergüénzate, Fede! —interrumpió su hermana—. Pepe puede salir con el tipo de mujer que prefiera. El que quiera probar a toda la población femenina no implica que no vaya a asentarse eventualmente. Lo hará cuando esté listo.
—Gracias por hacerme quedar como un donjuán sin corazón, Luciana—Pedro suspiró ante la crítica de la persona que le era más querida y cercana.
—Claro que tienes corazón, pero eres un donjuán —Luciana besó su mejilla—. Te quiero, Pepe, pero debes admitir que tu actitud hacia las mujeres es deplorable. ¡Necesitarías enamorarte de una mujer que no te quiera, para variar!
—¡Esa es mi chica! —exclamó Pedro, seco—. No esperaría menos de quien intervino en una pelea para rescatar a su hermanito pequeño.
—¡Oh, sí, me rescató! —dijo Federico con pesar—. ¡Y después me pegó por meterme en la pelea!
Todos se rieron con eso. Paula se alegró de haber dejado de ser el centro de atención.
—Vamos. Sentémonos antes de que se enfríe la cena —ordenó Ana—. Pepe, siéntate junto a Luciana. Quiero saber qué has hecho últimamente.
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