jueves, 22 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 2

Hasta ese momento. Sin  una  palabra,   él   había   atravesado  sus  defensas,   haciéndole sentir  cosas  que  no  deseaba.  No  sabía  por  qué  había  ocurrido,  sólo  que  debía  reparar  rápidamente  el  daño.  Se  ordenó  serenidad  y  respiró  lentamente  hasta  recuperar el control y poder aparentar calma externa. Sintió una mano en el brazo y dió un bote. Era  Federico.

—Ven a saludar a mi hermano, estoy deseando que te conozca —la invitó.

El  corazón  de  Paula  se  aceleró  al  pensar  en  mirar  esos  asombrosos  ojos  de  nuevo.  Pero quería comprobar que no había imaginado lo ocurrido, así que sonrió y se puso en pie. Mientras iba hacia Pedro Alfonso, rodeado por su familia, tuvo la sensación de que iniciaba un camino predestinado. La voz de la cautela le murmuró «No vayas», pero siguió adelante. Alzó los ojos hacia los de él y, de nuevo, el aire pareció cargarse y espesarse.

—Paula,  este  impresionante  tipo  es  mi  hermano  Pedro—dijo Federico,  sin  notar  la  extraña corriente—. Alto, guapo y asquerosamente rico, también es un poco donjuán, te lo advierto. Esta joven es mi indispensable ayudante, Paula.

—Hola,  indispensable  Paula de  Fede—la  sonrisa  directa  de  Pedro mostró  sus  relucientes dientes blancos mientras le ofrecía la mano—. Encantado de conocerte —dijo con voz de timbre bajo y seductor.

Paula gimió  para  sí,  nerviosa  al  saber  que  seguía  afectándola  la  fuerza  del  carisma  de  ese  hombre,  a  pesar  de  haber  vuelto  a  alzar  sus  defensas.  Rezumaba  seguridad  masculina  y  atractivo  sexual.  Titubeó  un  segundo  antes  de  aceptar  su  mano  y,  cuando  sintió  sus  dedos,  supo  por  qué.  El  contacto  creó  una  oleada  de  escalofríos que recorrieron su sistema, erizándole el vello.

—Yo  también  estoy  encantada de  conocerte  —contestó  con  cortesía,  alegrándose de que su voz sonara normal. Liberó su mano y apretó los dedos contra la  palma—.  Federico habla  de  tí  a  menudo  —dijo.

Era  cierto,  aunque  nunca  había  mencionado lo carismático que era su hermano. Probablemente porque él no lo veía así. Serían las mujeres las que captaban eso en él. ¡Algo que ella habría preferido no percibir!  Aunque  podía  admirar  el  físico  de  un  hombre,  intentaba  que  nunca  la  afectase. Sin embargo ese día algo iba mal y no le gustaba nada.

 —Ah,  por  eso  me  han  pitado  tanto  los  oídos  últimamente  —bromeó  Pedro con  una  sonrisa  traviesa—  ¿Cuánto  tiempo  hace  que  trabajas  para  Fede?  —preguntó,  mirando su falda gris y recta, y la blusa blanca que lucía, a pesar del calor.

—Seis  meses,  más  o  menos  —dijo  Federico,  sonriendo  a  Paula—.  ¡Todo  el  mundo  debería tener una ayudante tan maravillosa como ella!

—¿Ah,  sí?  —su  hermano  miró  de  uno  a  otro—.  ¿Detecto  algo  más  que  una  relación  de  trabajo?  —preguntó.

Paula   intuyó  que  quería  saber  hasta  qué  punto  estaba Federico interesado por ella.

—¡Cielos, no!  —Federico se rió y sacudió la cabeza—. ¡Nada de eso! Ella ha puesto orden en el caos de mi vida. ¿Verdad, Paula?

—Hago  lo  que  puedo  —aceptó  Paula,  incómoda,  preguntándose  si  Federico era  consciente  de  que  acababa  de  decirle  a  su  hermano  que  no  estaba  vedada.

 Por  la  ironía  que  veía  en  los  ojos  de  Pedro,  él  sí  se  había  percatado,  y  sabía  que  Pualatambién.

—¿A  qué  se  debe  que  te  hayas  decidido  a  venir  este  fin  de  semana?  ¿Te  ha  dejado  alguna  mujer?  —preguntó  Federico con  precisión  de  cirujano.

Paula tuvo  que  contener una sonrisa.

—Tan delicado como siempre, Fede—Pedro sonrió  a  Paula—.    Sí,  inesperadamente, me encontré con un fin de semana libre. ¡Pero creo que no será tan decepcionante como había pensado!

Consciente  de  lo  que  estaba  sugiriendo,  Paula alzó  las  cejas.  Aunque  ya  no  jugara, no había olvidado las reglas del juego.

—¡Seguro que sí lo será! —afirmó ella.

—¿Eso   crees?   —él   ladeó   la   cabeza—.   Suelo   encontrar   algo   con   lo   que   divertirme.

—¡Típico  de  Pepe!  —rezongó  Federico—  ¿No  crees  que  ya  es  hora  de  madurar?  Tienes  treinta  y  cuatro  años.  Deberías  de  estar  pensando  en  asentarte  y  formar  una  familia.

 —Eso te lo dejo a tí. Yo soy feliz con mi vida.

—Yo  por  lo  menos  busco  a  alguien.  Tú  sólo  vas  con  bellezas  de  cabeza  hueca.  ¿Qué diablos ves en ellas? ¡Ni siquiera pueden entablar una conversación inteligente! —insistió Federico.

—¡Avergüénzate,  Fede!  —interrumpió  su  hermana—.  Pepe puede  salir  con  el  tipo  de  mujer  que  prefiera.  El  que  quiera  probar  a  toda  la  población  femenina  no  implica que no vaya a asentarse eventualmente. Lo hará cuando esté listo.

—Gracias  por  hacerme  quedar  como  un  donjuán  sin  corazón,  Luciana—Pedro suspiró ante la crítica de la persona que le era más querida y cercana.

—Claro que tienes corazón, pero eres un donjuán —Luciana besó su mejilla—. Te quiero,  Pepe,  pero  debes  admitir  que  tu  actitud  hacia  las  mujeres  es  deplorable.  ¡Necesitarías enamorarte de una mujer que no te quiera, para variar!

 —¡Esa  es  mi  chica!  —exclamó  Pedro,  seco—.  No  esperaría  menos  de  quien  intervino en una pelea para rescatar a su hermanito pequeño.

—¡Oh,  sí,  me  rescató!  —dijo  Federico con  pesar—.  ¡Y  después  me  pegó  por  meterme en la pelea!

 Todos  se  rieron  con  eso.  Paula se  alegró  de  haber  dejado  de  ser  el  centro  de  atención.

—Vamos.   Sentémonos  antes  de  que  se enfríe la cena —ordenó Ana—. Pepe, siéntate junto a Luciana. Quiero saber qué has hecho últimamente.

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