—¿Afirmas que adquirimos un artículo robado? ¿Que las piezas nunca se compraron al amigo de mi padre? Es una acusación muy seria.
—Hace cuatro años, Candela y yo le solicitamos al Museo de Irak permiso para fotografiar esa máscara... y cierto número de piezas de la misma colección. Mi petición fue rechazada con cierta brusquedad —enarcó una ceja—. ¿Coincidencia? No lo creo.
—Hace cuatro años. Pero eso... abrió los ojos.
Él asintió.
—Mi curiosidad se despertó. Empecé a hacer preguntas. Ya había contratado a Candela para que realizara algunas investigaciones para mí... acerca de una pequeña tableta que había visto en este museo, y cuya procedencia Alan me había garantizado que era segura. Me recordó notablemente a una tableta que había visto en Estambul y eso me molestó. Cuanto más ahondaba, más dudaba de que la máscara hubiera regresado alguna vez al Museo de Irak desde Estambul.
—¿Podrías confirmar si alguna vez se informó del robo de la tableta o de la máscara?
Pedro movió la cabeza.
—Pero es evidente que alguien sabía que yo había mostrado interés en esa pieza. Alguien que estaba al tanto de los robos. Y ese alguien iba en serio.
—¿Qué quieres decir? —inquirió conmocionada.
—Desde entonces a Candela no se la ha visto... sospecho que está muerta —observó la galería como si temiera que pudieran oírlos—. Podemos discutir más sobre el tema esta noche... una vez hayan terminado las festividades.
—No —quería llegar al fondo de esa revelación perturbadora—. Esto es demasiado importante para demorarlo. Vayamos a mi despacho.
Una vez allí, Pedro cerró la puerta a su espalda.Paula fue hacia la ventana que daba al patio lleno de gente y al final se volvió hacia él con el rostro lleno de confusión. Él comenzó a hablar.
—Desde que mencionaste que te dieron mi anillo, eso no ha parado de dar vueltas en mi cabeza. Fue muy oportuno el modo en que apareció como una prueba cuando tú te negaste a aceptar cualquier otra explicación —entrecerró los ojos—. Me secuestraron hace casi cuatro años. Pero el anillo me lo arrancaron del dedo en agosto pasado.
Ella sintió que se le ponía la piel de gallina.
—Eso significaría... —su voz se apagó.
—Que todo el tiempo alguien que podía poner ese anillo en tus manos sabía lo que de verdad me había sucedido. Ciertamente, alguien sabía que Akam me tenía prisionero... lo que bastó para ponerlo a este extremadamente nervioso. Por eso me mantuvo con vida en vez de matarme, tal como le habían ordenado.
—Lo que sugieres es imposible —afirmó Paula espantada.
—Diabólico, sí. ¿Imposible? No estoy tan seguro —se encogió de hombros—. Pero espero que tengas razón.
—¡Papá! —su padre jamás juraba en presencia de mujeres.
Retrocedió un paso con la carpeta pegada al pecho.Donald Tomlinson se puso de pie.
—No te alejes de mí de esa manera. Tú no lo crees, ¿Verdad?
—Yo... no lo sé —tartamudeó.—¿No estás segura? ¿Le creerías a él antes que a mí?
Aguijoneada por el dolor, cruzó los brazos sobre su vientre.
—Ya no sé qué ni a quién creer. Oh, papá, estoy tan confusa.
Cuando él abrió los brazos, Paula titubeó.
—Le crees a él.
—Convénceme de que es mentira —suplicó.
—¿Convencerte? Soy tu padre. ¿Dónde está tu lealtad? ¿Quién te crió? ¿Quién fue padre y madre para tí después de que esa zorra nos dejara por otro hombre y sus hijos?
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