martes, 20 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 39

Se quedó de piedra. Nunca había visto ese lado amargado y venenoso de su padre.

—Siempre has tenido mi inquebrantable lealtad —hasta ese momento—. Fernando me contó  que  tú sabías que  la única  razón  por  la  que quería  casarse conmigo  era  porque  estaba en la ruina.

—¡No es verdad! Fernando siempre ha querido casarse contigo... habría sido el marido perfecto si ese otro canalla no hubiera interferido.

—Yo me enamoré de Pedro.

—¡Amor!

—Al menos a Pedro no hubo que sobornarlo para que se casara conmigo —ante la expresión atónita de  su padre,  continuó implacable—:  Sí,  Fernando me  contó  que  le  ofreciste un estímulo.

—Es lo que deberías haber hecho en todo momento... todo habría encajado.

Se mostró asombrada.

—¿Por eso intentaste matar a Pedro? ¿Para que yo quedara libre para casarme con Fernando? —sintió  náuseas.  Comenzó  a dars  la  vuelta—.  Debería  irme  a  casa  —la  voz  baja de su padre la detuvo.

—No lo entiendes, Paula. Iba a destruirme... junto con todo lo que había levantado.

—¿A qué te refieres? —giró en redondo.

—Lo supe nada más presentármelo. Pedro es más agudo que un cuchillo... ve cosas que  la  mayoría de la  gente  no  nota.  Es  un  canalla frío  e  inteligente.  Ese  cerebro  analítico  que  tiene  enlaza  información  y  escupe  la  respuesta.  Había  vivido  en  Irak  y  Afganistán. Entendía el comercio de antigüedades de Oriente Medio... a los jugadores, el mercado negro, el mercado legítimo. Y encima, tenía ese don peculiar de reconocer un fraude a simple vista... y su capacidad de recordar información sobre las piezas más oscuras era formidable. Supe que solo sería cuestión de tiempo.

La confusión de Paula se convirtió en certeza... y amarga decepción.

—Estás  involucrado  en  la  compra  de  piezas  robadas.  Te defendí  —comentó  con  tristeza—. Le dije a Pedro que tú jamás participarías en algo así —qué ciega había sido su lealtad—. No te conozco para nada, ¿Verdad?

Le  debía  una  disculpa  a  Pedro.  Él  tenía  razón.  Era  demasiado  ingenua  para  dejarla  obrar por su cuenta. Su padre abrió los brazos.

—Intenté evitarte la noticia de su muerte, querida. Si hubieras creído que tu marido te había abandonado por otra mujer y te hubieras divorciado, habría sido... más fácil.

—Pero  yo  jamás  me  creí  eso.   Lo que  significó  que  debías  procurarte  otro   escenario...  y  ahí  es  donde  intervienen  tus  «investigadores»  y  la  muerte  de  Pedro en  un accidente de coche en el desierto con una amante inexistente. El problema fue que los hombres que contrataste para matarlo solo lo secuestraron... y lo mantuvieron vivo como seguro. Así que arreglaste una condena de muerte sobre los secuestradores... y su víctima. De haber tenido éxito, jamás me habría enterado de que habías intentado ejecutar a mi marido.

—Una vez iniciado el proceso, creció como una bola de nieve.

Había sido tan ingenua. Tuvo ganas de llorar. Pero con eso no lograría nada.

—Papá... Pedro ha visto la Dama del templo y sabe cuál es su procedencia original. No me cabe duda de que irá al FBI.

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