—Sospecho que sí te ama. Mi regreso, haciendo que volviera a perderte, se lo habrá hecho descubrir.
Pero Paula lo negaba con un movimiento de cabeza.
—Nunca fui suya para que pudiera perderme. No, solo intentaba endulzar una propuesta mercenaria. Si se casaba conmigo, mi padre habría saldado todas sus deudas.
Se la veía tan angustiada que, sin importarle la atención que pudiera atraer sobre ellos, fue a ponerse en cuclillas junto a su silla y la abrazó. Ella lo rodeó con los brazos.
—Nunca en esta vida permitiré que eso suceda.
Esa era su mujer y llevaba dentro a su hijo. La oleada de posesión primitiva lo desconcertó. Lamentaba no haber hecho papilla a Hall-Lewis cuando tuvo la oportunidad. Había herido a Paula.
—Fernando es un idiota —musitó.
Paula se apoyó en él.
—Siento como si me hubiera equivocado por completo en mi evaluación de él. Era mi amigo... mi mejor amigo.
—Estoy seguro de que aún se considera tu amigo.
—Entonces, ¿Cómo puede hacerme esto?
—Fernando siempre se querrá más a sí mismo. Piensa en él como un imbécil superficial —le dio un beso en la mejilla—. El dinero lleva a los hombres a hacer las cosas más estúpidas...
Ella se secó las lágrimas y luego rio. Ladeó la cabeza.
—Pero no a tí —lo expresó con convicción.
Pedro movió la cabeza, le apartó un mechón de la cara y se sintió aliviado de ver que la expresión de angustia había desaparecido.
—Hace mucho aprendí que en la vida hay cosas más importantes que el dinero —los últimos cuatro años solo habían servido para reafirmar esa creencia. La salud, la cordura, el amor... nada de eso podía comprarse.
—Gracias por no decir ya te lo dije —murmuró Paula.
—Solo lamento no haber podido ahorrarte la experiencia de que Fernando te hiriera.
—Lo superaré. Al menos te tengo a tí... así que hay un lugar en mi corazón que está intacto. Ahora me duele el orgullo y me siento estúpida. ¿Por qué siempre confío en las personas equivocadas?
Suspirando, ella se irguió y Pedro se puso de pie.También él había traicionado su confianza. No era agradable aceptarlo. No deseaba figurar en una lista con las personas que la habían decepcionado.Volvió a su silla y preguntó:
—¿Te apetece tomar algo de postre? —ella movió la cabeza—. ¿Café?
—Cancela el café —lo miró largamente—. La cena estuvo deliciosa, pero ahora me gustaría ir a casa.
Casa.Coincidieron en eso. No había otro sitio donde Pedro deseara estar.
Habían pasado casi tres semanas desde su regreso a casa, y cada vez que volvía de la nueva oficina que había montado, seguía lleno de expectación al ver a Paula. Esa noche, después de reunirse con un oscuro exagente de las fuerzas especiales, llegaba más tarde que de costumbre. Leonardo ya se había marchado. Paula no se hallaba en la terraza ni acurrucada en el chesterfield del estudio. Subió los escalones de dos en dos. La encontró en la habitación del bebé junto a la cuna que habían comprado juntos unos días antes, colocando encima de ella un móvil compuesto de patos amarillos. No lo había oído llegar y se detuvo en la puerta, grabando en la memoria la imagen que ofrecía enfundada en unos vaqueros viejos, una camiseta blanca y descalza. Dadas las preguntas que había estado formulando en las últimas semanas, se arriesgaba a liberar a los fantasmas de los monstruos enterrados en lo más hondo de su inconsciente... monstruos que sospechaba que jamás podría contener una vez que hubieran escapado.Pero necesitaba respuestas. Solo entonces podría recobrar la paz y la cordura que anhelaba y continuar con su vida con Paula. Se movió ligeramente y ella giró la cabeza. Al instante el rostro se le iluminó con una sonrisa.
—¡Pedro!
El placer que mostró derritió el frío vacío que anidaba en su interior.Fue hacia ella, la tomó en brazos y le dió un beso en el cuello.Paula enganchó los dedos en la cintura de los pantalones de su traje.
—Tengo algo para tí.
—Solo te necesito a tí.
Paula era su sol... su amor... su todo. Y su mayor temor era que encontrar las respuestas que buscaba únicamente sirviera para herirla más.
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