jueves, 15 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 33

—Sospecho que sí te ama. Mi regreso, haciendo que volviera a perderte, se lo habrá hecho descubrir.

Pero Paula lo negaba con un movimiento de cabeza.

—Nunca  fui  suya  para  que  pudiera  perderme.  No,  solo  intentaba  endulzar  una  propuesta  mercenaria.  Si  se  casaba  conmigo,  mi  padre  habría  saldado  todas  sus  deudas.

Se  la veía  tan  angustiada  que,  sin  importarle  la  atención  que  pudiera  atraer  sobre  ellos, fue a ponerse en cuclillas junto a su silla y la abrazó. Ella lo rodeó con los brazos.

—Nunca en esta vida permitiré que eso suceda.

Esa era su  mujer y  llevaba  dentro a  su  hijo.  La  oleada  de  posesión  primitiva  lo  desconcertó.   Lamentaba  no haber hecho papilla  a  Hall-Lewis   cuando tuvo  la   oportunidad. Había herido a Paula.

—Fernando es un idiota —musitó.

Paula se apoyó en él.

—Siento como si me hubiera equivocado por completo en mi evaluación de él. Era mi amigo... mi mejor amigo.

—Estoy seguro de que aún se considera tu amigo.

—Entonces, ¿Cómo puede hacerme esto?

—Fernando  siempre se querrá más a sí mismo. Piensa en él como un imbécil superficial —le  dio  un  beso  en  la  mejilla—.  El  dinero  lleva  a  los  hombres  a  hacer  las  cosas  más  estúpidas...

Ella se secó las lágrimas y luego rio. Ladeó la cabeza.

—Pero no a tí —lo expresó con convicción.

Pedro movió  la  cabeza,  le  apartó  un mechón  de  la  cara  y  se  sintió  aliviado  de  ver  que la expresión de angustia había desaparecido.

—Hace  mucho  aprendí  que  en  la vida  hay  cosas  más  importantes  que  el  dinero  —los  últimos  cuatro  años  solo  habían servido  para  reafirmar  esa  creencia.  La  salud,  la  cordura, el amor... nada de eso podía comprarse.

—Gracias por no decir ya te lo dije —murmuró Paula.

—Solo lamento no haber podido ahorrarte la experiencia de que Fernando te hiriera.

—Lo superaré. Al menos te tengo a tí... así que hay un lugar en mi corazón que está intacto.  Ahora me duele el orgullo  y  me siento estúpida.  ¿Por  qué  siempre confío  en  las personas equivocadas?

Suspirando, ella se irguió y Pedro se puso de pie.También él había traicionado su confianza. No  era agradable aceptarlo.  No deseaba  figurar  en  una  lista  con  las  personas  que  la habían decepcionado.Volvió a su silla y preguntó:

—¿Te apetece tomar algo de postre? —ella movió la cabeza—. ¿Café?

—Cancela el café —lo miró largamente—. La cena estuvo deliciosa, pero ahora me gustaría ir a casa.

Casa.Coincidieron en eso. No había otro sitio donde Pedro deseara estar.

Habían pasado casi tres semanas desde su regreso a casa, y cada vez que volvía de la nueva oficina que había montado, seguía lleno de expectación al ver a Paula. Esa noche,  después  de  reunirse  con  un  oscuro  exagente  de  las  fuerzas  especiales,  llegaba más tarde que de costumbre. Leonardo ya se había marchado. Paula  no se hallaba en la terraza ni acurrucada en el chesterfield del estudio.  Subió los escalones de dos en dos. La encontró en la habitación del bebé junto a la cuna que habían comprado juntos unos días antes, colocando encima de ella un móvil compuesto de patos amarillos. No lo había oído llegar y se detuvo en la puerta, grabando en la memoria la imagen que ofrecía enfundada en unos vaqueros viejos, una camiseta blanca y descalza. Dadas  las  preguntas  que  había  estado  formulando en  las  últimas  semanas,  se  arriesgaba a liberar a los fantasmas de los monstruos enterrados en lo más hondo de su  inconsciente...  monstruos  que  sospechaba  que  jamás  podría  contener  una  vez  que  hubieran escapado.Pero  necesitaba  respuestas.  Solo  entonces  podría  recobrar  la  paz  y  la  cordura  que  anhelaba y continuar con su vida con Paula. Se  movió  ligeramente  y  ella  giró  la  cabeza.  Al  instante  el  rostro se le  iluminó  con  una sonrisa.

—¡Pedro!

El placer que mostró derritió el frío vacío que anidaba en su interior.Fue hacia ella, la tomó en brazos y le dió un beso en el cuello.Paula enganchó los dedos en la cintura de los pantalones de su traje.

—Tengo algo para tí.

—Solo te necesito a tí.

Paula era  su  sol...  su  amor...  su  todo.  Y  su  mayor  temor  era  que  encontrar  las  respuestas que buscaba únicamente sirviera para herirla más.

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