jueves, 22 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 1

A  veces  el  mundo  podía  cambiar  en  un  instante.  Todo  iba  como  uno  lo  había  planeado y, de pronto, se convertía en un lugar  casi  irreconocible.  Eso  fue  lo  que  le  ocurrió  a  Paula Chaves aquella  calurosa  tarde  de  verano,  por  segunda  vez  en  su  vida. Justo  antes  de  que  se  produjera  ese  segundo  cataclismo,  estaba  sentada  a  la  mesa en el comedor de Horacio y Ana Alfonso, disfrutando de la conversación. A su  lado  estaba  el  hijo  de  ambos,  Federico,  un  hombre  cálido  y  amable  y  reputado  cirujano, como su padre y su abuelo. Enfrente estaban la hermana de Federico, Luciana, y su esposo, Santiago Carmichael.

Seis  meses  antes  Federico había  contratado  a  Paula para  que  organizase  su  caótica  vida.  Además  de  operar,  daba  conferencias,  aparecía  como  invitado  en  todo  tipo  de  eventos  mediáticos  y  había  empezado  a  recopilar  la  historia  de  su  familia.  Ella  trabajaba  en  el  despacho  de  casa  de  Federico,  pero  no  vivía  allí.  Nunca  permitía  que  su  trabajo y su vida privada se mezclaran. Apenas salía, por elección. Su vida había cambiado dramáticamente nueve años antes  y  había  dejado  atrás  el  torbellino  social  de  aquella  época.  El  remordimiento  había  conferido  sobriedad  a  la  adolescente  rebelde,  que  se  había  jurado  convertirse  en una persona de quien pudiera sentirse orgullosa. Se  había  entregado  por  completo  a  estudiar  Historia  en  la  universidad.  Al  no  conseguir   un   trabajo  relacionado  con  su  especialidad,   se había  convertido  en  secretaria ejecutiva y trabajaba para una agencia de empleo temporal desde entonces. Trabajar  para  Federico le  había  permitido  utilizar  su  base  histórica  para  ayudarlo  en  su  investigación. Por fin había encontrado un nicho profesional que la satisfacía. Si  sus  antiguos  amigos  la  hubieran  visto,  no  la  habrían  reconocido.  Ya  no  utilizaba maquillaje, llevaba la melena rubia recogida en la nuca y prefería los trajes ejecutivos y la ropa casual a los últimos gritos de la moda. En   la   universidad   incluso   había   utilizado   gafas,   que   no   necesitaba,   para   mantener  a  los  chicos  a  distancia.  Estaba  allí  para  estudiar.  Sus  tiempos  de  juego  habían llegado a su fin tras una tragedia que nunca olvidaría. Quería ser invisible y que la dejaran en paz. Le  resultaba  extraño  recordar  cuánto  había  flirteado  con  el  sexo  opuesto  en  otros tiempos. Había heredado la belleza de su madre, Alejandra Schulz, actriz, y no tenía  problemas  para  atraer  a  los  hombres.  Había  disfrutado  con  su  compañía,  pero  nunca  había  tenido  una  relación  seria.  Su  vida  se  centraba  en  pasarlo  bien,  pero  después  de  lo  ocurrido  en  Austria,  eso  había  terminado.  Desde  entonces  se  había  esforzado por demostrar su valía. Su vida era tal y como la quería. Estaba allí en su función de ayudante de Federico, pero sus padres la habían recibido en la casa de campo como a una amiga. El plan era que examinara los libros y documentos de la biblioteca en busca de material para el libro  que  pretendía  escribir  él.  Pero  toda  la  familia  de  Federico iba  a  reunirse  para  celebrar una barbacoa al día siguiente y él había insistido en que se uniera a la fiesta. Sentada a la mesa, escuchando las conversaciones, se alegraba de haber ido. Así se relacionaba la gente normal, y a Paula le sirvió para despreciar aún más la época en la  que  había  creído  que  ir  de  compras  y  a  fiestas  glamorosas  en  las  que  el  alcohol  fluía como agua y todo eran risas y música, era la única forma de vivir.

Esa Paula se habría   aburrido   mortalmente   allí;   la Paula del   presente   lamentaba   no   haber   madurado antes. Pero lo había hecho tarde y no había vuelta atrás. Justo  antes  de  que  su  mundo  volviera  a  tambalearse  sobre  su  eje,  todos  reían  por algo que había dicho Luciana. A Paula se le saltaban las lágrimas de la risa. Estaba secándose los ojos con la servilleta cuando sonó el timbre.

—¿Quién podrá ser? —preguntó Ana, mirando a la congregación.

—¿Esperas a alguien, mamá? —preguntó Luciana.

 Su madre negó con la cabeza. Un  momento  después  oyeron  pasos  y  todos  alzaron  la  vista,  expectantes.  La  puerta se abrió y entró un hombre moreno y sonriente.

—¡Espero  que  me  hayan dejado  algo,  tragones!  —exclamó  risueño. 

Se  oyeron  grititos deleitados.

 —¡Pedro!

 Toda la familia se puso en pie. Paula giró en el asiento para ver al recién llegado. Por supuesto, había oído hablar de Pedro Alfonso, el primogénito, un empresario de éxito que vivía como la jet-set, viajando por todo el mundo. Su nombre aparecía con frecuencia  en  los  periódicos,  a  veces  por  sus  negocios,  pero  más  a  menudo  por  su  última  conquista  femenina.  Nadie  había  esperado  que  pudiera  asistir  a  la  reunión  familiar; de ahí el entusiasmo generalizado. Ella se sorprendió por su inesperada reacción al verlo. En cuanto puso los ojos en él, algo se removió en su interior. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, como si  reconocieran  y  respondieran  a  algo  que  había  en  él.  Su  risa  mientras  saludaba  a  todos le provocó escalofríos y el brillo de sus ojos azules la dejó sin aire. A  pesar  de  su  alocada  juventud,  Paula no  había  sentido  una  reacción  física  tan  desmedida  en  sus  veintisiete  años  de  vida.  Notó  la  sangre  fluir  desbocada  por  sus  venas y su sonrisa se apagó. Fue entonces cuando Pedro la miró y sus ojos se encontraron. Captó el momento en que él se quedó paralizado. Algo elemental surcó el aire entre  ellos,  deteniéndose  cuando  su  hermana  reclamó  su  atención,  pero  no  antes  de  que  Aimi  viera  el  brillo  depredador  de  sus  ojos.  Atónita  e  incrédula,  ella se  dió  la  vuelta, apretándose el estómago con una mano. Ella  se  preguntó  qué  había  ocurrido,  aunque  lo  sabía  muy  bien.  Acababa  de  experimentar  la  dentellada  de  una  intensa  atracción  sexual  y  todo  su  cuerpo  se  estremecía  en  consecuencia.  Era  lo  último  que  había  esperado,  porque  se  había  esforzado  mucho  para  controlar  la  parte  extrovertida  y  atractiva  de  su  naturaleza  y  convertirse  en  la  antítesis  de  lo  que  había  sido.  Había  eliminado  las  relaciones  románticas de su vida; ningún hombre había roto su control.

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