Miguel Chaves se alejó y se detuvo ante un pedestal con un bronce antiguo. Paula ni siquiera quiso pensar en la procedencia que también podía tener esa pieza.
—En cuanto conocí a ese hombre supe que llegaría este día —tocó el bronce—. Y cuando tu marido regresó, intenté ganar tiempo. Traté de convencer a Ariel de que no exhibiera la pieza... le dije que deberíamos esperar hasta que el museo pudiera exponer todos los artículos juntos. Pero no quiso... y yo no pude revelarle la razón.
—¿O sea que Ariel no formó parte de la trama?
—Ariel autorizaba todas las adquisiciones y comprobaba la procedencia de cada artículo.
—Creo que tenía sospechas. Nunca hizo muchas preguntas... siempre y cuando se aportara un vestigio legal de procedencia. El suficiente para cubrir su trasero burócrata.
—Yo jamás sospeché nada.
—Eres mi hija. Desde luego, nunca quise enredarte en el lado más oscuro de mi vida.
—Pero estabas dispuesto a dejar que me casara con Fernando, sabiendo que él lo intuía todo.
Su padre le dedicó una sonrisa triste.
—Pensábamos parar estando en la cima. Cuatro años atrás nos acercábamos a ese punto. Si Pedro no hubiera empezado a hacer preguntas o hubiera ido a Irak en busca de las respuestas, las cosas habrían podido ser distintas. La máscara iba a ser nuestra jubilación.
—No culpes a Pedro. Y no funcionó de esa manera... Fernando está en la bancarrota.
—En los últimos años ha desarrollado un problema con el juego. De modo que en Pedro elegiste al mejor hombre, después de todo —reconoció su padre con un suspiro.
—Lo que no entiendes es que lo amo. Para mí solo existe Pedro. No Fernando. Ni nadie más. Nunca.
—Ese hombre frío te ama. Deberías recordarle que soy tu padre... que si me denuncia quedarás destrozada.
—No me pidas eso —suplicó—. Ni siquiera por mí —supo que había llegado el momento de crecer.
Ya no era la niña de papá y no haría eso por él.Su padre la abrazó con fuerza.
—Sin importar cómo termine esto, nunca olvides que te quiero. Eres la mejor hija que podría tener un hombre.
Un vistazo a la expresión de Paula hizo que contuviera las preguntas que quería hacerle, la tomara en brazos y la condujera al despacho. Se sentó, la acomodó en su regazo y observó los ojos pesarosos.
—¿Qué ha pasado?
—Otra vez tenías razón... —enterró la cara en la pechera de su camisa.
—Preferiría equivocarme todas las veces si tener razón te deja así —no soportaba ver tanto dolor.
—¡Oh, Pedro! —tembló en sus brazos—. Fui a ver a mi padre.
De haber sabido que iría a enfrentarse a su padre, habría movido cielo y tierra para estar a su lado. Pensó que nadie tendría que enfrentarse a lo que él se enfrentaba en ese momento. Hacer lo correcto podía costarle su felicidad. Su esposa. Su bebé. Su familia. Todo por lo que había luchado los últimos cuatro años.También podía guardar silencio... y dejar que Miguel se fuera libre.Sin embargo, sabía que no podía ser el hombre que consideraba que era si permitía que Miguel , y Fernando, siguieran impunes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario