martes, 20 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 40

Miguel Chaves se alejó y se detuvo ante un pedestal con un bronce antiguo. Paula ni siquiera quiso pensar en la procedencia que también podía tener esa pieza.

—En  cuanto  conocí  a ese hombre supe que llegaría este  día  —tocó  el  bronce—.  Y  cuando tu marido regresó, intenté ganar tiempo. Traté de convencer a Ariel  de que no exhibiera  la  pieza...  le  dije  que  deberíamos  esperar  hasta  que  el  museo  pudiera  exponer todos los artículos juntos. Pero no quiso... y yo no pude revelarle la razón.

—¿O  sea  que  Ariel no  formó  parte  de  la  trama? 

—Ariel  autorizaba  todas  las  adquisiciones y comprobaba la procedencia de cada artículo.

—Creo que  tenía  sospechas.  Nunca  hizo  muchas  preguntas...  siempre  y  cuando  se  aportara  un  vestigio   legal  de  procedencia.   El   suficiente  para  cubrir   su   trasero   burócrata.

—Yo jamás sospeché nada.

—Eres  mi  hija.  Desde  luego,  nunca  quise  enredarte  en  el  lado  más  oscuro  de  mi  vida.

—Pero estabas dispuesto a dejar que me casara con Fernando, sabiendo que él lo intuía todo.

Su padre le dedicó una sonrisa triste.

—Pensábamos parar estando en la cima. Cuatro años atrás nos acercábamos a ese punto. Si Pedro no hubiera empezado a hacer preguntas o hubiera ido a Irak en busca de las respuestas, las cosas habrían podido ser distintas. La máscara iba a ser nuestra jubilación.

—No culpes a Pedro. Y no funcionó de esa manera... Fernando está en la bancarrota.

—En  los  últimos  años  ha  desarrollado  un  problema  con  el  juego.  De  modo  que  en  Pedro elegiste al mejor hombre, después de todo —reconoció su padre con un suspiro.

—Lo que no entiendes es que lo amo. Para mí solo existe Pedro. No Fernando. Ni nadie más. Nunca.

—Ese hombre frío  te  ama.  Deberías  recordarle  que  soy  tu  padre...  que  si  me  denuncia quedarás destrozada.

—No  me  pidas  eso —suplicó—.  Ni  siquiera  por  mí  —supo  que  había  llegado  el  momento de crecer.

Ya no era la niña de papá y no haría eso por él.Su padre la abrazó con fuerza.

—Sin  importar  cómo  termine  esto,  nunca  olvides  que  te  quiero.  Eres  la  mejor  hija  que podría tener un hombre.

Un  vistazo  a  la  expresión  de  Paula hizo  que  contuviera  las  preguntas  que  quería  hacerle,  la  tomara  en  brazos  y  la  condujera  al  despacho.  Se  sentó,  la  acomodó  en  su  regazo y observó los ojos pesarosos.

—¿Qué ha pasado?

—Otra vez tenías razón... —enterró la cara en la pechera de su camisa.

—Preferiría  equivocarme  todas  las  veces  si  tener  razón  te  deja  así  —no  soportaba  ver tanto dolor.

—¡Oh, Pedro! —tembló en sus brazos—. Fui a ver a mi padre.

De haber sabido que iría a enfrentarse a su padre, habría movido cielo y tierra para estar a su lado. Pensó que nadie tendría  que enfrentarse  a   lo que él  se  enfrentaba  en   ese   momento. Hacer lo correcto podía costarle su felicidad. Su esposa. Su bebé. Su familia. Todo por lo que había luchado los últimos cuatro años.También podía guardar silencio... y dejar que Miguel se fuera libre.Sin embargo, sabía que no podía ser el hombre que consideraba que era si permitía que Miguel , y Fernando, siguieran impunes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario