La soltó a regañadientes y ella atravesó la habitación; él la siguió escaleras abajo y la vió desaparecer en su despacho. Cuando la alcanzó, la vió detrás de su escritorio, sobre el que reposaba un estuche negro.
—¿Qué es?
—Ábrelo.Alzó la tapa y contuvo el aliento al ver lo que había en el interior.
Su anillo de boda. Los ojos de Paula brillaban.
—Pensé que podrías querer volver a llevarlo.
—Sí.
Ella sacó el anillo del estuche.
—Dame tu mano.
La emoción le provocó un nudo en la garganta al verla deslizárselo en el dedo.
—¡Y no te lo quites jamás! —añadió Paula.
—No por voluntad propia —la última vez se lo habían arrebatado, después de golpearlo duramente ante la resistencia que opuso.
Algo le dió vueltas en la cabeza. Cruzó los brazos y preguntó con cautela:
—¿Quién lo devolvió?
—Lo entregaron el año pasado a cambio de una recompensa. Un prestamista que vivía en un poblado del desierto no lejos de Bagdad, cerca del lugar del accidente que supuestamente te había costado la vida. Debió de tenerlo años. Tuve suerte de que nunca lo vendiera.
Se centró en el detalle que más le interesaba.
—¿El lugar del accidente?
—Con el todoterreno que alquilaste.
—Paula, jamás tuve un accidente con un vehículo alquilado.
Recordó el secuestro llevado a cabo por cuatro pistoleros en las calles de Bagdad, en ninguna parte cerca del desierto. La oscuridad del vacío que estaba mirando se amplió.
—Pero el investigador que contraté informó de que habías alquilado un vehículo en Kuwait para entrar en Bagdad —protestó ella, acercándose con cara desconcertada.
—Sí alquilé un vehículo —dijo él con paciencia—, pero desde luego nunca choqué con él.
—Pero... No lo entiendo.
Él tampoco. Aún. Y aunque era evidente que la conversación la estaba perturbando, necesitaba detalles de los acontecimientos que habían devastado sus vidas. Cambió de enfoque.
—¿No se te ocurrió pensar que quizá en aquel momento no había estado en el vehículo?
—¡Por supuesto! Pedí pruebas. Se me dijo que tus restos calcinados habían sido enterrados en una fosa común. Que no se podía localizar lo que quedaba de tí para fletarlo a casa.
—Esa información fue claramente errónea.
Ella respiraba entrecortadamente, su angustia palpable. Con dedos trémulos le tocó el antebrazo.
—Eso lo sé... ahora. No te habría hecho declarar muerto solo en base a eso... al principio me negué a aceptar que lo estuvieras. Pero el anillo lo cambió todo. Supe que debías estar muerto.
El dolor en los ojos de ella le hizo daño.
—¿No pensaste que podría haberme deshecho de él para conseguir dinero?
Ella movió la cabeza con férrea determinación.
—Nunca. Todo el mundo intentó decirme que habías abandonado nuestro matrimonio... y yo me negué a creerlo. Incluso cuando me mostraron fotos de tí con Candela en una cafetería en Atenas y me informaron de que también te habían visto con ella en Bagdad, confiaba en tí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario