jueves, 15 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 34

La soltó a regañadientes y ella atravesó la habitación; él la siguió escaleras abajo y la vió desaparecer en su despacho. Cuando la alcanzó, la vió detrás de su escritorio, sobre el que reposaba un estuche negro.

—¿Qué es?

—Ábrelo.Alzó la tapa y contuvo el aliento al ver lo que había en el interior.

Su anillo de boda. Los ojos de Paula brillaban.

—Pensé que podrías querer volver a llevarlo.

—Sí.

Ella sacó el anillo del estuche.

—Dame tu mano.

La emoción le provocó un nudo en la garganta al verla deslizárselo en el dedo.

—¡Y no te lo quites jamás! —añadió Paula.

—No  por voluntad propia  —la  última vez se lo habían  arrebatado, después de golpearlo duramente ante la resistencia que opuso.

Algo le dió vueltas en la cabeza. Cruzó los brazos y preguntó con cautela:

—¿Quién lo devolvió?

—Lo  entregaron el año pasado  a  cambio  de  una  recompensa.  Un  prestamista  que  vivía en un poblado del desierto no lejos de Bagdad, cerca del lugar del accidente que supuestamente  te  había  costado  la  vida.  Debió de  tenerlo años.  Tuve suerte de que  nunca lo vendiera.

Se centró en el detalle que más le interesaba.

—¿El lugar del accidente?

—Con el todoterreno que alquilaste.

—Paula, jamás tuve un accidente con un vehículo alquilado.

Recordó el secuestro llevado  a  cabo  por  cuatro  pistoleros  en  las  calles  de  Bagdad,  en  ninguna  parte  cerca  del  desierto.  La  oscuridad  del  vacío  que  estaba  mirando  se  amplió.

—Pero el investigador que contraté informó de que habías alquilado un vehículo en Kuwait para entrar en Bagdad —protestó ella, acercándose con cara desconcertada.

—Sí  alquilé  un  vehículo —dijo  él  con paciencia—,  pero desde luego nunca  choqué  con él.

—Pero... No lo entiendo.

Él tampoco. Aún. Y aunque era evidente que la conversación la estaba perturbando, necesitaba detalles de los acontecimientos que habían devastado sus vidas. Cambió de enfoque.

—¿No  se  te  ocurrió  pensar  que  quizá  en  aquel  momento  no  había  estado  en el vehículo?

—¡Por  supuesto!  Pedí  pruebas.  Se me dijo  que tus  restos  calcinados  habían  sido  enterrados en una fosa  común.  Que no se  podía  localizar  lo  que  quedaba  de  tí  para  fletarlo a casa.

—Esa información fue claramente errónea.

Ella respiraba entrecortadamente, su angustia palpable. Con dedos trémulos le tocó el antebrazo.

—Eso lo sé...  ahora.  No te habría  hecho  declarar  muerto  solo  en  base  a  eso...  al  principio me negué a aceptar que lo estuvieras. Pero el anillo lo cambió todo. Supe que debías estar muerto.

El dolor en los ojos de ella le hizo daño.

—¿No pensaste que podría haberme deshecho de él para conseguir dinero?

Ella movió la cabeza con férrea determinación.

—Nunca.   Todo el  mundo  intentó  decirme que  habías abandonado nuestro   matrimonio...  y  yo me  negué  a  creerlo.  Incluso  cuando  me  mostraron  fotos  de  tí  con  Candela en una cafetería en Atenas y me informaron de que también te habían visto con ella en Bagdad, confiaba en tí.

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