Nueve meses más Tarde.
Con la brisa marina acariciando sus hombros desnudos, Paula rodeó con los brazos el cuello de Pedro y jugueteó con el pelo de su nuca, un poco más largo desde que había dejado de pertenecer a la aviación. Llevaban una vida mucho más relajada, sobre todo los días que pasaban recorriendo el mundo debido al trabajo de Pedro como director de Alfonso International. ¿Su última escala? Lisboa, Portugal. Aquella misma tarde habían renovado los votos matrimoniales rodeados de toda la familia en la terraza de la casa que habían alquilado junto al mar. El vaporoso vestido de novia color hueso de ella se le enredaba entre las piernas mientras ofrecía su rostro a la brisa de aquel lado del Atlántico.
—Entonces, ahora estamos casados de verdad.
—Espero que sí—deslizó la mano entre ambos para acariciarle la barriga, donde no tardaría en notarse el embarazo del que disfrutaba desde hacía dos meses.
Agustina y Marcos tenían ya por entonces una hija, la pequeña Nina, que adoraba a su prima mayor Valentina. La habitación para los niños de Ana y Carlos Renshaw había sido ampliada y llenada de cunas y camitas. Hasta habían añadido a la casa una piscina infantil y una zona de columpios. Ana había admitido abiertamente que estaba encantada de engatusar a sus nietos para que pasaran en casa de su abuela el mayor tiempo posible. Paula no pudo evitar admirar los esfuerzos de su suegra por hacerlos sentirse siempre tan bien recibidos. Descansó la mano en la de Pedro, sobre el bebé que crecía en su interior.
—Deberíamos rescatar a nuestra hija de sus abuelos antes de que la acaben mimando demasiado.
—Es su hora de dormir, ¿No es así? —le rodeó la cintura y la condujo por las escaleras que llevaban a la casa. A lo lejos, las ruinas de un castillo se elevaban escenográficamente sobre una montaña—. Le he traído en la maleta un cuento nuevo sobre osos panda.
—Le encantará —sus abuelos no eran los únicos que disfrutaban mimando a Valentina— La próxima vez que vayamos a Washington tendremos que llevarla al zoo para que vea los pandas gigantes.
Paula descubrió que disfrutaba mucho viajando con Pedro y que no le suponía ningún sacrificio con tantas comodidades de alojamiento y contando con una niñera. Seguía impartiendo clases por Internet, la carrera perfecta para una esposa y madre que andaba recorriendo el mundo. Al fin pudo permitirse visitar los lugares históricos sobre los que había estado hablando a sus alumnos. Y no era la única contenta con su trabajo. Micaela había conseguido llegar a ser una gran actriz de Bollywood y gozaba de una gran familia en el mundo del cine de la India. La industria fílmica de Bollywood había aumentado las producciones en habla inglesa y los espectadores la adoraban. Y, por supuesto, a Micaela le encantaba que la adorasen. Además, el dinero que le pagaban no estaba nada mal. A todas luces, se sentía feliz siendo madre en la distancia. No había puesto ninguna objeción al acuerdo de custodia y ni siquiera había pedido ver a Valentina la mitad de las veces que le habían asignado. Ellos nunca tuvieron que esgrimir las imágenes acusatorias que tenían de Micaela, pero se aseguraron de que ella supiese que las tenían en su poder. Las escasas veces en que acudía a los Estados Unidos para ver a su hija, la niñera estaba siempre presente para tranquilidad de Paula y de Pedro. Valentina parecía ver a Micaela como una tía indulgente que le enviaba espléndidos regalos pero rara vez aparecía. Al pronunciar para Paula su primera palabra, «Mamá», dejó bien claro a quién adjudicaba ese papel. Paula se detuvo ante la puerta que daba paso a la casa y giró en su mano el anillo de diamantes y zafiros que llevaba junto al de diamantes incrustados.
—¿Sabes lo que espero hoy con más ilusión?
—¿Qué podrá ser? —Le apartó el pelo de la cara y su anillo de casado brilló a la luz del atardecer—. Haré todo lo que pueda porque suceda incluso mejor de lo que hayas planeado.
Ella se acurrucó sugerentemente en su cuerpo, imaginando exactamente cómo todas las piezas encajarían una vez estuviesen ambos en la intimidad.
—No puedo esperar a nuestra noche de bodas. Esta vez la vamos a celebrar el mismo día en que hemos pronunciado los votos.
—Pues... —sonrió él, inclinándose para besarla en la comisura de los labios— será para mí un placer cumplir tu deseo una, otra y otra vez.
FIN
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