—Creo recordar que eso fue lo que gritaste en el Aston —de pronto regresó a su rostro aquella maravillosa sonrisa sesgada que hacía que a ella se le aflojasen las rodillas.
—Lo hice, ¿Verdad? —ah, pero sería porque necesitaba esa cabezonería para ponerse al mismo nivel de aquel Alfonso testarudo—. El caso es que te quiero. Esta vez es un sentimiento que me ha sobrevenido de forma distinta, pero sé reconocerlo porque es real.
—¿Paula? Calla, amor mío.
¿Su amor? Nunca se cansaría de escuchar aquello.
—¿Sí?
—Tenía que haberme dado cuenta antes de lo que estaba pasando entre nosotros. Dios sabe que desde la primera vez que te ví, que te besé o que te hice el amor, conseguiste conmoverme en miles de aspectos más que ninguna otra persona. Pero hubo algo en el modo en que manejaste las cosas con Micaela que acabó atravesando mi duro cráneo y me hizo ver lo perfecta que eres, lo perfectos que podemos ser si estamos juntos. Sería un idiota si te dejase marchar —su sonrisa le marcó un hoyuelo en la mejilla—. Puede que haya tardado en darme cuenta, pero no soy idiota. Te quiero, Paula Alfonso, y quiero pasar el resto de mi vida contigo, con nuestra hija y con tantos hijos como decidamos añadir a nuestra familia.
—Y yo quiero pasar el resto de mi vida contigo.
Pedro la atrajo hacia él y sus cuerpos quedaron encajados a la perfección.
—Empezaremos a buscar casa por aquí.
Un último problema la llenó de preocupación sobre la felicidad que compartirían a largo plazo.
—Pero tú adoras tu trabajo, el desafío que suponen los acuerdos internacionales.
El hundió los dedos en la melena de Phoebe.
—Las quiero más a tí, a Valentina y a la vida que vamos a disfrutar estando juntos.
—Creo que nunca me cansaré de oírte decir eso.
Paula se puso de puntillas mientras él se inclinaba, y sus besos le resultaron maravillosamente familiares y cada vez mejores, conforme iba creciendo en ella el deseo que sintió la primera vez que escuchó su voz. ¿Cuánto más le cabría esperar de cara al futuro? Pedro deslizó las manos por sus costados y lentamente rodeó su cintura para besarla en la mandíbula, pinchándola suavemente con la barba. El aroma de su aftershave se mezcló con la brisa del mar, girando en el interior de ella al igual que la visión de su futuro junto a él. Y en ese mismo instante, se le ocurrió una idea que cabía dentro de todas aquellas posibilidades y planes. Se acurrucó en el pecho de Pedro, contemplando el mar,
—¿Y si Valentina y yo viajamos contigo?
Pedro tensó los brazos pero no contestó. Las olas iban y venían mientras su corazón latía tranquilo junto al oído de Paula. Ella le acarició el pelo y la nuca.
—¿Pedro?
—Pensaba que querías tener tu hogar aquí, que deseabas que Valentina tuviese una vida estable.
Y así era. Al principio. Pero cada vez aprendía más sobre el modo de buscar soluciones imprevistas en lo referente a su vida con Pedro.
—Nosotros somos su seguridad. Y como dijiste antes, tenemos otras opciones. Podemos contratar a un equipo de asistentes para no tener que preocuparnos por encontrar niñeras. Podemos permitimos alquilar una casa allá donde vayamos. Piensa en opciones distintas para ambos, como haces en el trabajo.
—Ese plan tuyo merece que lo discutamos —con su inconfundible sonrisa, deslizó las manos íntimamente por debajo de su cintura—. Podríamos hablar del tema mientras recorremos la costa, dado que he decidido quedarme con el Aston.
Un mundo de posibilidades se abrió en su interior, no sólo para ese momento, sino para todos los que vendrían en el futuro.
—¿Hasta el final?
Ya podía imaginar el agua del mar salpicándole en la cara, a Pedro deteniendo el coche en una playa desierta...
—Pide lo que quieras, amor mío —prometió él—, y yo haré que se cumpla.
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