martes, 10 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 44

Los puños de Paula se desplegaron y sus manos pasaron de su chaqueta a cruzarse por su espalda para abrazarlo con más fuerza, La pasión explotó dentro de él, liberando todos los sentimientos frustrados que había ido almacenando en su interior desde la repentina llamada de Micaela, no. Desde que había decidido rechazarle después de acostarse con él en el avión, Pedro deslizó las manos hacia arriba para agarrarle la cara y asegurar mejor sus labios a los de ella, para besarla con más fuerza, obtener más contacto, más intimidad. Los nervios acumulados durante todo el día se fueron canalizando hacia ese momento, buscando una válvula de escape. Hizo descender sus dedos por la espalda de Paula hasta sostener sus caderas, guiando la hasta, su regazo tal y como había fantaseado cuando dieron el paseo en el Aston. Pero en aquella otra noche fue una cuestión de seducción, y en ese momento se trataba de una liberación. Ella se deslizó sobre las piernas de Pedro con el vestido fruncido alrededor de las caderas. La tela se abría a un lado, dejando a la vista unas braguitas rosadas.  Él le deslizó los dedos por las caderas, retorciendo la seda hasta que su ropa interior... Se rompió. Arrojó a un lado los pedazos y ella se apretó contra él, húmeda y caliente. Besaba con desesperación su boca, su mandíbula, mordisqueando y seduciendo con la lengua y los dientes, los últimos rayos de sol se desvanecieron y la noche los envolvió, acuciando otros sentidos: Pedro aspiró el aroma a vainilla de ella mezclado con el almizcle del deseo. Los crecientes jadeos de ella se sincronizaron con los de él. Tiró de su cinturón, le desabrochó rápidamente la cremallera de la bragueta y lo liberó de sus calzoncillos. Acarició su sexo, que se mostraba duro y palpitante en su mano. El roce de aquellos dedos fríos avivó el deseo de Pedro, que apretó los dientes luchando por mantener el control lo suficiente como para recuperar la cartera del bolsillo trasero del pantalón. Ajustando sus ojos a la oscuridad, logró sacar un preservativo, ella agitó las caderas contra las de él, desnuda y acogedora, y Pedro apretó la mandíbula y tragó saliva mientras los párpados se le hacían pesados por un instante, haciéndole luchar por mantener los ojos abiertos. Rasgó el envoltorio.


—Espera.


—Esta noche no seremos pacientes —dijo ella arrancándole el preservativo de la mano.


—Estoy de acuerdo.


—Y ahora shh... —lo desenrolló a lo largo de su sexo con urgencia y eficacia.


Paula se sentó a horcajadas sobre él con ambas rodillas a los lados de su cuerpo. El la agarró por detrás y la guió hasta que estuvieron sentados juntos, conectados. Sosteniéndola en las palmas de sus manos, la penetró, ella se estremeció y empezaron a moverse al unísono, conociendo mejor esta vez sus cuerpos y necesidades. Ella estrechó los brazos con más fuerza alrededor de su cuerpo, repitiendo fuera aquella unión interior que lo urgía cada vez más al clímax, como lo urgían los gemidos y jadeos de Paula pidiéndole más, más fuerte, más rápido. Ya. El viento se agitó desde el mar y entró por las ventanillas cargado de agua y sal. Se amaban de forma salvaje, acalorada e intensamente devoradora. Era algo que iba más allá del sexo. Con ella todo era distinto, y eso asustó a Pedro enormemente, porque si ella se marchaba, nada sería igual, nada lo superaría.

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