jueves, 5 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 38

Pedro no sabía por qué su razonamiento le parecía tan importante, porque hasta ese momento jamás había pensado en alargar su matrimonio, pero el instinto de posesión que se había aferrado a su pecho se negaba a claudicar. Se aproximó aún más a ella, con el argumento perfecto en mente para ganar la batalla. Una derrota le resultaba de pronto imposible de aceptar.


—Podrías tener más hijos algún día. Estás hecha para ser madre.


Ella ahogó un grito. 


¿De sorpresa o de terror?


—¿Te estás ofreciendo para donarme tu esperma?


—¿Y si te estuviese ofreciendo eso y más? —su pregunta llenó de posibilidades el espacio que había entre ellos.


Y ella no dijo directamente que no. Parecía confusa, así que él abordó la siguiente estrategia de persuasión. La victoria estaba muy cerca. El teléfono de Paula sonó dentro de su bolso. Ella se sobresaltó en su asiento.


—A estas horas sólo puede ser por Valentina —evitó mirar a Pedro a los ojos y rebuscó en el bolso que había colocado a sus pies hasta encontrar el teléfono—. ¿Diga?


—¿Paula? —una voz de mujer sonó tan fuerte del otro lado del teléfono que hasta Pedro pudo oírla con claridad—. ¿Paula, eres tú?


La voz lo dejó pegado al asiento. No podía ser. Pero los ojos aterrorizados de Paula confirmaron lo que él ya sospechaba. Micaela estaba viva y coleando al otro lado de la línea telefónica.  Paralizada en el asiento delantero del Mercedes, apretó con fuerza el teléfono, aterrorizada y aliviada al mismo tiempo. Pedro se puso tan tenso que ella temió que le arrebatase el receptor. Con dedos temblorosos, conectó el altavoz del teléfono.


—¿Micela? ¿Eres tú?


—Claro que soy yo —respondió su amiga de la universidad, la madre de Valentina. Su voz, perfectamente modulada, inundó el coche. Había suavizado su acento a base de entrenar la dicción para el teatro—. Estoy en la puerta de tu departamento. Llevo cinco minutos llamando al timbre y los vecinos están empezando a molestarse. Despierta y ábreme.


¿Micaela estaba en Columbia? ¿Dónde se había metido todo ese tiempo? Se escondiera donde se escondiera, no debía haber leído el periódico si no sabía de la boda de Paula y Pedro, La noticia se había extendido por todo Carolina del Sur y más allá. Diplomáticos de todo el país los habían felicitado la noche de la cena en Washington. Un matrimonio que habían consumado, de hecho todavía sentía el olor de Pedro y sus caricias bajo el vestido de satén, ¿Sólo habían pasado unas horas desde que salieron de Washington? Dios mío, su mundo se estaba haciendo trizas antes de que pudiese recoger sus restos. Al menos Micaela parecía ignorar todos los cambios que habían tenido lugar en sus vidas, lo que les otorgaba unas horas preciosas para poner los pensamientos en orden antes de que la madre de Valentina apareciese por la puerta.


—No estoy en casa. Estoy en Hilton Head... Con Valentina.


No podía ni siquiera pensar en el daño que todo aquello podía causarle a la niña. Acababa de instalarse en la casa de los Alfonso y en una vida nueva y más estable. A Paula se le encogió el estómago.


—¿Hilton Head? —preguntó Micaela—. ¿Qué haces ahí?


Paula miró a Pedro, sentado a su lado en el coche dentro del garaje. ¿Cómo iba a reaccionar Micaela al enterarse de que se habían casado? Y lo que es más importante, ¿Es que a Micaela no le importaba lo que había pasado con su hija? Por supuesto que no, de otro modo no habría desaparecido.


—Estoy cuidando de Valentina.


—¿Cómo está la pequeñaja? 

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