Paula se quedó momentáneamente sorprendida. ¿Le estaba dejando ir? ¿Pero no acababa de decir que iban a aclarar las cosas cara a cara? Pero no podía perder el tiempo preguntándose por qué había cambiado de opinión. Salió de la limusina y se volvió en el último segundo para decir adiós a Pedro. ¿Por qué se le encogía el estómago ante la idea de no volver a verlo? Pero al girar sobre sus talones chocó de lleno contra el pecho de Pedro. Al parecer, él también había salido de la limusina. El viento llevó hasta ellos las voces de la fiesta de compromiso, pero apenas registró ese hecho mientras él inclinaba su moreno rostro hacia ella. Antes de que pudiera respirar o protestar, la boca de Pedro cubrió la suya. Paula trató de mantener los ojos abiertos, pero acabó cerrándolos. Sintió el contacto de los labios de él en los suyos, de su lengua. Alzó instintivamente las manos y las apoyó en su pecho. Había algo muy especial en los besos de Pedro Alfonso, pero trató de pensar racionalmente en lugar de dejarse llevar por las sensaciones que evocaba en ella. Totalmente en control de la situación, Pedro deslizó una mano hasta su cintura… Donde todo el mundo podía verla.
Paula comprendió que estaba montando aquella escena para los asistentes a la fiesta. La indignación y la rabia que sintió aplacaron el desea que estaba experimentando. Empezó a apartarse, pero reconsideró la situación. El daño ya estaba hecho. Todos los asistentes a la fiesta habían sido testigos del beso… Y seguro que asumirían lo peor. Ya puestos, más le valía aprovecharse de la oportunidad para sorprender a Pedro… Y para vengarse un poco por haber escenificado aquel encuentro en lugar de haberse limitado a ponerse en contacto con ella a través de sus abogados. Deslizó los brazos en torno a su cintura, aunque nadie podía verlo por detrás. Pero lo que estaba a punto de hacer no era para que lo viera todo el mundo. Era sólo para Pedro. Apoyó ambas manos en sus glúteos. Él parpadeó, sorprendido. Estuvo a punto de apartarse, pero sus sensaciones se adueñaron de él. Aquel beso no estaba yendo como lo había planeado. Desde luego, no esperaba que Paula tomara el control del juego que había iniciado él. Había llegado el momento de volver de nuevo las tornas. El viento llevó hasta ellos las voces de sorpresa procedentes del barco. Pedro apoyó una mano tras la nuca de Paula y deslizó la lengua por el contorno de sus labios. Lo hizo una sola vez, pero al parecer bastó para que la respiración de Paula se agitara y su cuerpo se ciñera al de él como si se hubiera vuelto gaseoso. Quería llevar aquel encuentro más allá, pero no allí. No en público. Y sabía que si sugería que volvieran a la limusina, volvería a razonar y se negaría. De manera que, a pesar de sí mismo, dio por terminado el beso. Se apartó de ella sin retirar las manos de su cintura, por si decidía escapar… O abofetearlo.
—Terminaremos esto más tarde, princesa, cuando no haya público.
Cuando pudiera llevar aquello a la conclusión natural que su cuerpo exigía. Y cuando Paula consintiera realmente y no estuviera limitándose a seguir un impulso. Era posible que hubiera planeado aquel beso para que la familia de ella fuera consciente de su relación, pero lo cierto era que sus instintos casi se habían adueñado de su voluntad. No podía irse sin pasar una noche más en la cama con ella. Paula frunció los labios, como conteniendo una respuesta, pero sus manos temblaban cuando las retiró de la cintura de Pedro para apoyarlas en su pecho. Él vió por encima de su hombro que un pequeño grupo bajaba del barco y se acercaba hacia ellos por el muelle. Gracias a las fotos que le había facilitado el investigador que había contratado, reconoció a Miguel Chaves, el padrastro de Paula, a su hermana Delfina y a Luca, el prometido de ésta. Paula se inclinó hacia él y susurró:
—Vas a pagar por esto.
—Shhh —Pedro la besó rápidamente en la frente—. No queremos que tu familia nos vea peleando, ¿No? —dijo a la vez que la ceñía contra su costado.
Paula se puso tensa.
—No estarás planeando hablarles…
—¿Sobre tu padre?
Los ojos de Paula brillaron con una mezcla de enfado y temor.
—Sobre tus teorías. Respecto a tí y a mí.
—Mis labios están sellados, princesa.
—Deja de llamarme así —murmuró Paula entre dientes mientras sus familiares se acercaban.
—Ambos sabemos que es cierto. No tiene sentido seguir negándolo. Lo único que falta por saber es hasta qué punto estás dispuesta a llegar para mantenerme en silencio.
Paula se quedó boquiabierta.
—No puedo creer que…
—Ya es tarde para hablar, Paula —dijo Pedro mientras volvía a estrecharla contra su costado—. Puedes fiarte de mí, o no hacerlo.
Un instante después, el grupo que se acercaba se detuvo ante ellos. Pedro ofreció su mano al padrastro de Paula.
—Siento haber llegado tarde, señor. Soy la cita de Paula para la fiesta de esta noche. Me Llamo Pedro Alfonso.
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