jueves, 19 de junio de 2025

Chantaje: Capítulo 2

Pero a Pedro no le interesaba nada la fiesta. Lo que quería averiguar era por qué Paula no le dijo toda la verdad cuando le pidió el divorcio. También quería saber por qué su apasionada amante se había alejado tan desapasionadamente de él. Habría disfrutado contemplando la anonada expresión de ella al verlo de no ser por lo enfadado que estaba a causa del secreto que le había ocultado, secreto que estaba estropeándolo todo en su sentencia de divorcio. Un año atrás, cuando la conoció en Madrid, la asombrosa e instantánea química que surgió entre ellos le impidió pensar en otra cosa. Y viéndola ahora de nuevo, no le extrañó que se le hubieran pasado por alto algunos detalles… Como, por ejemplo, lo bien adaptada que parecía al entorno español en que se hallaba. Era una distracción andante. La brisa moldeó en torno a su cuerpo el vestido de seda que llevaba. La semi penumbra reinante hizo que la viera casi desnuda. ¿Habría sido consciente de ello cuando eligió el vestido? Lo más probable era que no. Paula no parecía ser consciente de su atractivo, lo que hacía que resultara aún más tentadora. Llevaba el pelo sujeto en una cola de caballo que realzaba sus exóticos ojos marrones. Apenas maquillada, habría podido relegar a la sombra a muchas modelos famosas. Pero en cuanto tuviera su nombre en los papeles del divorcio, papeles oficiales en esta ocasión, no pensaba volver a tener nada que ver con ella. Al menos, ése era el plan. No necesitaba pasar dos veces por lo mismo. En su momento malinterpretó las señales, no se dió cuenta de que estaba bebida cuando dijo el «Sí, quiero». Pero ya había superado aquel episodio de su vida. O eso pensaba. Porque al verla de nuevo había experimentado el mismo impacto que la primera vez que la vió. Trató de dejar a un lado su atracción. Necesitaba su firma y, por algún motivo, no había querido dejar aquello en manos de sus abogados. Paula apoyó las manos en las caderas y ladeó la cabeza.


—¿Qué haces aquí?


—He venido a acompañarte a la fiesta de compromiso de tu hermana —Pedro apoyó una mano en la puerta abierta de la limusina—. No puedo permitir que mi esposa vaya sola.


—¡Shhh! —Paula agitó la mano ante su rostro—. No soy tu esposa.


Pedro la tomó de la mano y miró su dedo anular.


—Vaya, la ceremonia de nuestra boda en Madrid debió ser una alucinación.


Paula liberó su mano de un tirón.


—No digas tonterías. 


—Si lo prefieres, podemos saltarnos la fiesta, ir a tomar un bocado y hablar de esas «Tonterías».


Paula miró a Jonah con cautela.


—Estás bromeando, ¿No?


—Sube al coche y compruébalo.


Paula volvió la mirada hacia el yate y luego miró de nuevo a Pedro.


—No creo que sea buena idea.


—¿Temes que te secuestre?


Paula rió nerviosamente, como si hubiera pensado precisamente aquello.


—No digas tonterías.


—Entonces, ¿Por qué no entras? A menos que quieras que sigamos con esta conversación en medio del muelle…


Paula volvió de nuevo la cabeza hacia el barco. Finalmente asintió.


—De acuerdo —dijo a regañadientes mientras entraba en la limusina.


Pedro entró a continuación, dio un toque con los nudillos al cristal que los separaba del conductor y le indicó que condujera sin mencionar un destino determinado.


—¿Adónde vamos? —preguntó Paula.


—¿Adónde quieres ir? Tengo una suite en Pensacola Beach.


—Cómo no —dijo Paula con ironía mientras contemplaba el elegante y equipado interior de la limusina, que incluía un mini bar, un televisor de plasma y un completo equipo informático.


—Veo que no has cambiado —Pedro había olvidado lo quisquillosa que podía ser con el tema del dinero. 


Pero había sido una experiencia refrescante conocerla. Ya había conocido demasiadas mujeres que sólo iban tras él por la cartera de acciones Alfonso y su influencia política. Nunca había conocido a otra mujer que lo hubiera dejado por ello. Pero entonces no sabía que Paula tenía acceso a más influencia y dinero del que él podía ofrecerle. Aquello lo había impresionado, pero también lo había confundido, ya que ella no se molestó en comentárselo ni siquiera después de casarse. Reprimió su enfado, una emoción peligrosa dada la punzada de deseo que estaba experimentando. Para demostrarse a sí mismo que podía mantener el control, tomó entre dos dedos un mechón del pelo de Paula. Ella apartó de inmediato la cabeza.


—Para. Déjate de jueguecitos y explícame por qué has venido.


—¿Qué tiene de malo que quiera ver a mi esposa?


—Ex esposa. Nos emborrachamos y acabamos casados —Paula se encogió despreocupadamente de hombros—. Le sucede a mucha gente. Sólo tienes que ver los registros matrimoniales de Las Vegas. Cometimos un error, pero dimos los pasos necesarios para corregirlo al día siguiente.

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