jueves, 5 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 40

Pedro oyó el grito de Paula. Corrió a la habitación y la encontró abrazada a la mantita de Valentina junto a su cuna.


—¿Dónde está Valentina? —Buscaba frenéticamente por la habitación con los ojos encendidos de pánico—. Dijiste que estaría atendida. No debía haberla dejado sola ni un segundo. Dios, ¿Crees que Micaela me estaba mintiendo y que ya se la había llevado?


Pedro la agarró de los hombros.


—Tranquilízate, no pasa nada. Valentina está en la habitación de abajo. La niñera la acostó allí y duerme en la cama supletoria. No ha estado sola ni un instante desde que nos marchamos.


Paula respiró aliviada. Él la abrazó, entendiendo su temor y jurando, por ella y por Valentina, que nunca permitiría que nadie les hiciese el más mínimo daño. Ella se estremeció en sus brazos y a él le desarmó ver cómo se derrumbaba una persona normalmente serena como ella. Con un último suspiro, se enderezó y él sólo tuvo un segundo para ver que tenía los ojos húmedos antes de que ella saliera al pasillo como una exhalación. El ruido de sus tacones resonaba sobre los suelos de madera mientras Pedro la seguía hasta la habitación que su madre había dispuesto para los nietos. Paula abrió la puerta despacio, ¿Con cautela?, y se asomó al interior. Se desplomó contra el marco de la puerta con los ojos cerrados y dos grandes lágrimas cayeron de sus ojos.


—Gracias a Dios.


Pedro se detuvo tras ella y vió a través de la puerta a la niña que dormía en su cunita. A su hija. Se permitió un momento de egoísmo para contemplar a Valentina y convencerse de que estaba bien, de que estaría bien. Memorizó sus rasgos, un rostro que debía haber estudiado con más detenimiento. Tenía la barbilla y el pelo de los Alfonso. De estar despierta, él estaría viendo en ella sus propios ojos. Aparte de esto, sabía que le gustaba ir descalza y que reía cuando él agitaba delante de ella su mordedor en forma de oso panda. Era demasiado poco. Tenía que conocerla más. La conocería más. No sería el típico padre a ratos que viaja durante meses y al volver encuentra que su hijo ha hecho un gran progreso mientras él estaba ausente. Podía permitírselo, maldita sea. Se trataba de su hija. La quería.  Ya la mañana siguiente, podía perderla a manos de una mujer que no daba importancia al hecho de haber desaparecido durante casi tres meses. Nunca antes había sentido este tipo de temor, ni siquiera cuando lo derribaron en Afganistán. El impacto de ese pensamiento le aplastó el pecho hasta impedirle respirar. No podía siquiera imaginar el infierno por el que estaría pasando Paula. Su esposa llevaba meses amando a aquella criatura. Avanzó hacia ella, pero ésta se había internado en la habitación. Llamó en voz baja a la niñera y, despertándola con suavidad, le dió las gracias con una sonrisa y le dijo que podía trasladarse a la habitación de invitados que había al otro lado del pasillo. Una vez se hubo ido, Paula se acurrucó en la esquina de la cama tal y como hizo la primera noche que durmió en la casa. Al ver cómo se distanciaba de él, Pedro se dió cuenta de que no sólo corría el peligro de perder a su hijo: También podía perder a su esposa. 

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