Paula habría querido que el fotógrafo dejara de una vez de hacer destellar su flash. Si seguía así, su dolor de cabeza se iba a acabar conviniendo en una auténtica migraña. Afortunadamente, la fiesta estaba a punto de terminar. Solo quedaban algunos rezagados que querían aparecer en las fotos. Pedro, la principal causa de su dolor de cabeza, estaba charlando con su padrastro. Decidida a mantener la calma, se ocupó de apilar unos platos en la mesa de los postres.
—Deberías dejar que se ocuparan de eso los miembros del catering —dijo Delfina—. Para eso les paga.
—No me importa. Además, cobran por horas —Paula siguió amontonando platos, más que nada para quemar los nervios que había despertado en ella el beso de Pedro.
—Eso no significa que tengas que deslomarte trabajando. Vete a casa.
Paula no estaba lista para quedarse a solas con Pedro. Todavía no. Pero, a juzgar por la firmeza de su expresión, no parecía dispuesto a desaparecer de su vida así como así.
—Me quedó aquí contigo —dijo—. Sin discusiones.
—Al menos toma un poco de tarta. Está tan buena que me da igual que tengan que ajustarme el traje de novia —Delfina dió ejemplo tomando un trozo de tarta. Se relamió y luego miró a Pedro—. Estás llena de sorpresas, hermanita.
—Ya lo has dicho antes —replicó Paula.
Era raro que alguien la acusara de estar llena de sorpresas. Ella siempre había sido la sensata, la firme, la que suavizaba las cosas cuando su hermana pequeña se ponía a llorar.
—Pero es cierto. ¿Qué te traes entre manos con tu novio Alfonso? —Delfina señaló con su plato a Pedro que parecía cómodo y relajado con su traje de chaqueta, a pesar del calor que reinaba en Florida en mayo.
Antes, Paula encontraba fascinante su actitud constantemente despreocupada, pero ahora le resultaba un tanto irritante… Sobre todo teniendo en cuenta que no lograba olvidar el beso que le había dado. Se obligó a dejar las manos quietas apoyándolas en la mesa junto a Delfina, que le sacaba por lo menos diez centímetros. Su curvilínea hermana se parecía más a su rubio padre que a su madre. Pero ambas tenían los largos dedos de su madre. Lamentó no tenerla a su lado en aquellos momentos, e imaginó cuánto debía dolerle a Delfina no contar con ella para organizar los preparativos del día más importante de su vida. La repentina muerte de su madre a causa de una reacción alérgica fue un mazazo para todos. Paula estuvo aturdida todo el funeral, y permaneció en un estado parecido mientras estuvo en España estudiando… Hasta que acabó en la cama de Pedro. Al despertar la mañana después con aquel anillo en el dedo sintió que empezaba a resquebrajarse por primera vez el muro que había alzado en torno a su pena y apenas pudo esperar a estar fuera de la casa de él para romper a llorar. Aquello le hizo pensar de nuevo en el dilema de Pedro. ¿Qué se traía entre manos? ¿Por qué se había presentado allí cuando podría haberse limitado a enviar a un abogado?
—Su aparición esta noche ha supuesto una completa sorpresa para mí.
—Nunca me habías hablado de él —dijo Delfina.
Paula ni siquiera había mencionado su relación laboral con Pedro Alfonso porque había temido que pudieran captar en su voz lo que apenas admitió ante sí entonces, y mucho menos ahora.
—Como he dicho antes, tú y tu boda son las protagonistas en estos momentos. No querría hacer nada que pudiera distraerte de eso.
Delfina chocó juguetonamente un hombro contra el de su hermana.
—¿Te importa dejar a un lado durante un rato tu personalidad altruista para que podamos cotillear sobre esto como auténticas hermanas? A fin de cuentas estamos hablando de un Alfonso. ¡Te estás relacionando con la realeza norteamericana!
—¿Y quién no querría cotillear sobre eso? —dijo Paula en tono irónico.
—Al parecer, tú —replicó Delfina—. El cielo sabe que yo ya habría convocado una rueda de prensa.
Paula no pudo contener la risa. Delfina tenía sus defectos, pero nunca pretendía ser alguien que no era. Lo que le hizo sentirse como una hipócrita, ya que ella se dedicaba a ocultarse de sí misma a diario. Dejó de reír.
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