martes, 10 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 43

Una hora después de finalizar la reunión con el juez, Pedro se aferraba al volante del Mercedes mientras recorría junto a Paula la carretera de la costa, El asiento trasero del vehículo estaba vacío. El juez había concedido temporalmente a Micaela que pasara con la niña una noche a la semana, a contar desde aquel mismo día. A ellos les había concedido un mes para reunir documentación o llegar a un acuerdo antes de volver a retomar el caso. De no ser por la capacidad de Federico para negociar, las cosas hubiesen resultado mucho peor. Había conseguido introducir una disposición: Pedro no pagaría los gastos de Micaela y podía contratar a una niñera para que permaneciese con ella y con Valentina durante sus visitas de veinticuatro horas. Al menos podían estar seguros de que la niña iba a estar atendida y de que Micaela no podría marcharse a la ciudad llevándosela con ella. Todos se quedaron en el juzgado hasta que se hubo cerrado la contratación de la niñera que utilizaron durante el viaje a Washington. Pedro había hecho todo lo posible por el momento. Y, aun así, la inquietud le roía por dentro. El sol se hundió tan aprisa como su valor. ¿Y si a pesar de todo perdían a Valentina? El amor que sentía por su hija le golpeó violentamente al ver a Micaela marcharse de allí con su pequeña, y la expresión demoledora en el pálido rostro de Paula ante aquella perdida sólo sirvió para acentuar su fracaso. Los faros del coche iluminaron la curva siguiente, más pronunciada de lo que él esperaba, y se obligó a ir más despacio. Destrozar el coche no iba a hacerle ningún bien ni a Nina ni a Phoebe, Le temblaban tanto las manos que decidió salir de la carretera desierta hasta recuperar el control de los temores que lo acechaban. Condujo el sedán a una apartada zona de aparcamiento situada entre dunas y cubierta de maleza. El viento arreciaba desde el mar, rociando levemente de agua el parabrisas. Colocó las manos sobre las rodillas, apretando y apretando como si así pudiese contener de algún modo la frustración que sentía. Sus músculos se tensaron y entonces alzó el brazo y golpeó el salpicadero con el puño cerrado soltando una maldición. Le alegró sentir el dolor que creció en su mano y pensó en asestar un segundo golpe al cuero... Pero entonces vió las lágrimas que caían por las mejillas de Paula. Dios, aquellas lágrimas le dolían más que si se hubiese roto la mano.


—Lo siento Paula, lo siento mucho.


Lo sentía por mucho más de lo que podía expresar con palabras en ese momento. La atrajo hacia sí y ella ni siquiera protestó, sino que se limitó a hundirse en su pecho. Un ahogado sollozo se aposentó en la garganta de Paula, se aferró a su chaqueta hasta hundir los dedos en sus hombros, irradiando el mismo miedo y desesperación que él albergaba en su interior. Él le enjugó con la mano dos lágrimas que descendían por su rostro y apoyó la cabeza en su frente, susurrando todas las palabras de consuelo que pudo rescatar de su escueto arsenal. Paula se acurrucó aún más en él, girando el rostro hacia sus caricias, hacia él.


—Acaríciame —susurró ella con voz ronca y angustiada—, abrázame, saca de mí este vacío.


Pedro se quedó inmóvil. No podía estar sugiriendo que... Pero entonces, ella le besó la palma de la mano y lo recorrió con los labios mientras hablaba:


—No puedo soportar pensar ni un segundo en todo lo que ha ocurrido, Necesito que me proporciones otra cosa, algo maravilloso en lo que pensar.


Toda la frustración de Pedro reunió fuerzas con el propósito de concederá Paula una distracción, una vía de escape, incluso un alivio momentáneo de su dolor. Le alzó el rostro hacia el suyo y sus bocas se rozaron. Quietas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario