—Vengo a recoger a mi hija —Micaela avanzó por el vestíbulo de la mansión de los Alfonso, apartándose de la cara su melena roja y ondulada en un gesto que Paula reconoció como calculado para atraer la atención de los hombres, Y que normalmente le funcionaba.
Al menos, ese día Pedro parecía ignorar los dudosos encantos de Micaela, que traía unos apretados vaqueros y una camiseta sin mangas verde lima, puesto que en sus ojos se reflejaba una rabia apenas disimulada. Valentina, sin embargo, no parecía detectar la tensión y daba golpecitos en la cara de Pedro con el mordedor en forma de panda que agarraba con su mano regordeta. Aunque existía tensión entre ella y él, a Paula le aliviaba poder contar con su apoyo en aquel pulso con Micaela. Había llamado al resto de la familia esa misma mañana y todos iban a regresar a casa en unas horas. Pedro posó la mano en la espalda de Paula.
—Vayamos al salón. Tenemos mucho de qué hablar sobre los últimos meses.
Micaela miró la puerta abierta y paseó los dedos bronceados por un huevo de Fabergé azul y blanco que descansaba junto a un jarrón de cristal con lilas. Avanzó adentrándose en el salón. Una cristalera permitía que el sol bañara de luz la estancia. Los suelos de madera noble estaban cubiertos de alfombras persas, rodeando dos sofás Reina Ana tapizados de azul con motas blancas. Alos lados había sillones en amarillo crema. Toda la decoración era sin duda formal, pero la atmósfera era confortable. Paula temía que Micaela estuviese observando en el salón un indicio de riqueza. Pero si sólo buscaba dinero, ¿No habría venido a hablar antes con Pedro? Micaela giró sobre sus puntiagudos tacones verdes y extendió los brazos.
—Mi niña —agarró a la niña con tal firmeza que Paula tuvo que dejarla ir—. Qué guapa estás, ¡y qué grande!
—Sí —masculló Pedro—, los niños crecen. De hecho, crecen mucho si dejas de verlos durante casi tres meses.
Paula posó la mano en su brazo, temerosa de que Micaela se molestase, sobre todo dado que no tenían ni idea de lo que ella tenía en mente.
—¿Dónde has estado? ¿No te das cuenta de que hemos estado muy preocupados?
—¿Estaban preocupados por mí, o era todo por Valentina? —levantando una ceja, izó torpemente a la niña sobre su cadera. Valentina se retorció y arrojó al suelo el mordedor—. Pero eso no importa ahora, estoy aquí y vengo preparada para cuidar de mí hija.
Pedro se mantenía firme en el umbral como esperando bloquear cualquier posibilidad de huida.
—Desapareciste de tal modo de la faz de la tierra que creímos que habías muerto. Todavía no nos has dicho dónde estabas.
—Lo siento. Fui a las islas con un director muy importante. Me dijo que tenía un papel para mí —Micaela apartó los dedos de Valentina de sus enormes pendientes de aro—. El muy cerdo me mintió, pero todo el asunto me granjeó unas vacaciones. Las madres necesitan vacaciones. Ahora vengo descansada y lista para acurrucarme con mi pequeña.
Paula reprimió las ganas de agarrar a Valentina y salir corriendo.
—No puedes abandonar a Nina durante meses y creer que confiaremos en que cuidarás de ella.
Los ojos de Micaela pasaron de Pedro a Paula, de pie uno junto al otro.
—Ah, ya veo lo que hay —zarandeó a Valentina alarmantemente al ver que intentaba llegar al suelo—. Te has ligado a Pedro y si pierdes a la niña lo perderás a él. Es un buen partido, entiendo que no quieras renunciar a todo lo que has conseguido.
Paula se aguantó las ganas de abofetear a Micaela, Pedro era más que un buen partido, suponía mucho más que el dinero que tenía guardado en el banco. Era un hombre honorable a quien le preocupaba su familia, un hombre que se tomaba en serio sus responsabilidades y sabía apreciar la belleza y valor que podía tener un sencillo paseo por la playa en coche. Pedro recogió del suelo el mordedor de Valentina y la tomó de los incómodos brazos de Micaela.
—Paula y yo estamos casados.
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