martes, 24 de junio de 2025

Chantaje: Capítulo 8

Paula habría querido que el fotógrafo dejara de una vez de hacer destellar su flash. Si seguía así, su dolor de cabeza se iba a acabar conviniendo en una auténtica migraña. Afortunadamente, la fiesta estaba a punto de terminar. Solo quedaban algunos rezagados que querían aparecer en las fotos. Pedro, la principal causa de su dolor de cabeza, estaba charlando con su padrastro. Decidida a mantener la calma, se ocupó de apilar unos platos en la mesa de los postres.


—Deberías dejar que se ocuparan de eso los miembros del catering —dijo Delfina—. Para eso les paga.


—No me importa. Además, cobran por horas —Paula siguió amontonando platos, más que nada para quemar los nervios que había despertado en ella el beso de Pedro.


—Eso no significa que tengas que deslomarte trabajando. Vete a casa.


Paula no estaba lista para quedarse a solas con Pedro. Todavía no. Pero, a juzgar por la firmeza de su expresión, no parecía dispuesto a desaparecer de su vida así como así.


—Me quedó aquí contigo —dijo—. Sin discusiones.


—Al menos toma un poco de tarta. Está tan buena que me da igual que tengan que ajustarme el traje de novia —Delfina dió ejemplo tomando un trozo de tarta. Se relamió y luego miró a Pedro—. Estás llena de sorpresas, hermanita.


—Ya lo has dicho antes —replicó Paula.


Era raro que alguien la acusara de estar llena de sorpresas. Ella siempre había sido la sensata, la firme, la que suavizaba las cosas cuando su hermana pequeña se ponía a llorar.


—Pero es cierto. ¿Qué te traes entre manos con tu novio Alfonso? —Delfina señaló con su plato a Pedro que parecía cómodo y relajado con su traje de chaqueta, a pesar del calor que reinaba en Florida en mayo.


Antes, Paula encontraba fascinante su actitud constantemente despreocupada, pero ahora le resultaba un tanto irritante… Sobre todo teniendo en cuenta que no lograba olvidar el beso que le había dado. Se obligó a dejar las manos quietas apoyándolas en la mesa junto a Delfina, que le sacaba por lo menos diez centímetros. Su curvilínea hermana se parecía más a su rubio padre que a su madre. Pero ambas tenían los largos dedos de su madre. Lamentó no tenerla a su lado en aquellos momentos, e imaginó cuánto debía dolerle a Delfina no contar con ella para organizar los preparativos del día más importante de su vida.  La repentina muerte de su madre a causa de una reacción alérgica fue un mazazo para todos. Paula estuvo aturdida todo el funeral, y permaneció en un estado parecido mientras estuvo en España estudiando… Hasta que acabó en la cama de Pedro. Al despertar la mañana después con aquel anillo en el dedo sintió que empezaba a resquebrajarse por primera vez el muro que había alzado en torno a su pena y apenas pudo esperar a estar fuera de la casa de él para romper a llorar. Aquello le hizo pensar de nuevo en el dilema de Pedro. ¿Qué se traía entre manos? ¿Por qué se había presentado allí cuando podría haberse limitado a enviar a un abogado?


—Su aparición esta noche ha supuesto una completa sorpresa para mí.


—Nunca me habías hablado de él —dijo Delfina.


Paula ni siquiera había mencionado su relación laboral con Pedro Alfonso porque había temido que pudieran captar en su voz lo que apenas admitió ante sí entonces, y mucho menos ahora.


—Como he dicho antes, tú y tu boda son las protagonistas en estos momentos. No querría hacer nada que pudiera distraerte de eso.


Delfina chocó juguetonamente un hombro contra el de su hermana.


—¿Te importa dejar a un lado durante un rato tu personalidad altruista para que podamos cotillear sobre esto como auténticas hermanas? A fin de cuentas estamos hablando de un Alfonso. ¡Te estás relacionando con la realeza norteamericana!


—¿Y quién no querría cotillear sobre eso? —dijo Paula en tono irónico.


—Al parecer, tú —replicó Delfina—. El cielo sabe que yo ya habría convocado una rueda de prensa.


Paula no pudo contener la risa. Delfina tenía sus defectos, pero nunca pretendía ser alguien que no era. Lo que le hizo sentirse como una hipócrita, ya que ella se dedicaba a ocultarse de sí misma a diario. Dejó de reír.


Chantaje: Capítulo 7

Miguel Chaves redobló su atención al escuchar aquello.


—¿Alfonso? ¿Cómo los Alfonso de Hilton Head, en Carolina del Sur?


—Sí, señor. Esa es mi familia.


—Yo soy Miguel Chaves, el padre de Paula.


Pedro contuvo su irritación ante el evidente interés que había despertado su apellido. Apreciaba las ventajas que había supuesto para él el contar con el dinero de su familia, pero prefería labrarse su propio camino en la vida. Pero hacía tiempo que había aprendido a tratar con tipos interesados en el dinero como aquél. Un fotógrafo que había bajado del barco siguiendo al padre de la novia empezó a sacar fotos. Paula hizo lo posible por ocultarse tras Pedro. Sonriendo de oreja a oreja, Miguel se apartó a un lado para que el fotógrafo tuviera mejor perspectiva. Delfina tomó a su prometido del brazo y se acercó a Pedro y a Paula.


—¿Cuándo conoció a Paula, señor Alfonso? Estoy segura de que la encargada de la sección de noticias locales de nuestro ilustre periódico querrá todos los detalles al respecto.


—Llámame Pedro, por favor —dijo éste con una sonrisa—. Conocí a Paula el año pasado, mientras estaba haciendo sus estudios en el extranjero. Me resultó imposible olvidarla… Y aquí estoy.


Cada palabra era cierta, y Pedro sintió el discreto suspiro de alivio que Paula dió a su lado. Delfina soltó el brazo de su prometido y se situó junto a su hermana para la siguiente ronda de fotos.


—Eres una caja de sorpresas, cariño —murmuró junto al oído de Paula.


Paula sonrió, tensa.


—No por elección. Además, ésta es tu noche. No quería hacer nada que te quitara el protagonismo.


Delfina le guiñó un ojo y luego miró a Pedro de arriba abajo.


—Si fuera mi cita, yo estaría disfrutando con tanta atención por parte de la prensa.


¿Qué clase de familia era aquélla?, se preguntó Pedro mientras ceñía una vez más a Paula contra su costado para hacer ver a Delfina que no le agradaban sus comentarios. Esta se limitó a sonreír y a agitar juguetonamente su pelo rubio en torno a sus hombros. Su ingenuo novio no pareció darse cuenta de nada. Paula ocultó el rostro en el hombro de Pedro, que se dispuso de inmediato a consolarla… Hasta que se dió cuenta de que no estaba disgustada. Sólo se estaba ocultando de la cámara y los flashes del fotógrafo, que no hacía más que sacar fotos. Delfina alargó una mano hacia su hermana.


—Vamos, sonríe a la cámara. Llevas, toda la noche ocultándote aquí fuera y no me vendría mal un poco de diversión y algunas fotos interesantes que añadir al álbum de mi boda.


Paula se quitó la goma que sujetaba su cola de caballo y la sedosa capa de su melena negra cubrió sus hombros y espalda. A Pedro nunca le había parecido que fuera especialmente coqueta o presumida, pero la mayoría de las mujeres que conocía se arreglaban para las fotos. Incluso sus tres cuñadas solían pintarse los labios antes de una conferencia de prensa. Pero al fijarse más detenidamente comprendió que estaba utilizando el pelo como cortina. Era posible que el fotógrafo estuviera haciendo sus fotos, pero no iba a obtener una imagen clara del rostro de ella. Pedro fue consciente en aquel momento de que el problema que había entre ellos era más complicado de lo que imaginaba. Sabía que Paula quería mantener en secreto su parentesco con la realeza. Eso era lógico y respetaba su derecho a vivir como quisiera. Pero hasta ese momento no había comprendido hasta dónde estaba dispuesta a llegar para proteger su anonimato… Lo que suponía un molesto inconveniente. Porque, como miembro de la familia Alfonso, él siempre podía contar con llamar la atención de la prensa. Quería vengarse, pero no necesitaba desvelar el secreto de Paula para hacerlo. Tenía formas mucho más tentadoras de apartarla definitivamente de su cabeza. 

Chantaje: Capítulo 6

Paula se quedó momentáneamente sorprendida. ¿Le estaba dejando ir? ¿Pero no acababa de decir que iban a aclarar las cosas cara a cara? Pero no podía perder el tiempo preguntándose por qué había cambiado de opinión. Salió de la limusina y se volvió en el último segundo para decir adiós a Pedro. ¿Por qué se le encogía el estómago ante la idea de no volver a verlo? Pero al girar sobre sus talones chocó de lleno contra el pecho de Pedro. Al parecer, él también había salido de la limusina. El viento llevó hasta ellos las voces de la fiesta de compromiso, pero apenas registró ese hecho mientras él inclinaba su moreno rostro hacia ella. Antes de que pudiera respirar o protestar, la boca de Pedro cubrió la suya. Paula trató de mantener los ojos abiertos, pero acabó cerrándolos. Sintió el contacto de los labios de él en los suyos, de su lengua. Alzó instintivamente las manos y las apoyó en su pecho. Había algo muy especial en los besos de Pedro Alfonso, pero trató de pensar racionalmente en lugar de dejarse llevar por las sensaciones que evocaba en ella. Totalmente en control de la situación, Pedro deslizó una mano hasta su cintura… Donde todo el mundo podía verla.


Paula comprendió que estaba montando aquella escena para los asistentes a la fiesta. La indignación y la rabia que sintió aplacaron el desea que estaba experimentando. Empezó a apartarse, pero reconsideró la situación. El daño ya estaba hecho. Todos los asistentes a la fiesta habían sido testigos del beso… Y seguro que asumirían lo peor. Ya puestos, más le valía aprovecharse de la oportunidad para sorprender a Pedro… Y para vengarse un poco por haber escenificado aquel encuentro en lugar de haberse limitado a ponerse en contacto con ella a través de sus abogados. Deslizó los brazos en torno a su cintura, aunque nadie podía verlo por detrás. Pero lo que estaba a punto de hacer no era para que lo viera todo el mundo. Era sólo para Pedro. Apoyó ambas manos en sus glúteos. Él parpadeó, sorprendido. Estuvo a punto de apartarse, pero sus sensaciones se adueñaron de él. Aquel beso no estaba yendo como lo había planeado. Desde luego, no esperaba que Paula tomara el control del juego que había iniciado él. Había llegado el momento de volver de nuevo las tornas. El viento llevó hasta ellos las voces de sorpresa procedentes del barco. Pedro apoyó una mano tras la nuca de Paula y deslizó la lengua por el contorno de sus labios. Lo hizo una sola vez, pero al parecer bastó para que la respiración de Paula se agitara y su cuerpo se ciñera al de él como si se hubiera vuelto gaseoso. Quería llevar aquel encuentro más allá, pero no allí. No en público. Y sabía que si sugería que volvieran a la limusina, volvería a razonar y se negaría. De manera que, a pesar de sí mismo, dio por terminado el beso.  Se apartó de ella sin retirar las manos de su cintura, por si decidía escapar… O abofetearlo.


—Terminaremos esto más tarde, princesa, cuando no haya público.


Cuando pudiera llevar aquello a la conclusión natural que su cuerpo exigía. Y cuando Paula consintiera realmente y no estuviera limitándose a seguir un impulso. Era posible que hubiera planeado aquel beso para que la familia de ella fuera consciente de su relación, pero lo cierto era que sus instintos casi se habían adueñado de su voluntad. No podía irse sin pasar una noche más en la cama con ella. Paula frunció los labios, como conteniendo una respuesta, pero sus manos temblaban cuando las retiró de la cintura de Pedro para apoyarlas en su pecho. Él vió por encima de su hombro que un pequeño grupo bajaba del barco y se acercaba hacia ellos por el muelle. Gracias a las fotos que le había facilitado el investigador que había contratado, reconoció a Miguel Chaves, el padrastro de Paula, a su hermana Delfina y a Luca, el prometido de ésta. Paula se inclinó hacia él y susurró:


—Vas a pagar por esto.


—Shhh —Pedro la besó rápidamente en la frente—. No queremos que tu familia nos vea peleando, ¿No? —dijo a la vez que la ceñía contra su costado.


Paula se puso tensa.


—No estarás planeando hablarles…


—¿Sobre tu padre?


Los ojos de Paula brillaron con una mezcla de enfado y temor.


—Sobre tus teorías. Respecto a tí y a mí.


—Mis labios están sellados, princesa.


—Deja de llamarme así —murmuró Paula entre dientes mientras sus familiares se acercaban.


—Ambos sabemos que es cierto. No tiene sentido seguir negándolo. Lo único que falta por saber es hasta qué punto estás dispuesta a llegar para mantenerme en silencio.


Paula se quedó boquiabierta.


—No puedo creer que…


—Ya es tarde para hablar, Paula —dijo Pedro mientras volvía a estrecharla contra su costado—. Puedes fiarte de mí, o no hacerlo.


Un instante después, el grupo que se acercaba se detuvo ante ellos. Pedro ofreció su mano al padrastro de Paula.


—Siento haber llegado tarde, señor. Soy la cita de Paula para la fiesta de esta noche. Me Llamo Pedro Alfonso. 

Chantaje: Capítulo 5

Apartó la mirada de la tentadora curva de la boca de Pedro, una boca que le produjo un intenso placer explorando cada centímetro de su piel aquella noche…


—Todo el mundo sabe que el rey Enrique ya no vive en San Rinaldo. Nadie sabe con exactitud adonde fue con sus hijos. Sólo existen rumores.


—Rumores de que está en Argentina —Pedro se apoyó contra el cómodo respaldo del asiento, aparentemente relajado.


Paula recordó el día que lo conoció. Acababa de unirse a un grupo de restauración con el que tenía que hacer unas prácticas para una asignatura. Pedro estaba examinando unos planos con otro hombre en la obra. Al principio pensó que trabajaba con el grupo, lo que llamó su atención. Pero ya era tarde cuando descubrió quien era realmente. Un Alfonso, un miembro de toda una dinastía financiera y política. Ella apartó la mirada.


—No sé nada de eso.


Después de tanto tiempo, mentirle resultaba fácil.


—También parece que ni tú ni tu madre han estado en Argentina, pero no es eso lo que me preocupa —Pedro miró a Paula hasta que ésta se vió obligada a devolverle la mirada—. Me da igual dónde vivan tus padres auténticos. Lo único que me preocupa es que me mentiste y eso ha frenado en seco el proceso de nuestro divorcio.


Paula lo miró con gesto desafiante.


—No sé por qué te preocupas tanto. Si lo que dices es cierto, nuestro matrimonio sería nulo y por tanto no necesitamos el divorcio.


—Me temo que no es así. Me he informado. Puedes estar segura de que somos legalmente marido y mujer —Pedro deslizó los dedos por el pelo de Paula hasta dejar la mano apoyada en su cadera. 


Ella se esforzó para no apartarse… Y para no acercarse. Tomó a Pedro por la muñeca y le retiró la mano con firmeza.


—Acúsame de abandono. O si quieres te acuso yo. Me da igual mientras las cosas se resuelvan rápidamente y con discreción. Nadie de mi familia está al tanto de mi… Impetuosa boda.


—¿No quieres discutir quién se queda con la porcelana y quién con las toallas?


Aquello ya era demasiado. Paula golpeó la ventanilla que los separaba del conductor hasta que se abrió.


—Lléveme de vuelta al muelle, por favor.


El conductor miró a Pedro, que asintió secamente. 


Su autocrática actitud hizo que Paula quisiera gritar de frustración, pero no quería montar una escena. ¿Cómo era posible que aquel hombre tuviera el poder de hacerle hervir la sangre? Ella era una maestra de la calma. Todo el mundo lo decía, desde los miembros de la junta administrativa de la biblioteca hasta su profesor de atletismo en el colegio, que nunca logró convencerla para que fuera demasiado deprisa. Esperó a que la ventanilla se cerrara para volverse hacia Pedro.


—Puedes quedarte con todo lo poco que poseo si detienes esta locura ahora. Discutir no nos va a llevar a nada. Haré que mi abogado revise los papeles del divorcio.


Aquello era lo más que pensaba acercarse a admitir que Pedro había dado con la verdad. Desde luego, no podía confirmarlo sin que su abogado viera las pruebas que pudiera tener. Había demasiadas personas en juego. Aún había por ahí gente perteneciente al grupo que trató de asesinar a Enrique Medina y que asesinó a su mujer, la madre de sus tres hijos legítimos. Enrique ya era viudo cuando conoció a la madre de Paula en Florida, pero no se casaron. Ésta le dijo muchas veces a su hija que fue ella la que no quiso adaptarse a la forma de vida de la realeza, pero los labios le temblaban siempre que lo decía. En aquellos momentos, Paula comprendió a su madre más de lo que nunca podría haber imaginado. La relaciones eran muy complicadas… Y dolorosas. Afortunadamente, la limusina se estaba acercando de nuevo al muelle, pues ella no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar aquella noche. El vehículo se detuvo junto a la entrada.


—Si eso es todo lo que tienes que decirme, Pedro, tengo que volver a la fiesta. Mi abogado se pondrá en contacto contigo a comienzos de la semana que viene — dijo Paula, y a continuación alargó la mano hacia la manija de la puerta para, salir. Pedro apoyó una mano en la de ella.


—Un momento. ¿De verdad crees que voy a perderte de vista tan fácilmente? La última vez que lo hice me dejaste plantado antes de comer. No pienso perder otro año buscándote si decidieras desaparecer de nuevo.


—No desaparecí. Vine a Pensacola —Paula trató de liberar sus manos, pero Pedro no se lo permitió—. Aquí puedes encontrarme.


De hecho, podría haberla encontrado a lo largo de los últimos meses si hubiera querido. Las primeras semanas tuvo esperanzas, pero el pánico se adueñó de ella mientras luchaba contra su deseo de ponerse en contacto con él. Ahora ya no tenían motivo para hablar.


—Ahora estoy aquí —dijo Pedro a la vez que le acariciaba la mano—. Y vamos a arreglar este asunto cara a cara.


—¡No!


—Sí —dijo Pedro a la vez que abría la puerta del coche. 

jueves, 19 de junio de 2025

Chantaje: Capítulo 4

Pedro tenía que estar bromeando, se dijo Paula, tensa. Se había esforzado realmente por no dejar rastro. Su madre le había advertido de lo importante que era que tuviese cuidado, que se mantuviera por encima de todo reproche, que nunca atrajera en exceso la atención. Miró distraídamente por la ventanilla. Realmente parecía que el conductor estaba conduciendo sin destino, que no se dirigía a ningún sitio concreto… Como el hotel de él.


—Firmamos los papeles del divorcio —dijo.


Pedro entrecerró sus intensos ojos azules.


—Al parecer olvidaste decirme algo, un secreto que has mantenido celosamente guardado todo este tiempo.


Paula se mordió el labio para reprimir las impulsivas palabras que tenía en la punta de la lengua mientras se recordaba que debía estar agradecida por el hecho de que Pedro no hubiera descubierto su más reciente secreto. El estómago se le encogió a causa de los nervios. Trató de calmarse respirando profundamente, pero debía enfrentarse a una verdad que había aprendido hacía tiempo. Sólo podía relajarse trabajando en la biblioteca.


—¿Qué secreto?—preguntó, siguiendo la arraigada costumbre de la negación. Hasta entonces nadie había sacado aquel tema, de manera que su estrategia había funcionado—. No sé de qué estás hablando.


Pedro no ocultó su irritación.


—¿Es así como piensas llevar el asunto? De acuerdo —se inclinó hacia Paula, a la que no se le pasó por alto el aroma de su loción para el afeitado, aroma que aún no había olvidado—. Olvidaste mencionar a tu padre.


—Mi padre es un recaudador de impuestos en Pensacola, Florida, y hablando de Florida, ¿Por qué no estás en tu casa de Hilton Head, en Carolina del Sur?


—No hablo de tu padrastro, sino de tu padre biológico.


Pedro trató de disimular el estremecimiento que recorrió su cuerpo.


—Ya te hablé de mi padre biológico. Mi madre estaba sola cuando nací. Mi verdadero padre era un vagabundo que no quería formar parte de su vida.


Su padre, poco más que un donante de esperma por lo que a ella se refería, rompió el corazón de su madre cuando la dejó para que criara sola a su hija. Era posible que su padrastro no fuera precisamente un príncipe azul, pero al menos se había ocupado de ellas.


—¿Un vagabundo? Un vagabundo perteneciente a la realeza —dijo Pedro—. Una interesante dicotomía. 


Paula cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que fuera igual de fácil librarse de las repercusiones de lo que había descubierto Pedro. Su padre biológico aún tenía enemigos en San Rinaldo. Había sido una tontería tentar al destino acudiendo a España con la esperanza de averiguar algo sobre sus orígenes en la pequeña isla cercana. El miedo era algo bueno cuando mantenía a una persona a salvo. Hizo un esfuerzo por contener los latidos de su corazón.


—¿Te importaría no mencionar eso?


—¿A qué te refieres?


—A lo de la realeza —a pesar de que su padrastro llamaba frecuentemente a Delfina su «Pequeña princesa», ni él ni el resto del mundo sabían que Paula era la que tenía verdadera sangre real circulando por sus venas gracias a su padre biológico.


Nadie lo sabía, excepto ella misma, su madre, ya muerta, y un abogado que se ocupaba de cualquier posible comunicación con el rey depuesto. El padre de Paula. Un hombre aún perseguido por la facción rebelde que había tomado el poder en San Rinaldo.


—Puede que hayas logrado engañar al mundo todos estos años, pero yo he descubierto tu secreto —dijo Pedro—. Eres la hija ilegítima del depuesto rey Enrique Medina.


Paula hizo un esfuerzo por mostrarse despreocupadamente relajada.


—Eso es ridículo —dijo, aunque era cierto. Si Pedro había logrado descubrir su secreto, ¿Cuánto tardarían en averiguarlo otros? Debía persuadirlo como fuera de que estaba equivocado. Luego decidiría qué hacer si lo que le había contado él sobre su divorcio era cierto—. ¿Qué te ha hecho llegar a una conclusión tan absurda?


—Descubrí la verdad cuando volví a Europa recientemente. Mi hermano y su esposa decidieron renovar sus votos matrimoniales y aprovechando que estaba por la zona pasé por la capilla en la que nos casamos.


Paula se sorprendió al escuchar aquello y no pudo evitar recordar la noche en que se casaron. Ella estaba emocionalmente hundida tras la muerte de su madre y acababa de llegar a Europa para terminar sus estudios. Compartió unas bebidas con el hombre por el que estaba secretamente chiflada y lo siguiente que supo fue que estaban buscando un cura o un secretario de juzgado que aún estuviera levantado. Visitar el lugar en el que hicieron sus votos sonaba sentimental. Como si aquel día significara más para Pedro que el mero recuerdo de un error cometido a causa del alcohol.


—¿Volviste allí? —preguntó sin poder evitarlo.


—Estaba por la zona —repitió Pedro, pero su mandíbula se tensó visiblemente, primer indicio de que lo sucedido debió afectarle tanto como a ella.


Paula recordó que la dejó ir fácilmente, que, en lugar de pedirle que se metiera de nuevo en la cama y decirle que ya lo hablarían más tarde, aceptó que habían cometido un error. Su parte más irracional habría querido que no le hiciera caso. Pero no fue así. Pedro la dejó ir, como hizo su padre con su madre. Y con ella. 

Chantaje: Capítulo 3

 —¿Consideras que todo fue un error? ¿Incluso lo sucedido entre el «sí quiero» y la resaca de la mañana siguiente? —preguntó Pedro sin poder contenerse.


Un destello de atracción iluminó por un instante los oscuros ojos de Paula.


—No lo recuerdo.


—Te estás ruborizando —comentó Pedro con evidente satisfacción—. Seguro que recuerdas la mejor parte.


—El sexo es irrelevante —dijo Paula remilgadamente.


—¿Sexo? Yo estaba hablando de la comida. La mariscada estaba deliciosa.


La boca de Paula se contrajo en un gesto de desagrado.


—Eres un asno, Pedro.


—Pero soy todo tuyo…


—Ya no. ¿Recuerdas la mañana después? Eres mi ex asno.


Si fuera tan fácil dejar a aquella mujer atrás… Pedro tenía al cielo por testigo de lo mucho que se había empeñado en olvidar a Paula Chaves Alfonso a lo largo de aquel último año. ¿O más bien a Paula Medina Chaves? Había descubierto el problema en el registro de una iglesia, un pequeño «Detalle» que ella olvidó mencionar, pero que había puesto freno al papeleo de su divorcio. Pedro no pudo evitar una vez más la sensación de haber sido traicionado. Quería dejar a aquella mujer en su pasado, pero en aquella ocasión sería él quien la dejara.


—En eso le equivocas. El papeleo no siguió adelante.


Pedro volvió a tomar un mechón de pelo de Paula y tiró ligeramente de él para hacer notar su presencia. El destello de conciencia que iluminó momentáneamente los ojos de ella alimentó el fuego que latía en el interior de él. Contempló la sencilla cadena de oro que rodeaba su cuello y recordó las joyas con que una vez imaginó cubrirla mientras dormía. Pero entonces despertó y dejó bien claro que no iban a pasar el verano juntos. Tenía mucha prisa por alejarse de él. Recordó que había acudido allí para aclarar las cosas y marcharse, pero empezaba a pensar que sería más satisfactorio disfrutar una vez más de Eloisa para asegurarse de que recordara todo lo que habrían podido tener si ella hubiera sido tan franca con él, como él lo fue con ella. Deslizó los nudillos hasta su mejilla y le hizo volver el rostro para que lo mirara.


—El procedimiento no siguió adelante porque mentiste respecto a tu nombre.


Paula apartó la mirada. 


—No mentí sobre mi nombre —dijo a la vez que se erguía en el asiento—. ¿A qué te refieres con que el procedimiento no siguió adelante?


Parecía sinceramente sorprendida, pero Pedro ya había aprendido a no fiarse de ella. Pero estaba dispuesto a seguirle la corriente para lograr su meta; una última noche en la cama de Paula antes de dejarla para siempre.


—El papeleo del divorcio no concluyó. Sigues siendo la señora de Pedro Alfonso, querida.

Chantaje: Capítulo 2

Pero a Pedro no le interesaba nada la fiesta. Lo que quería averiguar era por qué Paula no le dijo toda la verdad cuando le pidió el divorcio. También quería saber por qué su apasionada amante se había alejado tan desapasionadamente de él. Habría disfrutado contemplando la anonada expresión de ella al verlo de no ser por lo enfadado que estaba a causa del secreto que le había ocultado, secreto que estaba estropeándolo todo en su sentencia de divorcio. Un año atrás, cuando la conoció en Madrid, la asombrosa e instantánea química que surgió entre ellos le impidió pensar en otra cosa. Y viéndola ahora de nuevo, no le extrañó que se le hubieran pasado por alto algunos detalles… Como, por ejemplo, lo bien adaptada que parecía al entorno español en que se hallaba. Era una distracción andante. La brisa moldeó en torno a su cuerpo el vestido de seda que llevaba. La semi penumbra reinante hizo que la viera casi desnuda. ¿Habría sido consciente de ello cuando eligió el vestido? Lo más probable era que no. Paula no parecía ser consciente de su atractivo, lo que hacía que resultara aún más tentadora. Llevaba el pelo sujeto en una cola de caballo que realzaba sus exóticos ojos marrones. Apenas maquillada, habría podido relegar a la sombra a muchas modelos famosas. Pero en cuanto tuviera su nombre en los papeles del divorcio, papeles oficiales en esta ocasión, no pensaba volver a tener nada que ver con ella. Al menos, ése era el plan. No necesitaba pasar dos veces por lo mismo. En su momento malinterpretó las señales, no se dió cuenta de que estaba bebida cuando dijo el «Sí, quiero». Pero ya había superado aquel episodio de su vida. O eso pensaba. Porque al verla de nuevo había experimentado el mismo impacto que la primera vez que la vió. Trató de dejar a un lado su atracción. Necesitaba su firma y, por algún motivo, no había querido dejar aquello en manos de sus abogados. Paula apoyó las manos en las caderas y ladeó la cabeza.


—¿Qué haces aquí?


—He venido a acompañarte a la fiesta de compromiso de tu hermana —Pedro apoyó una mano en la puerta abierta de la limusina—. No puedo permitir que mi esposa vaya sola.


—¡Shhh! —Paula agitó la mano ante su rostro—. No soy tu esposa.


Pedro la tomó de la mano y miró su dedo anular.


—Vaya, la ceremonia de nuestra boda en Madrid debió ser una alucinación.


Paula liberó su mano de un tirón.


—No digas tonterías. 


—Si lo prefieres, podemos saltarnos la fiesta, ir a tomar un bocado y hablar de esas «Tonterías».


Paula miró a Jonah con cautela.


—Estás bromeando, ¿No?


—Sube al coche y compruébalo.


Paula volvió la mirada hacia el yate y luego miró de nuevo a Pedro.


—No creo que sea buena idea.


—¿Temes que te secuestre?


Paula rió nerviosamente, como si hubiera pensado precisamente aquello.


—No digas tonterías.


—Entonces, ¿Por qué no entras? A menos que quieras que sigamos con esta conversación en medio del muelle…


Paula volvió de nuevo la cabeza hacia el barco. Finalmente asintió.


—De acuerdo —dijo a regañadientes mientras entraba en la limusina.


Pedro entró a continuación, dio un toque con los nudillos al cristal que los separaba del conductor y le indicó que condujera sin mencionar un destino determinado.


—¿Adónde vamos? —preguntó Paula.


—¿Adónde quieres ir? Tengo una suite en Pensacola Beach.


—Cómo no —dijo Paula con ironía mientras contemplaba el elegante y equipado interior de la limusina, que incluía un mini bar, un televisor de plasma y un completo equipo informático.


—Veo que no has cambiado —Pedro había olvidado lo quisquillosa que podía ser con el tema del dinero. 


Pero había sido una experiencia refrescante conocerla. Ya había conocido demasiadas mujeres que sólo iban tras él por la cartera de acciones Alfonso y su influencia política. Nunca había conocido a otra mujer que lo hubiera dejado por ello. Pero entonces no sabía que Paula tenía acceso a más influencia y dinero del que él podía ofrecerle. Aquello lo había impresionado, pero también lo había confundido, ya que ella no se molestó en comentárselo ni siquiera después de casarse. Reprimió su enfado, una emoción peligrosa dada la punzada de deseo que estaba experimentando. Para demostrarse a sí mismo que podía mantener el control, tomó entre dos dedos un mechón del pelo de Paula. Ella apartó de inmediato la cabeza.


—Para. Déjate de jueguecitos y explícame por qué has venido.


—¿Qué tiene de malo que quiera ver a mi esposa?


—Ex esposa. Nos emborrachamos y acabamos casados —Paula se encogió despreocupadamente de hombros—. Le sucede a mucha gente. Sólo tienes que ver los registros matrimoniales de Las Vegas. Cometimos un error, pero dimos los pasos necesarios para corregirlo al día siguiente.

Chantaje: Capítulo 1

 Pensacola, Florida. En la actualidad.


—¡Felicidades a la futura esposa, a mi pequeña princesa!


El brindis del padre de la novia llegó desde la cubierta del barco hasta el muelle en que se encontraba Paula Chaves. Estaba sentada en el borde, mojándose los pies en las aguas del golfo de Florida, cansada después de haber ayudado a su media hermana a organizar su fiesta de compromiso. Su padrastro había tirado la casa por la ventana por Delfina, excediendo las posibilidades que podía permitirse un recaudador de impuestos, pero nada bastaba para su «Pequeña princesa». A pesar de todo, había tenido que conformarse con una reserva el lunes por la noche para poder permitírselo. El sonido de las copas se mezcló con el del agua que acariciaba los pies de Paula. La comida había terminado y todo el mundo había quedado tan satisfecho que nadie la echaría de menos. Se le daba bien ayudar a la gente y mantenerse en segundo plano. Organizar aquella fiesta de compromiso había resultado una actividad agridulce, pues le había hecho pensar en su propia boda. Boda de la que su familia no sabía nada. Afortunadamente, un efectivo divorcio la había librado rápidamente de su impulsivo matrimonio, celebrado de forma totalmente improvisada a media noche. Normalmente lograba apartar los recuerdos, pero la organización de la fiesta de compromiso de Audrey le había hecho revivirlos con especial intensidad. Por no mencionar el críptico mensaje telefónico que había recibido aquella mañana de Paula. Ya había pasado un año, pero aún podía reconocer su profunda y sensual voz. «Paula, soy yo. Tenemos que hablar».


Paula apartó la coleta que la brisa se empeñaba en llevar hacía su rostro. Un año atrás decidió ir a conocer la herencia cultural de su verdadero padre. Aquello la había conducido hacia el hombre equivocado, un hombre con un intenso perfil vital que suponía una amenaza para su cuidadosamente protegido mundo, y también para los secretos que tan celosamente guardaba. Parpadeó para alejar los recuerdos de Pedro, demasiados, teniendo en cuenta el poco tiempo que pasaron juntos. Debería ignorar su llamada y bloquear su número. O al menos esperar a que su hermana estuviera casada antes de ponerse en contacto con él. El relajante sonido del agua que acariciaba los costados del muelle se vio interrumpido por el del motor de un vehículo que se acercaba. Miró por encima del hombro. Se acercaba una limusina. ¿Se trataría de algún invitado rezagado? Si era así, llegaba realmente tarde.  Tomó sus sandalias mientras contemplaba el elegante y exclusivo Rolls Royce de ventanillas tintadas. La zona privada en que se encontraban era totalmente segura… ¿Pero había realmente algún sitio seguro, especialmente en la oscuridad? Sintió que se le ponía la carne de gallina y se le secaba la boca. Se puso las sandalias reprendiéndose por ser tan tonta. Pero lo cierto era que el prometido de Delfina era conocido por tener algunos contactos turbios. Su padrastro sólo era capaz de ver el dinero y el poder, y no parecía preocuparle el retorcido camino por el que solían circular éstos. Aunque ninguno de aquellos cuestionables contactos tenía motivos para querer hacerle daño a ella. En cualquier caso, le convenía volver a la fiesta. Se puso en pie. La limusina aceleró la marcha.


Paula tragó saliva, lamentando no haber tomado unas clases de autodefensa a la vez que terminaba sus estudios de bibliotecaria. Pero no tenía por qué ponerse paranoica. Empezó a caminar. En cuanto avanzara treinta metros podría avisar al hombre que vigilaba el acceso a la pasarela. El sonido del motor de la limusina aumentó a sus espaldas. Caminó más deprisa. El tacón bajo de sus zapatos se enganchó entre las tablas del muelle. Acababa de liberarlo cuando el vehículo se detuvo ante ella. Se abrió una de las puertas traseras, bloqueándole el paso. Sólo podía rodear el coche o lanzarse al agua. Frenética, miró a su alrededor en busca de ayuda, pero ninguno de los setenta y cinco invitados que había en el yate parecía haberse dado cuenta de su situación. Una pierna vestida de negro se asomó por la puerta del coche. El zapato Ferragano que ella reconoció al instante hizo que los latidos de su corazón se desbocaran. Sólo conocía a un hombre que los usara. Dió un paso atrás mientras el hombre salía del coche. Contuvo el aliento, con la esperanza de ver asomarse un pelo canoso o una buena barriga… Cualquier cosa… ¡Menos a Pedro! Pero no hubo suerte. El hombre alto y fuerte que salió del coche vestía de negro y llevaba suelto el botón superior de la camisa. Su pelo castaño le llegaba casi hasta los hombros y lo llevaba apartado del rostro, lo que realzaba la fuerza de su cuadrada mandíbula. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos. Sintió que los nervios atenazaban su estómago. Obviamente, su ex marido no se había conformado con hacer una llamada y dejar un mensaje. El poderoso empresario internacional del que se había divorciado hacía un año había regresado. Pedro Alfonso se quitó las gafas, miró la hora en su reloj y sonrió.


—Siento haber llegado tarde. ¿Nos hemos perdido la fiesta? 

Chantaje: Prólogo

 Madrid, España. Un año atrás.



Quería cubrirla de joyas.


Pedro Alfonso deslizó los dedos por el brazo desnudo de la mujer que dormía a su lado e imaginó que joyas de la familia quedarían mejor con su pelo negro. ¿Los rubíes? ¿Las esmeraldas? ¿O tul vez las perlas? Normalmente no solía echar mano del tesoro familiar. Prefería vivir del dinero que ganaba con sus propias inversiones. Pero estaba dispuesto a hacer una excepción por Paula. La luz del amanecer entraba por los ventanales de la casa del siglo diecisiete que había alquilado para el verano. Una ligera brisa agitó las cortinas. Paula había parecido tan cómoda caminando entre las ruinas del castillo español que al principio no se había dado cuenta de que era de los Estados Unidos. Y muy exótica. Y ardiente. Mientras ella caminaba tomando notas por entre los andamios, él había perdido el hilo de su conversación con los inversores. La mayoría lo consideraban el impulsivo de la familia, aunque le daba igual lo que pensaran. No había duda de que corría riesgos en los negocios y en su vida privada, pero siempre tenía algún plan. Y siempre le funcionaba. Al menos hasta ahora. La noche anterior, por primera vez, no había planeado nada. Simplemente se había lanzado de lleno a por aquella intrigante mujer. No sabía qué sucedería a la larga, pero estaba seguro de que iban a disfrutar de un fantástico verano.


—Umm —Paula giró en la cama y apoyó una mano en la cadera de Pedro—. ¿He dormido demasiado?


Aún tenía los ojos cerrados, pero Pedro recordaba a la perfección su intenso tono oscuro, que encubría la altivez de una emperatriz otomana. Miró el reloj de la mesilla de noche.


—Son sólo las seis de la mañana. Aún tenemos un par de horas antes del desayuno.


Paula enterró el rostro en la almohada.


—Aún estoy tan dormida…


No era de extrañar. Habían estado despiertos casi toda la noche, disfrutando del sexo, dando cabezaditas, duchándose… y acabando nuevamente uno en brazos del otro. No ayudó que hubieran bebido un poco. Pedro se había limitado a un par de copas, como Paula, aunque parecían haberle afectado más a ella. Acarició su largo pelo negro, tan suave que se deslizó por sus dedos como lo había hecho cuando la había tenido encima, debajo…  Él salió de la cama.


—Voy a llamar a la cocina para que nos suban aquí el desayuno. Si te apetece algo en especial, dilo.


Paula se tumbó de espaldas en la cama con los ojos aún cerrados y se estiró. Sus redondeados y perfectos pechos llamaron de inmediato la atención de Pedro.


—Umm… Me da igual —murmuró ella, adormecida—. Estoy teniendo un sueño maravilloso… —hizo una pausa, frunció el ceño y entreabrió ligeramente los ojos—, ¿Pedro?


—Sí, ese soy yo —dijo Pedro mientras se ponía los calzoncillos y tomaba su teléfono.


Paula miró rápidamente a su alrededor, tratando de orientarse. Tomó el edredón y tiró de él hacia arriba para cubrirse. De pronto se quedó paralizada.


—¿Qué sucede? —preguntó Pedro, extrañado.


 No era posible que Paula fuera a mostrarse repentinamente tímida después de lo de aquella noche.


—¿Pedro…? —repitió ella, claramente aturdida.


Pedro se sentó en el borde de la cama y esperó, pensando en varias formas de entretenerla a lo largo del verano. Paula extendió el brazo y abrió los dedos de las manos. La luz que entraba por la ventana destelló en el anillo de casada que él había puesto en su dedo anular la noche anterior. Parpadeó deprisa, obviamente horrorizada.


—¡Cielo santo! —exclamó—. ¿Qué hemos hecho? 

Chantaje: Sinopsis

Paula Chaves había abandonado a Pedro Alfonso al día siguiente de haberse casado… Y él nunca se lo perdonaría. 


Sin perder tiempo, Pedro pidió el divorcio y se juró que borraría de su mente todos los recuerdos de aquella mujer. Pero un año después, descubrió que, debido a un detalle técnico, todavía era un hombre casado. Paula había mentido sobre muchas cosas y, ahora, él finalmente contaba con todo lo necesario para desenmascararla. Si su “Mujer” quería salir de su matrimonio, tendría que darle todas las respuestas que buscaba… Y la luna de miel que todavía deseaba. 






Ésta es la historia de Bautista en la piel de Pedro.

martes, 17 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Epílogo

 Nueve meses más Tarde.



Con la brisa marina acariciando sus hombros desnudos, Paula rodeó con los brazos el cuello de Pedro y jugueteó con el pelo de su nuca, un poco más largo desde que había dejado de pertenecer a la aviación. Llevaban una vida mucho más relajada, sobre todo los días que pasaban recorriendo el mundo debido al trabajo de Pedro como director de Alfonso International. ¿Su última escala? Lisboa, Portugal. Aquella misma tarde habían renovado los votos matrimoniales rodeados de toda la familia en la terraza de la casa que habían alquilado junto al mar. El vaporoso vestido de novia color hueso de ella se le enredaba entre las piernas mientras ofrecía su rostro a la brisa de aquel lado del Atlántico.


—Entonces, ahora estamos casados de verdad.


—Espero que sí—deslizó la mano entre ambos para acariciarle la barriga, donde no tardaría en notarse el embarazo del que disfrutaba desde hacía dos meses.


Agustina y Marcos tenían ya por entonces una hija, la pequeña Nina, que adoraba a su prima mayor Valentina. La habitación para los niños de Ana y Carlos Renshaw había sido ampliada y llenada de cunas y camitas. Hasta habían añadido a la casa una piscina infantil y una zona de columpios. Ana había admitido abiertamente que estaba encantada de engatusar a sus nietos para que pasaran en casa de su abuela el mayor tiempo posible. Paula no pudo evitar admirar los esfuerzos de su suegra por hacerlos sentirse siempre tan bien recibidos. Descansó la mano en la de Pedro, sobre el bebé que crecía en su interior.


—Deberíamos rescatar a nuestra hija de sus abuelos antes de que la acaben mimando demasiado.


—Es su hora de dormir, ¿No es así? —le rodeó la cintura y la condujo por las escaleras que llevaban a la casa. A lo lejos, las ruinas de un castillo se elevaban escenográficamente sobre una montaña—. Le he traído en la maleta un cuento nuevo sobre osos panda.


—Le encantará —sus abuelos no eran los únicos que disfrutaban mimando a Valentina— La próxima vez que vayamos a Washington tendremos que llevarla al zoo para que vea los pandas gigantes. 


Paula descubrió que disfrutaba mucho viajando con Pedro y que no le suponía ningún sacrificio con tantas comodidades de alojamiento y contando con una niñera. Seguía impartiendo clases por Internet, la carrera perfecta para una esposa y madre que andaba recorriendo el mundo. Al fin pudo permitirse visitar los lugares históricos sobre los que había estado hablando a sus alumnos. Y no era la única contenta con su trabajo. Micaela había conseguido llegar a ser una gran actriz de Bollywood y gozaba de una gran familia en el mundo del cine de la India. La industria fílmica de Bollywood había aumentado las producciones en habla inglesa y los espectadores la adoraban. Y, por supuesto, a Micaela le encantaba que la adorasen. Además, el dinero que le pagaban no estaba nada mal. A todas luces, se sentía feliz siendo madre en la distancia. No había puesto ninguna objeción al acuerdo de custodia y ni siquiera había pedido ver a Valentina la mitad de las veces que le habían asignado. Ellos nunca tuvieron que esgrimir las imágenes acusatorias que tenían de Micaela, pero se aseguraron de que ella supiese que las tenían en su poder. Las escasas veces en que acudía a los Estados Unidos para ver a su hija, la niñera estaba siempre presente para tranquilidad de Paula y de Pedro. Valentina parecía ver a Micaela como una tía indulgente que le enviaba espléndidos regalos pero rara vez aparecía. Al pronunciar para Paula su primera palabra, «Mamá», dejó bien claro a quién adjudicaba ese papel. Paula se detuvo ante la puerta que daba paso a la casa y giró en su mano el anillo de diamantes y zafiros que llevaba junto al de diamantes incrustados.


—¿Sabes lo que espero hoy con más ilusión?


—¿Qué podrá ser? —Le apartó el pelo de la cara y su anillo de casado brilló a la luz del atardecer—. Haré todo lo que pueda porque suceda incluso mejor de lo que hayas planeado.


Ella se acurrucó sugerentemente en su cuerpo, imaginando exactamente cómo todas las piezas encajarían una vez estuviesen ambos en la intimidad.


—No puedo esperar a nuestra noche de bodas. Esta vez la vamos a celebrar el mismo día en que hemos pronunciado los votos.


—Pues... —sonrió él, inclinándose para besarla en la comisura de los labios— será para mí un placer cumplir tu deseo una, otra y otra vez. 









FIN








Quédate A Mi Lado: Capítulo 53

 —Creo recordar que eso fue lo que gritaste en el Aston —de pronto regresó a su rostro aquella maravillosa sonrisa sesgada que hacía que a ella se le aflojasen las rodillas.


—Lo hice, ¿Verdad? —ah, pero sería porque necesitaba esa cabezonería para ponerse al mismo nivel de aquel Alfonso testarudo—. El caso es que te quiero. Esta vez es un sentimiento que me ha sobrevenido de forma distinta, pero sé reconocerlo porque es real.


—¿Paula? Calla, amor mío.


¿Su amor? Nunca se cansaría de escuchar aquello.


—¿Sí?


—Tenía que haberme dado cuenta antes de lo que estaba pasando entre nosotros. Dios sabe que desde la primera vez que te ví, que te besé o que te hice el amor, conseguiste conmoverme en miles de aspectos más que ninguna otra persona. Pero hubo algo en el modo en que manejaste las cosas con Micaela que acabó atravesando mi duro cráneo y me hizo ver lo perfecta que eres, lo perfectos que podemos ser si estamos juntos. Sería un idiota si te dejase marchar —su sonrisa le marcó un hoyuelo en la mejilla—. Puede que haya tardado en darme cuenta, pero no soy idiota. Te quiero, Paula Alfonso, y quiero pasar el resto de mi vida contigo, con nuestra hija y con tantos hijos como decidamos añadir a nuestra familia.


—Y yo quiero pasar el resto de mi vida contigo.


Pedro la atrajo hacia él y sus cuerpos quedaron encajados a la perfección.


—Empezaremos a buscar casa por aquí.


Un último problema la llenó de preocupación sobre la felicidad que compartirían a largo plazo.


—Pero tú adoras tu trabajo, el desafío que suponen los acuerdos internacionales.


El hundió los dedos en la melena de Phoebe.


—Las quiero más a tí, a Valentina y a la vida que vamos a disfrutar estando juntos.


—Creo que nunca me cansaré de oírte decir eso.


Paula se puso de puntillas mientras él se inclinaba, y sus besos le resultaron maravillosamente familiares y cada vez mejores, conforme iba creciendo en ella el deseo que sintió la primera vez que escuchó su voz. ¿Cuánto más le cabría esperar de cara al futuro? Pedro deslizó las manos por sus costados y lentamente rodeó su cintura para besarla en la mandíbula, pinchándola suavemente con la barba. El aroma de su aftershave se mezcló con la brisa del mar, girando en el interior de ella al igual que la visión de su futuro junto a él. Y en ese mismo instante, se le ocurrió una idea que cabía dentro de todas aquellas posibilidades y planes. Se acurrucó en el pecho de Pedro, contemplando el mar,


—¿Y si Valentina y yo viajamos contigo?


Pedro tensó los brazos pero no contestó. Las olas iban y venían mientras su corazón latía tranquilo junto al oído de Paula. Ella le acarició el pelo y la nuca.


—¿Pedro?


—Pensaba que querías tener tu hogar aquí, que deseabas que Valentina tuviese una vida estable.


Y así era. Al principio. Pero cada vez aprendía más sobre el modo de buscar soluciones imprevistas en lo referente a su vida con Pedro.


—Nosotros somos su seguridad. Y como dijiste antes, tenemos otras opciones. Podemos contratar a un equipo de asistentes para no tener que preocuparnos por encontrar niñeras. Podemos permitimos alquilar una casa allá donde vayamos. Piensa en opciones distintas para ambos, como haces en el trabajo. 


—Ese plan tuyo merece que lo discutamos —con su inconfundible sonrisa, deslizó las manos íntimamente por debajo de su cintura—. Podríamos hablar del tema mientras recorremos la costa, dado que he decidido quedarme con el Aston.


Un mundo de posibilidades se abrió en su interior, no sólo para ese momento, sino para todos los que vendrían en el futuro.


—¿Hasta el final?


Ya podía imaginar el agua del mar salpicándole en la cara, a Pedro deteniendo el coche en una playa desierta...


—Pide lo que quieras, amor mío —prometió él—, y yo haré que se cumpla. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 52

Paula cerró la puerta de la habitación de Valentina con Pedro a sus espaldas. Todavía no podía creer que hubiesen conseguido descubrir las verdaderas intenciones de Micaela y encararlas con tanta facilidad. Aunque si lo pensaba bien, todo cobraba sentido. Si hubiese querido dinero, no habría dudado en ponerse en contacto con la familia Alfonso. Tenían que haberse percatado de este hecho desde el principio. La conversación con Ana la había ayudado a confiar en su instinto. Micaela veía las piezas de forma totalmente distinta a como ella hubiese adivinado jamás. Se inclinó sobre el balcón, exponiendo su rostro a la brisa del mar y Pedro se colocó a su lado, rozando su pierna con la de ella. ¿Qué es lo que haría de ese momento en adelante? ¿Seguir practicando aquel sexo apasionado que le hacía perder la cabeza por completo... Para acabar encontrándose sola? No, maldita sea, había aprendido la lección. No volvería a refugiarse en el mundo académico, lucharía por ella misma, por su matrimonio, con la misma fuerza con la que había luchado por Valentina. Por mucho tiempo que llevase. Se volvió hacia él, apoyando el codo en la barandilla.


—Micaela me ha sorprendido hoy. Ha madurado y me siento aliviada por Valentina.


La brisa calmaba la frustración que había sentido durante las últimas semanas, aliviando el sufrimiento que había albergado en su interior. Deseó poder compartir esa paz con Pedro.


—Conseguimos lo que nos habíamos propuesto —su voz la envolvió con la misma calidez de la primera noche en la fiesta de bienvenida.


¿Eran imaginaciones suyas, o había en aquel tono un rastro del antiguo Pedro? Mientras él contemplaba el mar, Paula escrutó su marcado perfil.


—Lo conseguimos recurriendo a una solución que no estaba prevista —como la que ella deseaba que él encontrase.


Igual que deseaba que se preocupase por el futuro de ambos.


—Luchaste por nosotros, por los dos, y por eso te quiero.


—Si seguimos pensando... —mientras rebobinaba sus pensamientos, la frase quedó atascada en su lengua y su corazón se aceleró—. ¿Qué es lo que has dicho?


Pedro giró su hermoso perfil hasta mirarla directamente a los ojos.


—He dicho que te quiero. 


Ella se quedó boquiabierta. Había esperado tener que recorrer un camino largo y difícil, tener que construir una relación que les llevase al amor tal y como Ana había hecho con su viejo amigo. Todavía quedaban muchas piezas por colocar.


—Pedro, ¿Estás seguro? Espera, claro que lo estás, siempre te has enorgullecido de ser sincero —su cabeza empezó a girar al ritmo veloz con el que latía su corazón—. Tenías razón cuando me dijiste que estaba anclada en el pasado. Quería volver a vivirlo, pero eso era imposible. Mi amor por David fue un amor exclusivo, al igual que el que siento por tí. A base de esperar que todo fuera como en el pasado, casi me pierdo lo absolutamente maravilloso que puede ser el presente.


Pedro frunció el ceno. Apoyó las manos sobre los hombros de Paula, sujetándola.


—Espera. Da marcha atrás un segundo. ¿Has dicho que tú también me quieres?


Pues claro que sí, ¿Y por qué no se le habría ocurrido decírselo directamente?


—Sí —le echó los brazos al cuello, reforzando la veracidad de aquel simple hecho—. Estoy total y absolutamente enamorada de tí. Sé que sólo han sido unas semanas, soy yo la que siempre dice que todo lleva su tiempo... 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 51

 —No, no —Micaela levantó las manos a la defensiva y sus uñas, largas y arregladas, reflejaron los halógenos del techo—. No los estoy chantajeando. No sería capaz de algo así. Puede que tenga defectos, pero nunca vendería a mi hija. Sólo quiero que me hagan una prueba decente. Tengo una audición en Bollywood y no me puedo permitir el vuelo. Lo único que quiero es un billete de avión.


¿Bollywood? ¿En la India? Pedro la miró asombrado. ¿Estaba haciendo planes para marcharse y volver a dejar a su hija? Al menos, lo único que quería era un maldito billete de avión. Menos de mil dólares. Si Micaela hubiese estado interesada en sobornarles, podía haber pedido muchísimo más.  Micaela se retorcía la manos en una masa de uñas color fucsia y anillos plateados.


—Soy consciente de que estás molesta porque no te dije nada de Valentina, pero sabía que, si acudía a tí, enseguida pensarías en formar una familia. Es que, Dios, no hablas más que de familia, familia, familia —levantó rápidamente la vista—.Y con esto no pretendo ofenderos a ninguno.


Federico sonrió sesgadamente.


—No te preocupes.


—De todos modos, no sabía qué hacer, y Paula es tan inteligente que sabía que se ocuparía de todo. Yo no soy como ella, no estoy hecha para ejercer de madre a todas horas, por mucho que quiera a la pequeña.


Pedro oyó levemente a su esposa murmurar lo que le alegraba poder cuidar de Valentina, lo que le convenció aún más de que tenía calada a Micaela. ¿Habría arreglado Micaela todo aquello para que Paula acudiese a él? No podía aventurar una respuesta, pero se dió cuenta de que la había juzgado mal desde el minuto en que había puesto el pie en el hogar de los Alfonso. Federico empezó a hablar con Micaela con su mejor tono de abogado razonable, explicándole los pros y los contras de lo que implicaba firmar la renuncia a los derechos paren tales. Pero sólo se fijaba en Paula, que de algún modo había encontrado el modo de deshacer aquel nudo y restablecer el orden, desde la descabellada idea del matrimonio hasta llegar a ver a través de la apariencia de niña mala de Micaela para llegar a la persona compleja, aunque eso sí, egoísta, que había en su interior. No había tenido que atacar a Micaela con lo que había encontrado sobre su pasado y provocar que las cosas se pusieran de tal modo que no volviese a haber buenas relaciones entre ellos durante el resto de la vida de Valentina. ¿Qué más se había perdido de Paula por adoptar una actitud vehemente que le evitaba percatarse de los detalles importantes? No lo sabía aún. Pero estaba deseando descubrirlos poco a poco, pasar días, semanas y años construyendo una vida y mejorando como persona mientras aprendía más cosas sobre ella. Empezando desde ese momento, diciéndole a su esposa lo más importante, un detalle al que su cerebro no había dado importancia, ocupado como estaba en hacerse cargo de la situación. En cuanto se quedase a solas con ella, se aseguraría de que lo escuchase, lo creyese y no lo olvidase. La amaba. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 50

Esperaba que las pruebas que había encontrado sobre el modo en que Micaela había pasado los últimos meses inclinara la balanza a su favor. Todo dependía del veredicto del juez y Federico le había dicho que podía ocurrir cualquier cosa.  Sin embargo, Paula permanecía sentada junto a él con la barbilla alta y los hombros erguidos, en actitud tranquila y confiada. Micela se apartó el pelo de la frente, pasando las hojas de los documentos que se apilaban frente a ella.

 

—Todo esto es demasiado complicado y protocolario.


Paula se inclinó hacia Micaela.


—Tienes que comprender que sólo pensamos en la seguridad de Valentina.


—Yo también pienso en ello —se apresuró a decir Micaela—. Sólo quiero jugar con ella.


Pedro empezó a buscar el archivo de fotografías, pero Paula lo detuvo poniéndole la mano sobre el brazo.


—Espera un momento —se apoyó sobre un codo—. Micaela, ¿Realmente quieres obtener la custodia de Nina?


El tono de su voz era suave, no acusatorio, y pilló a Micaela por sorpresa. ¿Qué demonios estaba haciendo? Hasta Federico, siempre tan estoico, se puso tenso en su asiento de cuero. Micaela se quitó un trozo de rímel del lagrimal, mirando nerviosamente a su alrededor.


—¿Qué clase de madre no quiere la custodia de sus hijos? Hasta tú la deseas sin ser su madre.


—Nadie te está juzgando, Micaela —prosiguió Paula con una tranquilidad admirable—, todos queremos lo mejor para Valentina y lo mejor para todos nosotros, incluyéndote a tí, ¿Porqué no dejas de ser quien crees que deberías ser? Sé tú misma y empecemos a hablar desde ahí.


Pedro empezó a inquietarse, porque gran parte de lo que Paula le había dicho a Micaela se lo había dicho también a él cuando le contó que iba a renunciar al trabajo en Alfonso International. A través de la mesa, Paula tomó la mano de Micaela con una Franqueza que él jamás pensó poder expresar.


—Micaela —dijo apretándosela suavemente— ¿Qué es lo que realmente pasa?


Micaela apretó la mano de Paula con un temblor en los labios.


—Van pensar que soy una persona horrible. Todos —miró alrededor de la mesa—, Valentina es una niña muy dulce y quiero verla, pero también quiero ser actriz, es el sueño de mi vida —espetó—. Necesito dinero.


Federico estrechó los ojos. Pedro se sintió indignado al ver que lo que él temía y esperaba se hacía realidad.


—Quieres una compensación.


Paula le tocó la pierna suavemente bajo la mesa, dándole tranquilizadores golpecitos en la rodilla para acallar la tormenta que se estaba desatando en su interior. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 49

 —Pedro ha rechazado el trabajo en Alfonso Internacional —dijo Ana sin levantar la vista y limitándose a seguir colocando las figuras sobre la mesita aun faltando semanas para la Navidad.


—Me decepcionó mucho saberlo. Creo que piensa que no puede ser un buen padre si viaja del modo en que desea. Incluso dejó caer que marcharse sería hacerlo mismo que hizo Micaela—Paula recordó el día en que le contó sus temores sobre los desórdenes emocionales de los niños y lo mucho que aquello podía haber avivado las preocupaciones de Pedro—. ¿Has hablado de este tema con él? Puede que a tí sí te escuche.


Su suegra rió suavemente mientras negaba con la cabeza.


—Si algo he aprendido en todos estos años como madre y política, es que no se le puede decir algo a alguien y hacer que lo dé por cierto. Las personas deben sacar solas sus propias conclusiones.


—Pero me dijiste...


—Casi habías llegado allí sola y ya tenías todas las piezas en su sitio.


Paula intentó entender adonde quería llegar Ana con aquel viaje atrás en el tiempo, pero tal y como ella lo veía, todo le parecía deprimente.


—¿Me cuentas esto para que no insista más con Pedro?


Ana se arrellanó en el sofá con ojos sabios y amables.


—Te estoy ayudando para que puedas mostrarle las piezas que tiene que encajar —empujó suavemente al camello para alinearlo con los magos—. Puede que lleve un tiempo, quizá mucho, pero no te rindas. Algunos ven las piezas de distinto modo, pero mientras hablen de cómo resolverlo, encontrarán las respuestas más adecuadas para los dos.


Paula miró las figuras de porcelana que había sobre la me sita. Casi podía ver a los cuatro hermanos Alfonso colocándolas por turnos, muy parecidos los unos a los otros, pero distintos en muchos aspectos como había podido comprobar al conocerlos mejor. ¿Y ella qué? ¿Cómo habría organizado la escena? Por muchas vueltas que le diera en la cabeza, no podía recolocar las piezas que había encajado antes. Su mente veía las cosas de forma distinta, desde la perspectiva de una madre, con los vagos y estrafalarios reyes de Pedro a un lado.  Poco a poco, su visión se fue aclarando y la imagen de cómo debía ser su vida volvió a recomponerse, de forma distinta a como era con David, pero no menos maravillosa. Quería un futuro junto a Pedro, la vida en común que ambos construyesen y no un intento de recrear el pasado. A él le pasaba algo, pero en ningún momento ella había dejado de creer que le importaba. Había Llegado la hora de tomar el mando de su vida y ser la esposa y compañera que Pedro se merecía.



Cuando se sentaron alrededor de la mesa de mediación de los juzgados para discutir con Micaela la primera ronda de detalles de la custodia, Pedro detectó en Paula una nueva determinación. Se había enterrado en trámites burocráticos con la esperanza de hacer las cosas bien y se había prometido hacer lo imposible porque fuese feliz y mirase hacia el futuro más que hacia el pasado, manteniendo a Valentina como máxima prioridad para conseguir la felicidad de todos. Una vez superado ese obstáculo, haría todo lo que estuviese en su mano para convertirse en el mejor marido y padre posibles, aunque aquello implicara amarrarse a un despacho en Hilton Head. 

jueves, 12 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 48

Ana volvió la vista bacía ella con una sonrisa y colocó el cuerno de la abundancia sobre el mantel.


—Perteneció a la abuela de mi primer marido. Ella adoraba las fiestas. Me regaló además un nacimiento precioso, una magnífica pieza de coleccionista. Ahora está en un museo, pero ordené que le hiciesen una réplica para que lo pudiesen disfrutar mis nietos.


—Es maravilloso que en tu familia se mantengan vivas esas tradiciones — bajó la vista hacia la sortija que Pedro le había colocado en el dedo, sobre el espacio en el que en otro tiempo había llevado el anillo de David. Perdona que te haga esta pregunta tan personal, pero ¿Tu marido el general tiene algún problema cuando se le recuerda tu primer matrimonio?


Ana se giró lentamente y se apoyó en la chimenea.


—Carlos y yo llevábamos siendo amigos muchos años, desde que ambos estábamos casados con otras personas. Lo ayudé con sus hijos tras la muerte de su esposa y él me ayudó a mí tras perder a Horacio. Nuestro amor surgió después y nos sorprendió a ambos, de modo muy agradable.


—¿No siente celos entonces?


—En absoluto. Aunque eso no significa que no tardásemos de recobrarnos de la pérdida de nuestros respectivos esposos. Cuando digo que nos llevó tiempo encontrarnos, hablo de muchísimo tiempo. Años, Y aquí estamos, mezclando belenes y familias —dio unos golpecitos en el pañal de Valentina—. Estoy deseando montar el nacimiento con mi nieta.


—No dejes de hacer fotos, muchas —por si Paula por entonces ya no formaba parte de su vida diaria. 


A pesar de la conversación con Pedro acerca de trabajar juntos, no confiaba en que su relación se extendiese demasiado en el tiempo.


—Tengo en el álbum algunas fotos de mis hijos montando el belén con su abuela. De hecho... —se inclinó sobre la caja, removiendo ornamentos— creo que la copia acabó aquí con las decoraciones del Día de Acción de Gracias.


Ana se incorporó con una bolsa de terciopelo en la mano.


—Aquí está —se sentó en el filo del sofá y empezó a desempaquetar las piezas—. Marcos y Pedro solían discutir cada año sobre dónde poner a los Reyes Magos, Marcos es tan tradicional como su padre y siempre los quería en el portal. Pedro, sin embargo, alegaba que los Reyes Magos no llegaron a Belén hasta dos años después y que por tanto debían colocarlos alejados del portal. Paula acunaba a Valentina mientras observaba el trío de figuras de porcelana y se imaginaba aun joven Pedro soñando con los viajes por el mundo de los tres Reyes Magos. La reproducción del nacimiento parecía de época, con sus ricas tonalidades y su estilo europeo, Ginger sostuvo un camello sobre la mano, —Cada año, el sabiondo de mi hijo agarraba estas tres antigüedades de porcelana y sacudía la cabeza diciendo: «Dos años, santo cielo. Perdona que te diga, pero eso los convierte en los tres reyes vagos».


—Ese es Pedro, no tengo la menor duda —al menos el Pedro que había conocido hacía una semana. ¿Heredaría Valentina su sentido del humor además de su sonrisa? ¿Volverían a ver alguna vez esa alegría tan suya?


Ana colocó el camello detrás de los reyes.


—Siempre bromeaba cuando sus sentimientos le incomodaban. La muerte de su padre le afectó profundamente, pero siempre hacía como si no tuviese importancia.


¿Estaría encerrándose en sí mismo como mecanismo de defensa ante sentimientos incómodos o más bien dolorosos? No paraba quieto, sin duda, y ella había aprendido hacía mucho tiempo que a veces los hombres se volcaban en la acción a expensas de palabras y sentimientos.


Quédate A Mi Lado: Capítulo 47

 —¿Crees que no lo sé? Ya le he dicho a la familia que no pienso aceptar el trabajo de dirección en Alfonso International. Cuento con otras alternativas y pienso aprovecharlas todo lo que pueda.


A ella le sorprendió enormemente este cambio tan abrupto en sus planes de vida.


—Pero seguro que puedes posponerlo. No serás feliz estancado en un único sitio, tú mismo lo has dicho. Debe de haber una solución mejor, hablémoslo despacio.


—No hay nada que hablar.


Paula se inclinó hacia él, negándose a dejar que la alejara de su lado. Iba a luchar por Valentina con tanta fuerza como por Pedro.


—Maldita sea, tú eres el que siempre me sermonea para que no me cierre en banda, para que vuelva a la vida.


Algo en su mirada le hizo pensar que había conseguido conmoverlo, pero enseguida sus ojos azules volvieron a mostrarse fríos.  Apartó la silla de la mesa y ésta chirrió sobre el pavimento de piedra.


—No es momento de pensar en mí. Estamos en mitad de una batalla legal para obtener la custodia de mi hija, y a menos que trabajemos juntos y nos presentemos como un matrimonio unido y duradero, la perderemos para siempre —cerró el ordenador y se levantó—. Deberíamos irnos ya si no queremos llegar tarde a recoger a Valentina.


La dejó en el porche, sola y confusa. Asombrada al ver cómo la alegría de Pedro y sus reconfortantes sonrisas sesgadas habían desaparecido, sus palabras sobre un matrimonio duradero se fueron deslizando dentro de ella. Por fin se había comprometido a permanecer a su lado, aunque Paula nunca se había sentido alejada de él. 


Sentada en el salón sobre una mecedora antigua, Paula acunaba a Valentina en sus brazos aunque ésta ya se había quedado dormida bacía quince minutos. No había sido capaz de perderla de vista desde el momento en que la recogieron el día anterior. La habitación estaba en silencio excepto por el leve ruido que hacía su suegra en la mesa de café al sacar de una caja la decoración para el Día de Acción de Gracias. No pudo evitar sentirse reconfortada por la sencillez de aquella poderosa mujer, Ana Alfonso Renshaw llevaba un fino jersey naranja y unos vaqueros, y con ese aspecto parecía cualquier otra abuela preparándose para celebrar las fiestas en familia. ¿Cómo hubiera sido tener a alguien así a su lado tras la muerte de David o cuando había estado intentando decidir qué hacer cuando Micaela desapareció? Pedro se había encerrado con su hermano. Quizá encontrase en él cierto consuelo dado que Federico entendía su dolor después de haber perdido a la hija que adoptó. Sabía Dios por qué Pedro no quería escucharla a ella. Su alejamiento le dolía más de lo que podía haber imaginado hacía unas pocas semanas. ¿Cómo había podido volver a exponerse a tanto dolor? Descansó la mejilla en la cabeza de Valentina e inhaló su dulce perfume a champú infantil mientras observaba cómo su suegra sacaba de la caja una cornucopia de metal.


—Es una pieza hermosísima. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 46

Despertó sola y, mirando a través de la puerta abierta de la terraza, lo encontró en el porche trabajando en su ordenador. Había vuelto a apartarse de ella y no sabía por qué. Entendía su frustración por la pérdida de la custodia completa de su hija, su temor por que la próxima audiencia con el juez acabara afectando aún más al entorno de Valentina, pero su aislamiento parecía motivado por algo más. ya que se había hecho más profundo después de lo ocurrido en el coche. Sacó los pies de la cama y caminó sin hacer ruido por la habitación para observarlo a través de la cristalera abierta. Una leve brisa levantó la cortina y le agitó el cabello. ¿Qué haría Pedro si se colocase detrás de él y le diese un masaje en los hombros para liberar su tensión? Podía merecer la pena correr ese riesgo. Salió a la terraza y enseguida se detuvo de golpe al ver el modo en que arrugaba la frente.


—¿Qué pasa?


—Mira esto —giró la pantalla del ordenador para que ella pudiese verla y le mostró una fotografía de Micaelaen una Fiesta en la playa, bailando entre dos hombres con la sombrilla de un cóctel prendida en el pelo—. ¿Acaso te da la impresión de que Micaela estaba intentando buscar una vida mejor para su hija? Mira la fecha de la foto.


Era de hacía menos de una semana.


—Hay más, Muchas más. Y no sólo aparece bebiendo, sino que además hay drogas y una cinta de contenido sexual que... —se pellizcó el puente de la nariz, agitando la cabeza. Abrió el menú para grabar la última página de Internet, con la mandíbula apretada pero los ojos aún impasibles—. Al parecer, no pasó mucho tiempo consumida porque echaba de menos a su hija.


Aquella fiesta multitudinaria y el entorno hacían pensar que había servicio telefónico, pero ella minea se molestó en llamar. Paula tiró de una silla y se hundió en ella junto a él.


—¿Por qué no las encontró el investigador privado?


—La mayoría son de la semana pasada. Conservo algunas... Habilidades de mis tiempos en la inteligencia militar— Apretó los puños sobre la mesa y su anillo de bodas brilló al sol de mediodía—. Maldita sea, tenía que haber hecho esto solo desde el principio,


—Desde el momento en que conociste a Valentina, has hecho todo lo que has podido por cuidarla —ella deslizó la mano sobre su puño—. Estas fotos dan miedo. Gracias a Dios que las has encontrado. 


Él retiró la mano de debajo de la de ella y continuó pulsando las teclas del ordenador.


—Tengo que hacer más. Se nos acaba el tiempo


—¿Cuándo te marchas para empezar con tu nuevo trabajo? — sentimentalmente hablando, él parecía haberse ido ya. 


El frágil terreno en común que habían empezado a compartir se alejaba como las olas tras arrastrar la arena de la playa.


—He retrasado todas las reuniones hasta que arreglemos la situación con Micaela. Lo que quería decir es que a Valentina se le acaba el tiempo.


—¿Y si la decisión sobre la custodia se alarga? —era una posibilidad a la que ambos debían enfrentarse.


—No —dijo él de modo cortante—, no permitiré que eso suceda.


Paula le acarició la muñeca, intentando de nuevo romper aquella fría apariencia que sólo se resquebrajaba cuando hacían el amor.


—Algunas cosas escapan al control de personas incluso tan poderosas como los Alfonso.


—Lo bueno de ser un Alfonso es que todos somos igual de resueltos. Cuento con enormes apoyos en lo que respecta a hacer algo por Valentina.


—Tratándose de tu hija, nadie puede sustituirte.


Volvió de pronto hacia ella sus ojos angustiados.

Quédate A Mi Lado: Capítulo 45

Los gemidos de Paula se fueron haciendo más y más fuertes, hasta que el sonido de su placer inundó todo el coche. Se aferró con fuerza a sus hombros, inclándose profundamente en él mientras Pedro contemplaba las sombras que jugaban con su rostro conforme se deshacía. Los pechos de ella se agitaron hacia delante una y otra vez mientras arqueaba la espalda exponiendo el cuello. Paula pudo sentir la fuerza húmeda de su orgasmo. Entonces ella se contrajo a su alrededor, masajeándolo... Hasta el final. Dejó caer la cabeza sobre el reposacabezas del asiento y explotó en sucesivas oleadas de placer. No supo siquiera distinguir si el rugido que escuchaba provenía de las olas o de su propio cuerpo. Ella escondió la cabeza en su cuello y él introdujo los dedos en su pelo. No habían resuelto nada, pero al menos ella había dejado de llorar, Pedro dejó caer la barbilla, apoyándola sobre la cabeza de Paula. ¡Maldita sea, qué manera de entender la tremenda conexión que Paula tenía con su marido! Porque en ese momento, Pedro supo que encontraría el modo de hacer que ella le amase, por mucho tiempo que le llevara conseguirlo. 


Paula necesitaba hacer algo, cualquier cosa. La impotencia con que esperaba ver a Valentina de vuelta en casa sana y salva le estaba comiendo viva. Sentada en la cama con las piernas cruzadas, tecleó sobre el ordenador en busca de cualquier referencia a disputas por la custodia de los hijos. Necesitaba armarse de cuanta información fuese posible, Pedro también estaba sentado a su ordenador, pero se había instalado en el patio al que daba su habitación. En tan sólo unas horas, ambos recogerían a Valentina. Ninguno de ellos se había alejado demasiado de la habitación de la niña. ¿Se sentía él también más cerca de su hija de ese modo? Ni siquiera podía aventurar una respuesta. Desde el momento en que habían hecho el amor de forma frenética en el coche, Pedro se había cerrado por completo y había pasado la mayor parte de la noche trabajando en el ordenador, incluso después del regreso de su familia. El la había sorprendido metiéndose en so cama sobre las dos de la mañana, haciéndole el amor de forma más pausada, más cuidadosa, con su cuerpo, su boca y sus palabras, sin decir nada sobre sus propias necesidades o su dolor. Sin embargo, la compañía de Pedro no había logrado distraerla de su preocupación por Valentina por mucho que aquello la conmoviese en lo más profundo de su corazón. Había percibido el sufrimiento de él por su hija, la forma desesperada en que le había hecho el amor, y aquella conexión entre ambos la había dejado indefensa, abierta y más vulnerable frente a él de lo que nunca pudo imaginar. 

martes, 10 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 44

Los puños de Paula se desplegaron y sus manos pasaron de su chaqueta a cruzarse por su espalda para abrazarlo con más fuerza, La pasión explotó dentro de él, liberando todos los sentimientos frustrados que había ido almacenando en su interior desde la repentina llamada de Micaela, no. Desde que había decidido rechazarle después de acostarse con él en el avión, Pedro deslizó las manos hacia arriba para agarrarle la cara y asegurar mejor sus labios a los de ella, para besarla con más fuerza, obtener más contacto, más intimidad. Los nervios acumulados durante todo el día se fueron canalizando hacia ese momento, buscando una válvula de escape. Hizo descender sus dedos por la espalda de Paula hasta sostener sus caderas, guiando la hasta, su regazo tal y como había fantaseado cuando dieron el paseo en el Aston. Pero en aquella otra noche fue una cuestión de seducción, y en ese momento se trataba de una liberación. Ella se deslizó sobre las piernas de Pedro con el vestido fruncido alrededor de las caderas. La tela se abría a un lado, dejando a la vista unas braguitas rosadas.  Él le deslizó los dedos por las caderas, retorciendo la seda hasta que su ropa interior... Se rompió. Arrojó a un lado los pedazos y ella se apretó contra él, húmeda y caliente. Besaba con desesperación su boca, su mandíbula, mordisqueando y seduciendo con la lengua y los dientes, los últimos rayos de sol se desvanecieron y la noche los envolvió, acuciando otros sentidos: Pedro aspiró el aroma a vainilla de ella mezclado con el almizcle del deseo. Los crecientes jadeos de ella se sincronizaron con los de él. Tiró de su cinturón, le desabrochó rápidamente la cremallera de la bragueta y lo liberó de sus calzoncillos. Acarició su sexo, que se mostraba duro y palpitante en su mano. El roce de aquellos dedos fríos avivó el deseo de Pedro, que apretó los dientes luchando por mantener el control lo suficiente como para recuperar la cartera del bolsillo trasero del pantalón. Ajustando sus ojos a la oscuridad, logró sacar un preservativo, ella agitó las caderas contra las de él, desnuda y acogedora, y Pedro apretó la mandíbula y tragó saliva mientras los párpados se le hacían pesados por un instante, haciéndole luchar por mantener los ojos abiertos. Rasgó el envoltorio.


—Espera.


—Esta noche no seremos pacientes —dijo ella arrancándole el preservativo de la mano.


—Estoy de acuerdo.


—Y ahora shh... —lo desenrolló a lo largo de su sexo con urgencia y eficacia.


Paula se sentó a horcajadas sobre él con ambas rodillas a los lados de su cuerpo. El la agarró por detrás y la guió hasta que estuvieron sentados juntos, conectados. Sosteniéndola en las palmas de sus manos, la penetró, ella se estremeció y empezaron a moverse al unísono, conociendo mejor esta vez sus cuerpos y necesidades. Ella estrechó los brazos con más fuerza alrededor de su cuerpo, repitiendo fuera aquella unión interior que lo urgía cada vez más al clímax, como lo urgían los gemidos y jadeos de Paula pidiéndole más, más fuerte, más rápido. Ya. El viento se agitó desde el mar y entró por las ventanillas cargado de agua y sal. Se amaban de forma salvaje, acalorada e intensamente devoradora. Era algo que iba más allá del sexo. Con ella todo era distinto, y eso asustó a Pedro enormemente, porque si ella se marchaba, nada sería igual, nada lo superaría.

Quédate A Mi Lado: Capítulo 43

Una hora después de finalizar la reunión con el juez, Pedro se aferraba al volante del Mercedes mientras recorría junto a Paula la carretera de la costa, El asiento trasero del vehículo estaba vacío. El juez había concedido temporalmente a Micaela que pasara con la niña una noche a la semana, a contar desde aquel mismo día. A ellos les había concedido un mes para reunir documentación o llegar a un acuerdo antes de volver a retomar el caso. De no ser por la capacidad de Federico para negociar, las cosas hubiesen resultado mucho peor. Había conseguido introducir una disposición: Pedro no pagaría los gastos de Micaela y podía contratar a una niñera para que permaneciese con ella y con Valentina durante sus visitas de veinticuatro horas. Al menos podían estar seguros de que la niña iba a estar atendida y de que Micaela no podría marcharse a la ciudad llevándosela con ella. Todos se quedaron en el juzgado hasta que se hubo cerrado la contratación de la niñera que utilizaron durante el viaje a Washington. Pedro había hecho todo lo posible por el momento. Y, aun así, la inquietud le roía por dentro. El sol se hundió tan aprisa como su valor. ¿Y si a pesar de todo perdían a Valentina? El amor que sentía por su hija le golpeó violentamente al ver a Micaela marcharse de allí con su pequeña, y la expresión demoledora en el pálido rostro de Paula ante aquella perdida sólo sirvió para acentuar su fracaso. Los faros del coche iluminaron la curva siguiente, más pronunciada de lo que él esperaba, y se obligó a ir más despacio. Destrozar el coche no iba a hacerle ningún bien ni a Nina ni a Phoebe, Le temblaban tanto las manos que decidió salir de la carretera desierta hasta recuperar el control de los temores que lo acechaban. Condujo el sedán a una apartada zona de aparcamiento situada entre dunas y cubierta de maleza. El viento arreciaba desde el mar, rociando levemente de agua el parabrisas. Colocó las manos sobre las rodillas, apretando y apretando como si así pudiese contener de algún modo la frustración que sentía. Sus músculos se tensaron y entonces alzó el brazo y golpeó el salpicadero con el puño cerrado soltando una maldición. Le alegró sentir el dolor que creció en su mano y pensó en asestar un segundo golpe al cuero... Pero entonces vió las lágrimas que caían por las mejillas de Paula. Dios, aquellas lágrimas le dolían más que si se hubiese roto la mano.


—Lo siento Paula, lo siento mucho.


Lo sentía por mucho más de lo que podía expresar con palabras en ese momento. La atrajo hacia sí y ella ni siquiera protestó, sino que se limitó a hundirse en su pecho. Un ahogado sollozo se aposentó en la garganta de Paula, se aferró a su chaqueta hasta hundir los dedos en sus hombros, irradiando el mismo miedo y desesperación que él albergaba en su interior. Él le enjugó con la mano dos lágrimas que descendían por su rostro y apoyó la cabeza en su frente, susurrando todas las palabras de consuelo que pudo rescatar de su escueto arsenal. Paula se acurrucó aún más en él, girando el rostro hacia sus caricias, hacia él.


—Acaríciame —susurró ella con voz ronca y angustiada—, abrázame, saca de mí este vacío.


Pedro se quedó inmóvil. No podía estar sugiriendo que... Pero entonces, ella le besó la palma de la mano y lo recorrió con los labios mientras hablaba:


—No puedo soportar pensar ni un segundo en todo lo que ha ocurrido, Necesito que me proporciones otra cosa, algo maravilloso en lo que pensar.


Toda la frustración de Pedro reunió fuerzas con el propósito de concederá Paula una distracción, una vía de escape, incluso un alivio momentáneo de su dolor. Le alzó el rostro hacia el suyo y sus bocas se rozaron. Quietas.

Quédate A Mi Lado: Capítulo 42

Micaela parpadeó rápidamente, quedándose por una vez sin sabe qué decir. Con su hija a salvo contra su pecho, Pedro agitó el pequeño panda delante de Valentina, haciéndola reír.


—Vino a hablarme de Valentina y descubrimos que habíamos conectado.


—¿Esperas que me crea que se enamoraron? ¿Estás de broma? Paula vive totalmente encerrada en su pasado con David —se giró hacia Paula con los labios curvados en un gesto de condescendencia—. Y seamos honestos, amiga mía, no eres lo que diríamos el tipo de Pedro.


Paula retrocedió un paso ante la evidente crueldad de las palabras que había pronunciado su supuesta amiga, Había mantenido la amistad con Micaela porque era extrovertida y vivaz, una fuerza que la había empujado hacía el mundo cuando se sentía aislada por la pena. Y sí, posiblemente le había disculpado muchas cosas porque había sido partícipe de tiempos más felices en su vida. Pero ya no podía disculparla. Micaela le guiñó el ojo.


—Igual puedes sacar algo del acuerdo de divorcio. Después de todo, te casaste con él para ayudar a su hija —parpadeó con sobreactuada ingenuidad— . Porque ésa es la razón por la que te casaste con él, ¿No es así?, no es que se conocieron de antes.


Una fugaz oleada de rabia heló la mirada de Pedro, pero su rostro se convirtió enseguida en una máscara inexpresiva. Paula admiró su serenidad, su capacidad para dejar a un lado los sentimientos y centrarse en resolver el problema. Entendió claramente que aquella cualidad lo había convertido en un combatiente muy eficaz. Los ojos de Pedro señalaron a Micaela.


—¿Qué es lo que quieres?


—A mi niña.


El temor recorrió los brazos de Paula poniéndole la carne de gallina.


—Un tribunal ha concedido a Pedro la custodia temporal. La abandonaste, así que tendremos que volver al juzgado a solucionarlo.


—Qué desastre —su mirada se volvió calculadora—, ¿Ya le han tomado cariño? Es una niña monísima.


Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Volvía a perder a alguien a quien amaba, y mientras intentaba consolarse pensando que al menos Valentina estaba viva, Paula no podía borrar la imagen de la niña llamándola por la noche y preguntándose... El dolor se hundió en ella más que las lágrimas, Micaela, sin embargo, las dejó caer por su rostro.


—Lo siento mucho. He sido una estúpida, pero creía que realmente podía conseguir una vida mejor para la niña. No soy lo suficientemente buena para ella, no tanto como tú y tu familia.


¿Estaba Micaela actuando, o es que Paula se había vuelto más cínica? Ojalá no supiese lo buena actriz que Micaela podía llegar a ser. ¿Habría estado también utilizando sus dotes con Paula todo ese tiempo? ¿Habría sido su amistad una completa mentira? Igual Pedro tenía razón al pensar que se había aferrado a Micaela porque necesitaba mantener un lazo de unión con su pasado con David. Había permitido que le cerrasen los ojos, Paula consiguió reunir el suficiente aplomo.


—¿Dónde están tus maletas? Te enseñaré tu habitación.


Micaela negó con el dedo.


—No, no, no. No pienso quedarme aquí en observación, para que juzguen el más mínimo error que pueda cometer. Me voy a alojar en un hotel y Pedro pagará la cuenta —le pasó a Pedro una tarjeta—. Aquí está el número, puedes llamar para pedir detalles.


Se subió la correa de la bolsa que llevaba al hombro y caminó hacia la puerta, que resonó al cerrarse en el silencio de la casa. Balanceándose, a Paula le abandonó todo el valor que había logrado mantener y se agarró al respaldo de una silla antes de dejarse caer pesadamente sobre ella. Pedro se paseó por el salón con Valentina, agitando todavía el panda delante de sus ojos.


—Paula, no quiero que te preocupes, solucionaremos esto en los juzgados.


El juez no cambiará el acuerdo de custodia de la noche a la mañana y dudo que Micaela pueda aguantar mucho tiempo esta situación. Paula no estaba tan segura. Su cínico interior le gritaba que Micaela iba a cerrarse en banda, pero dejó que Pedro le siguiese contando sus planes porque le pareció que dejar que tomara el mando le ayudaba a mantener la calma. Observó cómo recoma de arriba abajo la habitación sujetando a la niña contra su pecho. ¿Cuándo había empezado a sentirse tan cómodo con ella? La conexión entre ellos era innegable, ya que Valentina levantaba la vista para mirarlo con adoración. El agitaba frente a ella el mordedor sacudiendo las cuentas que tenía en la barriga. A Valentina le encantaba aquel juguete. Y Paula no pudo negar por más tiempo que estaba enamorada de Pedro. Nunca se había sentido tan fuera de control.


Quédate A Mi Lado: Capítulo 41

 —Vengo a recoger a mi hija —Micaela avanzó por el vestíbulo de la mansión de los Alfonso, apartándose de la cara su melena roja y ondulada en un gesto que Paula reconoció como calculado para atraer la atención de los hombres, Y que normalmente le funcionaba.


Al menos, ese día Pedro parecía ignorar los dudosos encantos de Micaela, que traía unos apretados vaqueros y una camiseta sin mangas verde lima, puesto que en sus ojos se reflejaba una rabia apenas disimulada. Valentina, sin embargo, no parecía detectar la tensión y daba golpecitos en la cara de Pedro con el mordedor en forma de panda que agarraba con su mano regordeta. Aunque existía tensión entre ella y él, a Paula le aliviaba poder contar con su apoyo en aquel pulso con Micaela. Había llamado al resto de la familia esa misma mañana y todos iban a regresar a casa en unas horas. Pedro posó la mano en la espalda de Paula.


—Vayamos al salón. Tenemos mucho de qué hablar sobre los últimos meses.


Micaela miró la puerta abierta y paseó los dedos bronceados por un huevo de Fabergé azul y blanco que descansaba junto a un jarrón de cristal con lilas. Avanzó adentrándose en el salón. Una cristalera permitía que el sol bañara de luz la estancia. Los suelos de madera noble estaban cubiertos de alfombras persas, rodeando dos sofás Reina Ana tapizados de azul con motas blancas. Alos lados había sillones en amarillo crema. Toda la decoración era sin duda formal, pero la atmósfera era confortable. Paula temía que Micaela estuviese observando en el salón un indicio de riqueza. Pero si sólo buscaba dinero, ¿No habría venido a hablar antes con Pedro? Micaela giró sobre sus puntiagudos tacones verdes y extendió los brazos.


—Mi niña —agarró a la niña con tal firmeza que Paula tuvo que dejarla ir—. Qué guapa estás, ¡y qué grande!


—Sí —masculló Pedro—, los niños crecen. De hecho, crecen mucho si dejas de verlos durante casi tres meses.


Paula posó la mano en su brazo, temerosa de que Micaela se molestase, sobre todo dado que no tenían ni idea de lo que ella tenía en mente.


—¿Dónde has estado? ¿No te das cuenta de que hemos estado muy preocupados?


—¿Estaban preocupados por mí, o era todo por Valentina? —levantando una ceja, izó torpemente a la niña sobre su cadera. Valentina se retorció y arrojó al suelo el mordedor—. Pero eso no importa ahora, estoy aquí y vengo preparada para cuidar de mí hija. 


Pedro se mantenía firme en el umbral como esperando bloquear cualquier posibilidad de huida.


—Desapareciste de tal modo de la faz de la tierra que creímos que habías muerto. Todavía no nos has dicho dónde estabas.


—Lo siento. Fui a las islas con un director muy importante. Me dijo que tenía un papel para mí —Micaela apartó los dedos de Valentina de sus enormes pendientes de aro—. El muy cerdo me mintió, pero todo el asunto me granjeó unas vacaciones. Las madres necesitan vacaciones. Ahora vengo descansada y lista para acurrucarme con mi pequeña.


Paula reprimió las ganas de agarrar a Valentina y salir corriendo.


—No puedes abandonar a Nina durante meses y creer que confiaremos en que cuidarás de ella.


Los ojos de Micaela pasaron de Pedro a Paula, de pie uno junto al otro.


—Ah, ya veo lo que hay —zarandeó a Valentina alarmantemente al ver que intentaba llegar al suelo—. Te has ligado a Pedro y si pierdes a la niña lo perderás a él. Es un buen partido, entiendo que no quieras renunciar a todo lo que has conseguido.


Paula se aguantó las ganas de abofetear a Micaela, Pedro era más que un buen partido, suponía mucho más que el dinero que tenía guardado en el banco. Era un hombre honorable a quien le preocupaba su familia, un hombre que se tomaba en serio sus responsabilidades y sabía apreciar la belleza y valor que podía tener un sencillo paseo por la playa en coche. Pedro recogió del suelo el mordedor de Valentina y la tomó de los incómodos brazos de Micaela.


—Paula y yo estamos casados. 

jueves, 5 de junio de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 40

Pedro oyó el grito de Paula. Corrió a la habitación y la encontró abrazada a la mantita de Valentina junto a su cuna.


—¿Dónde está Valentina? —Buscaba frenéticamente por la habitación con los ojos encendidos de pánico—. Dijiste que estaría atendida. No debía haberla dejado sola ni un segundo. Dios, ¿Crees que Micaela me estaba mintiendo y que ya se la había llevado?


Pedro la agarró de los hombros.


—Tranquilízate, no pasa nada. Valentina está en la habitación de abajo. La niñera la acostó allí y duerme en la cama supletoria. No ha estado sola ni un instante desde que nos marchamos.


Paula respiró aliviada. Él la abrazó, entendiendo su temor y jurando, por ella y por Valentina, que nunca permitiría que nadie les hiciese el más mínimo daño. Ella se estremeció en sus brazos y a él le desarmó ver cómo se derrumbaba una persona normalmente serena como ella. Con un último suspiro, se enderezó y él sólo tuvo un segundo para ver que tenía los ojos húmedos antes de que ella saliera al pasillo como una exhalación. El ruido de sus tacones resonaba sobre los suelos de madera mientras Pedro la seguía hasta la habitación que su madre había dispuesto para los nietos. Paula abrió la puerta despacio, ¿Con cautela?, y se asomó al interior. Se desplomó contra el marco de la puerta con los ojos cerrados y dos grandes lágrimas cayeron de sus ojos.


—Gracias a Dios.


Pedro se detuvo tras ella y vió a través de la puerta a la niña que dormía en su cunita. A su hija. Se permitió un momento de egoísmo para contemplar a Valentina y convencerse de que estaba bien, de que estaría bien. Memorizó sus rasgos, un rostro que debía haber estudiado con más detenimiento. Tenía la barbilla y el pelo de los Alfonso. De estar despierta, él estaría viendo en ella sus propios ojos. Aparte de esto, sabía que le gustaba ir descalza y que reía cuando él agitaba delante de ella su mordedor en forma de oso panda. Era demasiado poco. Tenía que conocerla más. La conocería más. No sería el típico padre a ratos que viaja durante meses y al volver encuentra que su hijo ha hecho un gran progreso mientras él estaba ausente. Podía permitírselo, maldita sea. Se trataba de su hija. La quería.  Ya la mañana siguiente, podía perderla a manos de una mujer que no daba importancia al hecho de haber desaparecido durante casi tres meses. Nunca antes había sentido este tipo de temor, ni siquiera cuando lo derribaron en Afganistán. El impacto de ese pensamiento le aplastó el pecho hasta impedirle respirar. No podía siquiera imaginar el infierno por el que estaría pasando Paula. Su esposa llevaba meses amando a aquella criatura. Avanzó hacia ella, pero ésta se había internado en la habitación. Llamó en voz baja a la niñera y, despertándola con suavidad, le dió las gracias con una sonrisa y le dijo que podía trasladarse a la habitación de invitados que había al otro lado del pasillo. Una vez se hubo ido, Paula se acurrucó en la esquina de la cama tal y como hizo la primera noche que durmió en la casa. Al ver cómo se distanciaba de él, Pedro se dió cuenta de que no sólo corría el peligro de perder a su hijo: También podía perder a su esposa. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 39

Su desenfado logró crispar los nervios de Paula, ya de por sí alterados. Era obvio que Micaela estaba bien y que había decidido por voluntad propia desaparecer de la faz de la tierra. Paula reprimió las ganas de tirar el teléfono al notar una creciente indignación maternal.


—Valentina está bien. Desde que la dejaste conmigo el verano pasado, ha aprendido a darse la vuelta en la cuna. Casi sabe sentarse sola.



—Bien, bien. Gracias por hacer de canguro, ¿Tienes alguna otra llave de la casa escondida por aquí en alguna parte? La que había bajo la maceta ya no está y necesito un sitio donde pasar la noche.


¿Hacer de canguro? ¡Hacer de canguro! Dos meses, casi tres, eran mucho más de lo que podía asumir una canguro, sobre todo con un bebé.


—Me llevé la llave cuando me fui del departamento —había cerrado la casa, pero seguía pagando el alquiler. Había pensado volver, pero en el fondo siempre había creído que Nina estaría con ella. Ahora, Valentina tenía a mano a sus padres biológicos, lo que dejaba poco espacio para una canguro—. Escucha Micaela: estoy en Hilton Head con Pedro Alfonso. Al ver que no regresabas, decidí traer a la niña aquí con su padre.


Paula vió cómo la mandíbula de Pedro se tensaba, su rostro serio, y las oleadas de indignación que lo recorrían, Valentina tenía un acérrimo defensor en la figura de su padre. Pronunció calladamente una oración de agradecimiento por poder contar con él en aquel momento.


—¿Ha vuelto de Afganistán? Vaya, estupendo, había pensado en ponerme en contacto con él.


¿Cómo podía ser tan displicente a la hora de contarle a Pedro que tenía una hija? ¿Acaso Valentina habría conocido a su maravillosa y enorme familia si Micaela no le hubiese hablado a Paula de su existencia? Él le indicó con un gesto que continuara hablando. Paula se tragó el miedo que le atenazaba la garganta.


—Entonces, puedes venir a Hilton Head y hablar con él en persona.


—Seguramente estará enfadado, ¿Verdad? —Preguntó Micaela, mostrándose indecisa por primera vez—. ¿Y no podrías traer a Valentina aquí?


A Paula se le acabó la paciencia. Si Micaela creía que podía aplastar a una vieja amiga aprovechándose de que era una persona prudente, le había llegado la hora de despertar de una vez.


—No puedo, Micaela. Abandonaste a tu hija y Pedro tiene la custodia temporal. 


—Paula —dijo Micaela con voz entrecortada—, ¿Qué demonios has hecho?


—No me diste otra opción cuando dejaste a la niña.


—Muy bien, esta noche me alojaré en un hotel. Nos vemos mañana en Hilton Head.


Estaba a tres horas de viaje. Nada hubiese detenido a Paula de haberse tratado de su hija y ahora era muy posible que la perdiese para siempre.


—Llámame cuando estés cerca de la ciudad y yo te indicaré cómo llegar a la casa.


Micaela colgó sin decir una palabra.


Paula contempló el teléfono que tenía en la mano y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Los dientes le castañeteaban. Apenas oía a Pedro dirigiéndose a ella, ofreciéndole palabras de consuelo y diciéndole que todo saldría bien. No podía pensar nada más que en comprobar si Valentina estaba bien. Arrojó a un lado el teléfono y salió del coche de un salto.. Levantándose el vestido, entró corriendo en la casa, subió las escaleras y no se detuvo hasta llegar a la habitación de Valentina. La cuna estaba vacía.