–¿Pedro?
Llevaba horas pensando en él, preguntándose si habría leído su carta, y de pronto lo tenía ante sus ojos. Se puso en pie. Pedro llevaba la misma ropa que el día que se conocieron y no le cupo la menor duda de que era el hombre más atractivo del mundo. Ante los ojos del mundo, quizá no lo era tanto como el Pedro que había viso en las fotografías de su casa, pero ella amaba al que tenía ante sí, algo más ajado e intenso. Y sin pensárselo más, corrió hacia él y se abrazó a su cuello. En cuanto él la abrazó, Paula perdió el control y se echó a llorar con una mezcla de pena y de alegría, pero, por encima de todo, de amor. Cuando sus sollozos cesaron, Pedro se separó lo bastante como para mirarla a los ojos y acariciarle las mejillas.
–¿A qué vienen estas lágrimas? –preguntó con una amplia sonrisa.
Paula se sorbió la nariz y trató de respirar profundamente.
–No puedo…, No puedo creer que hayas venido.
–Mujer de poca fe –bromeó él.
–He puesto toda mi confianza en que vinieras, pero no estaba segura de que fuera a suceder.
Pedro le pasó la mano por el cabello.
–Te comprendo perfectamente. Yo llevo meses sintiendo algo parecido, convencido de que nunca más volvería a sentir algo así por nadie. ¡Pensar que podía no haber llegado a tiempo…!
Paula sonrió con dulzura al percibir la angustia que Pedro sentía ante la perspectiva de perderla.
–¿No habrías hecho nada para recuperarme? –preguntó con sorna.
Pedro arqueó una ceja.
–Habría ido a buscarte a Melbourne.
–No habría hecho falta porque tengo un billete de vuelta para mañana.
–¿Por trabajo? –preguntó Pedro.
Y Paula se dió cuenta de que todavía no era consciente de que había rechazado Roma para quedarse con él.
–Claro que no. Ahora que voy a trabajar aquí, he pensado que necesito un departamento.
–¿Has dejado el trabajo? –Pedro la miró con ansiedad, estudiando su rostro como si quisiera leer en él la confirmación de lo que estaba oyendo y asegurarse de que lo estaba interpretando adecuadamente.
–No –dijo ella–. He hecho una oferta a Max que no ha podido rechazar. Pensaba contártelo mañana, cuando volviera de Melbourne de sorpresa, peroya que estás aquí… Le dije que si me consideraba una trabajadora tan fabulosa, debería destinarme a la formación de personal, y le pareció una gran idea.
–¡Habría sido estúpido si no llega a aceptar! Aunque supongo que tiene claro que nunca habrá otra azafata como tú.
Paula lo miró sonriente y, antes de que supiera qué iba a hacer, Pedro la levantó y se puso a girar con ella en brazos ante la atónita mirada de los demás pasajeros. Al dejarla en el suelo, le susurró al oído:
–No alquiles un departamento.
–¿Y qué quieres que haga?
–Quería decírtelo anoche, pero estabas tan sexy con tu pijama rojo que no supe expresarme adecuadamente –Pedro deslizó las manos por los hombros de Paula hasta entrelazarlas a la altura de su cintura–. Cariño, quédate a vivir en mi casa. Cásate conmigo.
"Cásate conmigo". ¿Había oído bien?
–¿Acabas de decir…?
Pedro tomó su rostro entre las manos y la miró fijamente.
–Paula, necesito que sepas cuánto te amo.
«Lo sé», pensó Paula con el corazón acelerado y la mente en una nebulosa de felicidad.
–Y yo a tí –dijo.
Se fundieron en un beso. Y en ese instante, Paula se dió cuenta de que, después de tantos años recorriendo el mundo, acababa de llegar, finalmente, a su hogar.
FIN
Que lindo final!! Que suerte que volviste!
ResponderEliminarGracias por leer
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