Paula iba en el asiento del copiloto mirando el paisaje. Pedro le había dicho que no se preocupara por nada, que todo iba a salir bien; pero ella tenía sus dudas. Quizá no le cayera bien a Julia Smith, su secretaria, o quizá no supiera hacer bien el trabajo. Aunque todo el mundo hablara su idioma, ella tendría que aprender unas nociones de holandés. ¿Y si su sueldo no le llegaba para vivir? A pesar de todo, sabía que era lo mejor que le podía haber ocurrido. Con ese trabajo podría acumular experiencia para luego volver a Inglaterra. Y entonces ¿qué? Su madre estaría encantada de verla siempre que no interfiriera en sus planes. Quizá nunca pudiera volver al chalet de Salcombe...
-Deja ya de preocuparte -le dijo el doctor Alfonso-. Vive el presente y verás como en poco tiempo todo se va resolviendo. Además, te prometo que si no eres feliz en Ámsterdam, te traeré de vuelta a Inglaterra.
-Eres muy amable -dijo Paula-. Sé que soy una tonta. Además, tengo muchas ganas de empezar a trabajar.
A partir de ese momento, mantuvieron una conversación trivial hasta que llegaron a Exeter. Allí pararon para tomar un café y para que Polo diera una vuelta.
-Ya comeremos algo en el transbordador -le dijo él mientras volvían al coche-. Además, seguro que tenemos algo preparado cuando lleguemos a Ámsterdam.
-¿Vamos a casa de Julia Smith?
-No, no me atrevería a molestarla tan tarde. Pasarás la noche en mi casa y, por la mañana, te llevaré con ella.
Llegaron a Harwich justo a tiempo para tomar el último transbordador.
-Ponte cómoda -le dijo el doctor a Paula-. No es un viaje muy largo, unas tres horas y media.
Comieron unos sandwiches y tomaron café y coñac. Cuando acabaron, Pedro sacó unos papeles de su cartera.
-¿Te importa si trabajo un poco?
Ella negó con la cabeza. Se sentía un poco soñolienta por el licor y, con los brazos alrededor de Polo, se quedó dormida.
Pedro la despertó con suavidad.
-Estamos a punto de llegar. Será mejor que me des a Polo.
Cuando bajaron a tierra, era noche cerrada y hacía frío.
-A partir de aquí, ya no queda mucho -la informó el doctor al tomar la autopista.
Paula volvió a cerrar los ojos. No se despertó hasta que llegaron a Ámsterdam. Desde allí se dirigieron hacia un pueblo de los alrededores. Al llegar a la plaza, Pedro giró por una calle estrecha y paró delante de una casa de aspecto grandioso. Salió del coche, tomó a Polo en brazos y le abrió la puerta a Paula. Ella permaneció un rato de pie, mirando la casa. Más que una casa era una mansión. Tenía las paredes blancas y el techo de pizarra. La enorme puerta estaba abierta y había luces en una de las ventanas.
-¿Es esta tu casa?
-Sí -respondió él, un poco impaciente.
Ella lo siguió a paso rápido y juntos entraron en el vestíbulo. Era amplio y cuadrado. El suelo estaba cubierto de grandes baldosas negras y blancas y había puertas por todos lados. Del techo colgaba una gran lámpara de araña y al fondo había una escalinata grandiosa que conducía al piso de arriba. Una mujer estaba esperándolos.
-Esta es mi ama de llaves, Mevrouw Kulk. Teresa, te presento a la señorita Chaves.
Después de las presentaciones, se dirigió a Mevrouw Kulk en holandés. El ama de llaves era una mujer alta y fuerte, y tenía una cara alegre. Estaba respondiendo al doctor cuando una de las puertas se abrió y un hombre de mediana edad caminó hacia ellos. Se acercó al doctor y le dijo algo en holandés.
-Éste es Kulk. Su mujer y él llevan la casa. Me dice que no ha podido salir a recibirnos porque estaba encerrando al perro en la cocina.
Paula le estrechó la mano y miró con ansiedad a Polo.
-¿Lo llevo a dar una vuelta?
-No te preocupes, yo me encargo de él. Más tarde lo subiré a tu habitación para que pase contigo la noche. Ahora ve con Mevrouw Kulk y descansa. El desayuno es a las ocho y media.
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