martes, 8 de junio de 2021

Soy Tuya: Capítulo 46

Había llegado la tarde del sábado. Paula, exhausta tras haber pasado una noche más en vela, estaba sentada junto a la piscina de Max.


–¿Qué has decidido, Paula? –preguntó Max, mirándola por encima de su copa–. ¿Vas a dar un paso adelante en tu carrera o, como las demás chicas, vas a dejar que la vida real se interponga en tu camino?


–Ni una cosa ni otra, Max –dijo ella con una firmeza que la sorprendió, cuando estaba a punto de asumir el mayor riesgo de su vida–. Quiero hacerte una propuesta que no creo que puedas rechazar.


Max entornó los ojos


–Pensaba que mi oferta económica era insuperable.


–Y lo es. Pero no es de eso de lo que quiero hablarte. Necesito quedarme en Cairns.


Max se frotó la sien.


–Como me digas que has conocido a un hombre, me suicido –dijo en tono dramático.


–Espero que no lo hagas, porque es la verdad.


Max puso los ojos en blanco.


–A este paso voy a perder a todas mis chicas favoritas.


–De eso es de lo que quería hablarte. No tienes por qué perderme. Me gustaría ser de provecho en otro puesto –Paula sacó un papel del bolso con manos temblorosas–. ¿Me permites?


Max movió la mano con cierto desdén para que continuara. Representaba menos dinero y dejar de volar. Significaba instalarse en Cairns en lugar de mantener su departamento en Melbourne, que, por otro lado, más que un hogar era un gran armario en el que guardaba la ropa que compraba en sus viajes. Pero todo ello valdría la pena si Pedro aceptaba la contraoferta que le pensaba hacer. Había llegado la hora de dejar de correr. Lo tuvo claro aquella mañana, al contemplar el amanecer desde el porche de Gonzalo. Y así, fue a ver a Max decidida a explicarle en qué consistiría su nuevo trabajo, con la casi total seguridad de que su jefe la despediría por osada.




Pedro estaba sentado en su taller contemplando el jardín. De vez en cuando miraba el móvil que permanecía en silencio sobre su banco de trabajo. El polvo flotaba en el aire iluminado por los rayos de sol que se filtraban por la ventana. La reunión de Max y Paula debía haber acabado hacía horas. A lo largo del día, había pasado de la esperanza a la desesperación en numerosas ocasiones. A ratos estaba convencido de que Paula, a pesar de que no estuviera dispuesta a quedarse en Cairns, rechazaría la oferta de Max. Pero unos minutos después estaba igualmente convencido de que la había aceptado sin titubear y ya estaba camino de Roma. Cualquiera que hubiera sido su decisión, tenía la certeza de que, por más desesperado que estuviera por saber qué había sucedido, él no estaría entre los primeros que recibirían una llamada. Amaba a Paula. Tras haber pasado una noche en vela enfrentándose a la posibilidad de no volver a verla, supo que la amaba aún más de lo que creía. Sentía un amor por ella que le proporcionaba placer y dolor a un tiempo. Pero precisamente porque la amaba tanto, quería que fuera feliz. Y si para ello tenía que marcharse… Dió un puñetazo al banco. Estaba furioso consigo mismo por no haber dicho ciertas cosas la noche anterior, por no haberla besado más prolongadamente, por no haberle dicho que se negaba a que se fuera… Por primera vez en su vida experimentaba un sentimiento que se escapaba de su control. Siempre había dominado sus emociones y sus acciones. Pero aquél, que podía ser el momento más importante del resto de su vida, no dependía de él. Estaba tan desanimado y se sentía tan poco inspirado para el trabajo que abrió su blog aun sin saber qué pensaba encontrar en él, pero con la sensación de que había llegado el momento de escribir su despedida. Tenía que dar las gracias a Paula Chaves por haberlo ayudado a recordar que tenía buenos amigos con los que podía hablar. Leonardo, Vanesa, Emiliano e Ivana. El diario virtual le había sido de gran ayuda, pero ya no lo necesitaba. Posó las manos en el teclado mientras pensaba cómo expresarse y de pronto descubrió que alguien había respondido aquella misma mañana a su última anotación.

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