Cuando cerró la puerta tras él, Paula pensó que sería muy descortés rechazar su invitación. Se fue a la cama y durmió placenteramente durante toda la noche. Por la mañana, continuó con su infructuosa búsqueda de trabajo, pero esa mañana no estaba tan triste porque tenía en perspectiva la cena con Pedro Alfonso. Él estaba esperándola mirando la pizarra con el menú que había en la puerta del restaurante.
-Hola -dijo al verla-. Estamos de suerte: Hay langosta.
-Hola -dijo Paula sin aliento-. He traído a Polo, como dijiste...
-Todo está preparado. Vamos, estoy hambriento.
La langosta estaba deliciosa. Charlaron mientras comían, sin prisa, disfrutando de la compañía. El restaurante estaba casi vacío y unos cuantos días más tarde, cerrarían para el invierno. Eran más de las diez cuando salieron. Mientras caminaban hacia el chalet, Pedro observó a Paula en la penumbra del pequeño muelle. Sus planes se habían hecho realidad. Lo único que faltaba era convencerla de que eran prácticos y sensatos. Sin embargo, no podía mostrarle sus sentimientos todavía. El trato debía ser un asunto de trabajo, sin ataduras emocionales. Ya solo tenía que encontrar el momento apropiado para comunicárselo. En la puerta se despidieron de manera amistosa.
-Gracias por la cena -dijo ella.
-Gracias a tí por la encantadora compañía. Que descanses.
-¿Cuándo vuelves a Holanda?
-Muy pronto. Buenas noches.
No es que fuera una respuesta muy satisfactoria. Pedro tenía la suerte de su parte.
Dos días más tarde recibió una llamada de emergencia desde un yate. Se puso las botas de agua y el impermeable y se subió al bote salvavidas con el resto del equipo de salvamento. Ese trabajo era algo que echaría de menos, pensó. Dos horas más tarde, volvieron al puesto de salvamento y todos juntos se tomaron una bebida caliente. Al salir del puerto, echó un vistazo hacia el muelle Victoria y aceleró el paso al ver a Paula con Polo a lo lejos. Cuando ella lo vió, esperó a que él la alcanzara.
-¿Qué ha pasado? -preguntó ella al verlo- ¿Ibas en la lancha de salvamento?
-Sí. Ya me iba a casa cuando os vi a los dos.
-Fui a la caseta para ver si había algo que podía hacer. ¿Están todos a salvo?
Él asintió con la cabeza.
-¿Quieres pasar a tomar un chocolate caliente?
-Me encantaría -le dijo él-. El tiempo es bastante inclemente mar adentro.
La habitación olía a abrillantador de muebles. Al mirar a su alrededor, se dió cuenta de que todo brillaba como si estuviera listo para una ocasión especial. Paula regresó con el chocolate y una caja de galletas. No parecía tan triste como la última vez que la había visto. En su rostro había una especie de aceptación de su suerte. Ya había observado esa expresión en sus pacientes muchas veces. Se tomó su chocolate a pequeños sorbos.
-¿Has tenido noticias de tu madre?
-Volverá el miércoles.
-¿Y tú? ¿Qué planes tienes?
-Encontraré trabajo.
-Hace ya algún tiempo -dijo él de manera casual-, mi secretaria en Holanda insiste en que le busque un ayudante para que le eche una mano. Tiene demasiado trabajo y cuando yo vuelva, todavía tendrá más. Se me ha ocurrido que quizá te gustaría trabajar para ella. No es un trabajo muy difícil: Mandar cartas, hacer recados, atender al teléfono... Es una señora un poco rígida, pero tiene un corazón de oro. El dinero no será mucho, pero hay una habitación libre en la casa donde ella vive que creo que te podrías permitir. Solo sería una medida temporal, claro está, hasta que salgas del apuro.
-¿Me estás ofreciendo un trabajo en Holanda? ¿Cuándo?
-Desde la semana que viene. Si aceptas, podríamos marcharnos el día que regrese tu madre por la tarde, para que puedas pasar un rato con ella.
-No puedo -respondió Paula-. No puedo dejar aquí a Polo.
-Puede venir con nosotros. Tenemos tiempo para arreglar todos los papeles. ¿Tienes pasaporte? ¿Sabes conducir?
-Sí a todo. Lo dices en serio, ¿Verdad?
-Claro que lo digo en serio, Paula.
-¿Dónde vives?
-Tengo una casa cerca de Amsterdam, y la mayor parte del tiempo estoy en la ciudad porque allí es donde trabajo. Tú también estarías en el centro.
Pedro dejó la taza sobre la mesa, se quitó a un soñoliento Polo de encima y se levantó.
-Ya es tarde. Piénsatelo y dame una respuesta por la mañana. El chocolate estaba delicioso -añadió con una sonrisa mientras se dirigían a la puerta-. Que descanses.
Y aunque pudiera parecer extraño, eso fue lo que hizo.
Odio a la madre de Pau! Amo a Polo!
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