jueves, 24 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 19

Los días pasaban deprisa. Cada día tomaba el autobús a Kingsbridge y se pasaba el día buscando en agencias y mirando en los tablones de los supermercados. Cada vez le parecía más difícil. Se estaban deshaciendo de los empleados temporales y si surgía alguna oportunidad, primero se la darían a alguien de la zona. Si seguía así, tendría que escribir a su madre para decirle que de momento no se podía marchar porque no tenía trabajo. Una noche estaba dando de cenar a Polo cuando alguien llamó al timbre. Cuando fue a abrir se encontró con el doctor Alfonso en la puerta. Paula fue consciente de la alegría y el alivio que sintió al ver a alguien conocido. Se quedó de pie mirándolo sin decir nada.


-¿Puedo pasar? -preguntó él y a ella, por fin, le salieron las palabras.


-Sí, claro. ¿Querías verme por alguna cosa?


Él la siguió a la sala de estar.


-No -respondió con frialdad-. Pasaba por aquí y me pareció una buena idea venir a ver qué tal te van las cosas -cuando vio al perro, levantó una ceja-, ¿Es tuyo?


-Sí. Se llama Polo.


-¿Tu madre no está en casa? -preguntó acariciando al animal.


-No. Está con unos amigos en Richmond. ¿Quieres tomar algo?


Intentó mostrarse fría porque a él lo notó muy distante.


-¿Te pasa algo, Paula?


La pregunta la pilló totalmente desprevenida.


-¿Pasarme? Nada. ¿Tienes mucho trabajo en el centro de salud? - preguntó demasiado rápido para no levantar sospechas.


-No más del habitual. ¿Qué te ocurre? -su voz sonó amable y preocupada.


Las semanas que había pasado sin ver esa cabeza pelirroja le habían dejado claro que la fuerte atracción que sentía por ella se le había escapado de las manos: se había enamorado perdidamente. Él le dedicó una sonrisa y ella miró para otro lado.


-No es nada. Solo estoy un poco contrariada porque no he encontrado otro trabajo y en la biblioteca ya no me necesitan...


Él permaneció en silencio y ella dijo:


-Voy a preparar café.


-Así que no tienes ni trabajo ni dinero y estás sola.


-Lo has dicho muy claro. Creo que ahora deberías marcharte... 


-Te sentirás mejor cuando hables con alguien, y yo estoy aquí...


-Bueno, no hay nada que contar -dijo Paula con aire desafiante, pero se echó a llorar.


Pedro Alfonso, haciendo un gran esfuerzo, permaneció en su silla. Le hubiera encantado tomarla en sus brazos, pero ese no era el momento de mostrar algo que no fuera una simpatía amistosa. Le pasó su pañuelo y la observó mientras se limpiaba los ojos. Paula comenzó a relatarle sus problemas, parando de vez en cuando para sonarse la nariz.


-Qué vergüenza. Creo que ahora será mejor que te vayas. Me da mucha vergüenza haberme comportado como una llorona.


El inteligente cerebro del doctor había estado urdiendo un plan mientras ella hablaba.


-Me marcharé si quieres, pero primero me tomaría esa taza de café.


Ella se puso de pie de un respingo y se dirigió a la cocina.


-Por supuesto. Perdona.


Él la siguió con el perro en los talones.


-Es una casa preciosa. A veces la he admirado desde el exterior, pero es mucho más bonita por dentro. Me gustan las cocinas, ¿A tí no?


Ella se volvió a mirarlo. Había dejado un armario abierto y se veía que estaba vacío. Probablemente, pensó él, no tenía ni dinero para comer. Pedro llevó la bandeja a la sala y le dió a Polo una de sus galletas.


-Luciana me preguntó qué tal estabas. Los niños lo pasaron muy bien aquí.


-Son un encanto -dijo Paula, y logró sonreír-. Tienen que ser muydivertidos.


-Sí -admitió él-. Ven a cenar conmigo mañana y hablaremos de ellos. ¿Te parece a las ocho en el Gallery?


Cuando vió que ella dudaba, añadió:


-No te lo estoy pidiendo porque me des pena, Paula. Además, me atrevería a decir que podríamos esconder a Polo debajo de la mesa - añadió mirando al animal-. El encargado me lo debe, una noche fui a coserle una mano.


Ella no respondió inmediatamente y Pedro no esperó una respuesta. 

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