jueves, 10 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 3

 -Bien. Llamaré de vez en cuando para ver qué tal va todo.


-No hace falta. Estaremos muy ocupadas empaquetando -después añadió con educación-: ¿Quieres una taza de té antes de irte?


-No, no, gracias. Debo marcharme a la oficina.


Se despidió de la señora Chaves y Paula lo acompañó a la puerta.


-Si alguna vez necesitas ayuda...


-Gracias, Diego -contestó Paula, y no pudo decir una palabra más para no echarse a llorar allí mismo.


-Qué suerte que tengas a Diego -le dijo su madre cuando Paula se unió a ella-. Seguro que él piensa que lo mejor será una boda tranquila lo antes posible.


-Diego no se va a casar conmigo, mamá. Interferiría en su carrera.


El comentario provocó las lágrimas de su madre.


-Paula, no puedo creérmelo. No hay ningún motivo para que no te cases inmediatamente. ¿No habrás roto con él, verdad? Porque si lo has hecho, eres muy tonta.


-No. Han sido los deseos de Diego -Paula sintió pena por su madre, tenía un aspecto tan desvalido... -. Lo siento, pero él tiene que consolidar su carrera y casarse conmigo no lo ayudaría en absoluto.


-No sé qué se le pasaría a tu padre por la cabeza...


-Lo hizo para dárnoslo todo. Nunca nos negó nada, mamá.


-Mira cómo nos ha dejado -replicó entre lágrimas-. No es tan malo para tí que eres joven y puedes trabajar, pero ¿Qué voy a hacer yo? Creo que voy a enfermar.


-Voy a prepararte algo caliente. Ve a darte un baño y después subiré para asegurarme de que estás bien.


-Nunca volveré a estar bien.


Paula le dió un abrazo. El mundo de su madre se había hecho pedazos, pero ella haría todo lo que estuviera en sus manos para hacerla lo más feliz posible. Durante un momento, dejó que su pensamiento vagara. Si se hubiera casado con Diego habría tenido un vida cómoda. Sin embargo, ahora tenía que buscar trabajo, hacer nuevos amigos y, sobre todo, intentar hacer feliz a su madre. Más allá de eso, no quería pensar. Por supuesto, Pedro volvería algún día, pero él planearía su propio futuro. Daría por sentado que ella cuidaría de su madre y, aunque estuviera dispuesto a ayudar, nunca permitiría que entorpecieran sus planes. 


La casa, los mejores muebles, la porcelana, la plata y la cristalería se vendieron con facilidad. La casa, desposeída de su contenido, tenía un aspecto triste y poco acogedor. Pero todavía había mucho que hacer. Paula había empaquetado todos los objetos que no se habían vendido: la vajilla de uso diario, las cacerolas, la ropa de cama y los manteles. El señor Trump lo había hecho lo mejor posible y, después de pagar sus deudas, todavía les quedaba una pequeña cantidad en el banco. Su madre recibiría una pensión de viudedad, pero nada más. Gracias a Dios, pensó, estaban a principios de abril y no le costaría encontrar trabajo en Salcombe. Se marcharon una mañana fría y húmeda. Paula cerró la puerta con llave, metió esta en el buzón y se sentó al volante del viejo Rover. Les habían dejado el coche para que hicieran el traslado, pero, en cuanto llegaran a Salcombe, tenían que entregarlo. No miró hacia atrás porque, si lo hubiera hecho, habría llorado, y no era muy agradable conducir con los ojos llenos de lágrimas. Su madre no se reprimió: lloró durante casi todo el viaje. Llegaron a Salcombe por la tarde y, como siempre sucedía, la vista de la preciosa ría y del mar levantó el ánimo de Emma. No habían estado allí desde hacía mucho tiempo, pero nada había cambiado. El chalet era el último de una hilera de casas similares. Los jardines de delante daban a un camino situado al borde del agua. La zona estaba a pocos minutos de la calle principal, pero aislada del barullo del centro. Encontraron estacionamiento en una calle cercana y caminaron hasta la casa. Durante muchos años, una mujer del pueblo se había encargado de echar un vistazo a la propiedad. Emma la había llamado para avisarla de su llegada y ella les había limpiado la casa y les había dejado algo de comida en el frigorífico. La señora Chaves se detuvo en la puerta.


-¡Es tan pequeña! -dijo abatida, pero Paula miró alrededor aliviada.


Eso era un hogar. Una pequeña salita cuyas ventanas daban al jardín, una pequeña cocina y un patio trasero minúsculo. Subiendo las escaleras, había dos habitaciones y un baño entre ellas. Los muebles eran sencillos pero cómodos, las cortinas eran bonitas e, incluso, había una pequeña chimenea.


Paula rodeó a su madre con un brazo.


-Vamos a preparar una taza de té y después iré a buscar el resto del equipaje. 

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