jueves, 17 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 10

Paula, que normalmente hacía todo lo que su madre quería para que esta estuviera satisfecha, le dejó claro que no quería volver a hablar del tema. Esa vez no prestó atención a las lágrimas de su madre ni a sus lamentos sobre la vida tan limitada que tenía que llevar. La señora Dawson mantuvo su aire de víctima durante toda la semana.


El sábado por la mañana, Paula se fue a limpiar. Esa semana había ocupado la casa una familia con niños pequeños y ella agradeció el trabajo duro para no tener que pensar. Se puso a trabajar con esmero. Inesperadamente, la puerta del chalet se abrió y entró la señora Brook-Tigh con el doctor Alfonso y una mujer más joven, de aproximadamente su edad. La señora Brook-Tigh no se molestó en saludar.


-Tienes mucha suerte de que me hayan cancelado la reserva en el último momento -le estaba diciendo al médico-. Echa un vistazo por ahí y mira si te gusta. La chica está a punto de terminar.


«La chica», ruborizada hasta las orejas, les dió la espalda, pero enseguida tuvo que volverse a mirarlos.


-¡Paula! -dijo el doctor Alfonso-. ¡Qué sorpresa! Esta es mi hermana, va venir a pasar una semana con los niños -entonces se volvió hacia su hermana-. Luciana, esta es Paula, vive en el pueblo.


Paula se limpió una mano en la bata y estrechó la que la mujer le estaba ofreciendo. La señora Brook-Tigh, que se había quedado sin palabras, golpeó el suelo con el pie mostrando impaciencia. Se los llevó a ver el resto del chalet y, cuando estaban a punto de marcharse, le gritó a Paula.


-Volveré más tarde para pagarte, Paula. Deja las cosas de la limpieza en la puerta de atrás cuando te vayas.


Era la forma perfecta de acabar una semana horrible, pensó Paula sarcásticamente. La señora Brook-Tigh no mejoró las cosas cuando le dijo:


-No está bien que te tomes confianza con los inquilinos. Pensé que no sería necesario decírtelo. No llegues tarde el miércoles.


Paula, que nunca llegaba tarde, le dió las buenas tardes con frialdad y se marchó a casa. Le habría encantado tirarle la fregona a la cara, pero con ella se hubieran ido sesenta libras; eso sin contar las propinas que solían dejar los inquilinos. Tendría que aguantarla hasta que acabara la temporada; mientras tanto, mantendría los oídos bien abiertos por si se enteraba de otro trabajo.


Para compensar el sábado horrible, el domingo resultó un día muy agradable. Hacía una temperatura muy buena y el sol brillaba en el cielo azul. Paula se puso un vestido de punto, un poco pasado de moda pero elegante, para ir a misa con su madre. Al salir de la iglesia, un hombre joven, con una estupenda sonrisa, se presentó como el hijo de la señora Craig.


-He venido a pasar unos días -le dijo a Paula-y no conozco a nadie. Ten piedad de mí y enséñame el pueblo -le pidió con gracia.


Era muy simpático y ella aceptó encantada.


-Me encantaría, pero algunos días tengo que ir a trabajar.


-¿Cuándo tienes libre? ¿Mañana por la mañana?


-Tengo que ir a hacer la compra.


-Fantástico, iré contigo y te ayudaré a llevar las bolsas. Después podríamos tomar un café. ¿Dónde nos encontramos?


-En la panadería, al final de la calle principal. ¿Sobre las diez te viene bien?


-Estupendo. Por cierto, me llamo Bruno.


-Paula -dijo ella-. Nuestras madres nos están esperando.


-Qué chico tan encantador -le dijo su madre durante la comida-. Tiene veintitrés años y acaba de terminar los estudios de Derecho. Aunque, claro, es muy joven... -dijo mirando a su hija-. Es una pena que rechazaras a Diego.


Paula disfrutó de la compra con Bruno. Después se tomaron un café juntos. Al pasar junto a un restaurante, Bruno se paró en la puerta.


-Tenemos que venir algún día. ¿Quieres cenar conmigo alguna noche, Paula?


-El martes y el jueves trabajo hasta tarde en la biblioteca.


-Pues entonces el miércoles. ¿Quedamos aquí a las ocho y media?


-Me parece bien. Gracias, Bruno, lo he pasado muy bien contigo.

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