-Justo la persona a la que quería ver. Uno de mis compañeros se ha quedado sin recepcionista. No tiene tiempo de buscar en una agencia y está un poco desesperado. ¿Te gustaría el trabajo? Sería de lunes a viernes de ocho y media a once y, por la tarde, de cinco a seis y media. Solo sería hasta que su secretaria volviera.
Paula lo miró aturdida.
-¿Lo dices en serio? ¿Crees que serviría para el puesto?
-Pues claro. Se nota que eres una chica sensata. Además, no hay consulta ni los martes ni los jueves.
-Entonces podría seguir con el trabajo en la biblioteca...
-Sí. Ven al centro de salud después de las once para hablar con el doctor Walters.
Paula asintió y lo observó mientras se alejaba, sin poderse creer del todo lo que le estaba sucediendo. De todas formas, a las once en punto iría a la consulta con el mejor aspecto para solicitar el puesto. Acabó de hacer la compra a toda velocidad y se dirigió a casa para arreglarse el pelo y cambiarse de ropa. Después le dijo su madre que volvería a la hora de comer y atravesó el pueblo en dirección a la consulta. El centro de salud estaba en un lugar tranquilo y, aunque llegó a la hora a la que normalmente acababa la consulta, aún tuvo que esperar a que el doctor Walters terminara de ver a su último paciente. Se sentó en la sala de espera y aguardó diez minutos pensando qué iba a contestarle. Pero como no tenía ni idea de las preguntas que le iba a hacer el médico, fue una ocupación infructuosa. Cuando entró en el despacho del doctor Walters, pensó que no tendría que haberse preocupado tanto. Era un hombre de mediana edad con aspecto de persona en la que se podía confiar. También era un buen médico, aunque un poco desordenado y despistado; pero solo con las cosas que no tenían que ver con sus pacientes. En su escritorio había una pila de papeles, historiales y un montón de cartas sin abrir. Cuando ella entró, el médico se levantó de su asiento y fue a saludarla.
-Señorita Chaves, el doctor Alfonso me ha dicho que usted podría ayudarme. La señora Crump ha tenido que marcharse rápidamente porque su hija ha tenido un accidente. Volverá, por supuesto, pero necesito ayuda hasta entonces. ¿Tiene experiencia?
-Me temo que no -no tenía ningún sentido pretender que sí la tenía-. Pero puedo contestar al teléfono, archivar papeles, seleccionar el correo, citar a los pacientes...
El doctor Walters la miró por encima de sus gafas pasadas de moda. Por lo menos era sincera, pensó.
-¿Lo intentamos? Yo estoy desesperado. No puedo pagarle el salario habitual porque no está cualificada, pero que le parece...
Le ofreció una suma que la hizo pestañear.
-No hace falta que me traiga referencias, con las del doctor Alfonso me basta. ¿Puede empezar mañana? ¿A las ocho y media? Ya veremos qué tal nos va.
A pesar de su aspecto desvalido, era un hombre que sabía muy bien lo que quería. Los meses que siguieron a aquella entrevista fueron los más felices de la vida de Paula desde la muerte de su padre. En la consulta se encargó del correo, mantuvo el escritorio ordenado, dió cita a los pacientes... No intentó hacer el trabajo especializado de la señora Crump, pero se dedicó a todo lo demás y lo hizo lo mejor que pudo. El doctor Walters se dió cuenta de sus limitaciones, pero no se quejó. Cuando llegara su secretaria ya se pondría al día con los asuntos pendientes. Durante todo el tiempo que trabajó allí, apenas vió al doctor Alfonso. Todo su contacto consistía en unos «buenos días» breves si se cruzaban en la consulta o en un saludo con la mano si la veía de lejos. Paula se dijo que no había razón para que le hiciera más caso, aunque se sintió bastante decepcionada. «Solo les gusto a los hombres que a mí no me gustan», se dijo enfadada, «Y cuando conozco a un hombre que me interesa, no me hace caso».
La temporada estival estaba en pleno apogeo cuando la señora Chaves recibió una invitación de unos antiguos amigos para pasar una temporada con ellos. La amistad se había enfriado desde la muerte de su marido, pero parecía que ya se habían olvidado de las difíciles circunstancias por las que había pasado.
-¡Qué amables! -declaró la señora Chaves-. Por supuesto que voy a aceptar. Será un placer volver a la vida de antes, aunque solo sea por unas semanas. Tú podrás arreglártelas sola, ¿Verdad, Paula?
-Estaré bien, mamá, y a ti te irá de maravilla el cambio. ¿Cuándo quieren que vayas? ¿Te irá a buscar alguien a la estación?
-Sí, por supuesto, yo no podría arreglármelas sola. Voy a necesitar ropa nueva...
Paula pensó en los pocos ahorros que tenían en el banco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario