-Esa rata va muy elegante -dijo el doctor.
Ella se enderezó.
-¿Se ha ido? ¿Me ha visto?
-No, no te ha visto. ¿Qué te ha dicho para molestarte tanto?
-He acabado con él. Eres muy amable, pero...
-No es asunto mío. ¿Dónde vives?
-El último chalet del Muelle Victoria. Pero puedo ir caminando.
El doctor no dijo nada, arrancó el coche y salió del aparcamiento.
-Gracias -le dijo Emma cuando llegaron-. Espero no haberte estropeado la tarde.
Desde luego, él no le podía decir que estaba disfrutando de cada minuto en su compañía.
-Te acompañaré hasta la puerta, por si aparece la rata.
-No creo que quiera volver a verme. Yo, desde luego, no quiero volver a verlo.
El doctor salió del coche y le abrió la puerta a Paula. Tenía un coche espléndido, un Rolls Royce azul oscuro.
-Tienes un coche muy bonito -le dijo Paula sintiendo que le debía algo más que las gracias.
Después se puso colorada porque había sido un comentario un poco tonto. Mientras caminaba a su lado iba pensando que le habría gustado conocerlo en otras circunstancias. Su madre todavía no había llegado y Paula suspiró aliviada.
-¿Te gustaría tomar una taza de té? -preguntó ella sin olvidar los buenos modales-. O quizá quieras volver al hotel... Si alguien te está esperando...
Él respondió que aceptaba el té y no contestó a la otra pregunta.
-Siéntate, por favor -dijo Paula-. Voy a poner la tetera al fuego.
Al mirarse en el espejo de la entrada, vió que estaba pálida y que necesitaba un poco de maquillaje y de barra de labios, pero ya era demasiado tarde para eso. Puso el agua a hervir y preparó una bandeja con unas pastas. Cuando volvió a la sala, él estaba mirando una acuarela de su antigua casa.
-¿Es tu casa?
-Hasta hace un mes. ¿Quieres leche?
Él se sentó y tomó la taza que ella le estaba ofreciendo.
-¿Quieres hablar de... La rata? No es que sea asunto mío, pero los médicos somos lo más parecido a los sacerdotes.
Paula le ofreció las pastas.
-Has sido muy amable y me siento muy agradecida. Pero no hay nada... Quiero decir, volverá a Londres y yo podré olvidarme de él.
-Claro. ¿Te gusta tu trabajo en la biblioteca?
-Sí, mucho -respondió un poco decepcionada porque él no hubiera mostrado más preocupación o interés-. La señorita Johnson me ha dicho que no vives aquí, que estás sustituyendo a otro médico.
-Sí, me dará mucha pena marcharme.
-¿Te vas a marchar ya?
-No, no. Estoy deseando que llegue el verano -respondió dejando la taza sobre la mesa-. Gracias por el té. Si no hay nada más que pueda hacer por tí, me tengo que marchar.
«Bueno, no hay motivo para que se quede», pensó Paula. Ella no era una compañía muy animada. Además, probablemente habría una chica esperándolo.
-Espero no haberte entretenido demasiado.
-No, en absoluto.
Ella permaneció de pie en la puerta mirándolo mientras caminaba hacia el coche. Debía de pensar que era una mujer histérica, porque así era como se había comportado. Y todo por culpa de Diego. Su madre había tenido un día muy agradable. Le contó todo lo que había hecho y, hasta que no se tomó su té, no se dió cuenta de que su hija tenía la nariz roja y los ojos hinchados.
-¿Has estado llorando? Pero si tú nunca lloras... ¿No estarás enferma?
-Diego ha estado aquí.
Antes de que pudiera decir nada más, su madre comenzó a gritar entusiasmada.
-Lo sabía. Sabía que cambiaría de opinión. ¿A qué quiere casarse contigo? Es fantástico, así podremos marcharnos de aquí y volver a Richmond...
-No me casaría con Diego ni aunque fuera el último hombre del mundo -la interrumpió Paula con rotundidad-. Me ha dicho cosas muy desagradables sobre papá...
-¿No lo habrás rechazado?
-Sí. Me llevó a comer y lo dejé plantado en la mesa. Al salir, me encontré con uno de los médicos del centro de salud, que me trajo a casa. Diego es una rata y si vuelve por aquí le tiraré algo a la cabeza.
-Debes estar mal de la cabeza, Paula. Has tirado tu futuro... Nuestro futuro, por la borda. Seguro que Diego no quería ofenderte.
-No me voy a casar con él, mamá, y espero no volver a verlo nunca.
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