jueves, 17 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 11

El miércoles por la mañana, Paula notó que la señora Brook-Tigh estaba molesta y, aunque no podía encontrar ningún defecto en su trabajo, se las arreglo para dar la impresión de que no era satisfactorio. Esa noche, se volvió a poner el traje de punto y se dirigió al restaurante, contenta de poderse olvidar de la señora Brook-Tigh. Bruno la recibió con una amplia sonrisa y juntos pasaron al comedor.


-¿Qué piensas del pueblo? -le preguntó Paula mientras se tomaban un aperitivo.


-Es un lugar encantador, pero comparado con Londres... ¿Qué haces para entretenerte?


-Bueno, está la biblioteca, las compras, las tareas de la casa... Además, cada vez hay más gente.


-¿No te aburres? A mi madre le gusta vivir aquí y creo que es un lugar perfecto para la gente mayor; pero tú...


-Llevo viniendo a este lugar desde que era pequeña. Es como un segundo hogar para mí. Me gusta bastante.


Comieron langosta y, de postre, un gran helado. Entre los dos se tomaron una botella de vino blanco.


-Ahora tengo que marcharme -dijo Paula cuando terminaron el café-. Mi madre insistió en que me esperaría levantada y no quiero hacerla esperar mucho.


-Me marcho el viernes. Si quieres, podemos comer en Hope Cove. ¿Te recojo a las doce y media?


-Sí, muy bien. Después, si te gusta caminar, podemos darnos un paseo por la playa.


-Fantástico. Vamos, te acompaño a casa.


Se despidieron en la puerta de su casa de manera amistosa y, cuando entró, se encontró a su madre esperándola en bata.


-¿Volverías a salir con él si te lo pidiera? -le preguntó la mujer emocionada.


-Vamos a comer juntos el viernes -respondió Paula con un bostezo.


Le dió un beso a su madre y se fue a la cama. Todavía es un niño, pensó Paula, y dejó que sus pensamientos viraran hacia el doctor Alfonso, que seguro que era todo un hombre.


El viernes amaneció soleado y ella salió temprano para hacer la compra para el fin de semana. Después se apresuró para dejarle la comida preparada a su madre. 


Bruno llegó puntual y juntos caminaron hasta el coche. Condujeron por la carretera que bordeaba la ría hacia la carretera principal y allí tomaron la desviación hacia Hope Cove, una carretera estrecha hasta el pequeño pueblecito costero. Cuando llegaron allí, ya había unos cuantos coches aparcados en la puerta del bar.


-Me gusta este lugar -dijo Bruno mirando a su alrededor-. ¿Qué pedimos?


Tomaron unos sandwiches de cangrejo y cerveza y, como no tenían prisa, charlaron largamente de sus cosas.


-Nunca dejaría Londres -le dijo Bruno-. Tengo un piso con vistas al río, un buen número de amigos y un buen trabajo. Tendré que venir a ver a mi madre de vez en cuando, pero no podría soportar esto más de una semana. ¿Tú no quieres escaparte, Paula?


-¿Yo? ¿Adonde podría ir?


-Mi madre me ha contado que vivíais en Richmond. Tendrías amigos...


-Mi padre se arruinó -le confesó ella con calma-. Claro que teníamos amigos, amigos para los buenos tiempos. Estamos bien aquí. Mi madre ha hecho amigas y sale mucho. ¿Vamos a dar un paseo por el acantilado? La vista es magnífica -sugirió Paula para acabar con el tema.


No había sido muy sincera con él, pensó, pero Bruno era un chico joven y seguro que no le apetecía escuchar los problemas de los demás. Volvería a su piso con sus amigos, convencido de que ella tenía la vida que deseaba. Volvieron pronto a Salcombe porque Bruno se marchaba a Londres ese mismo día.


-Me marcho dentro de una hora. Es un viaje bastante largo.


-Que tengas buen viaje.


-Espero que nos volvamos a ver.


-Por supuesto.


El doctor Alfonso apareció por la esquina, le dijo hola y le dedicó una mirada que la hizo ponerse roja. Con ella le había dicho claramente que no había perdido mucho tiempo para encontrar un sustituto. El doctor entró en la panadería y ella se despidió de Bruno y corrió hacia su casa. Él pensaría... No quería ni pensarlo; solo esperaba no tener que volver a verlo en mucho tiempo. 

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