jueves, 10 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 4

Estaba cansada cuando se fue a la cama esa noche: Se había ocupado del equipaje y del coche, había encendido la chimenea y había preparado la cena antes de acompañar a su madre a la cama. Había sido un día muy largo, pensó, acurrucada en la cama. Pero ya estaban allí, no le debían nada a nadie y tenían algo de dinero en el banco. El señor Trump había sido de gran ayuda, cosa que no se podía decir de Diego. Aunque, pensándolo bien, no le importaba demasiado. Por la mañana se fue a hacer la compra mientras su madre organizaba su ropa. El día había amanecido soleado y el pueblo parecía brillar a la luz del sol. Paula no se apresuró. Se detuvo a mirar los escaparates de las boutiques, se acercó a la biblioteca para hacerse socia, encargó que le llevaran la leche y el periódico a diario... En su recorrido, se iba fijando en los letreros que había en los escaparates por si veía alguna oferta de trabajo. El carnicero y el de la frutería se acordaban de ella y eso la animó bastante. Después se dirigió a la panadería. El olor era delicioso. Paula estaba dudando qué comprar cuando alguien entró en la tienda. Se volvió para mirar y se encontró con una mirada azul cielo tan intensa que se puso colorada. El hombre era alto y atractivo, con la nariz aguileña y los labios finos. Llevaba un jersey gastado y unos pantalones de pana, y su pelo necesitaba un buen corte. El hombre dejó de mirarla, se inclinó sobre ella y agarró dos pasteles del mostrador. Los labios delgados mostraron una atractiva sonrisa.


-Apúntemelos, señora Trott -dijo mostrándoselos a la dueña, y se marchó.


Paula estuvo tentada de preguntarle a la señora Trott quién era, pero presintió que esta no se lo iba a decir, por lo que contuvo su curiosidad. Debía de vivir en el pueblo si tenía una cuenta abierta. No tenía pinta de pescador ni de agricultor y no vestía como un dependiente. Había sido bastante maleducado al mirarla de aquella manera y ella no quería volvérselo a encontrar; pero no le importaría saber quién era. Cuando volvió a casa se encontró con un empleado que esperaba impaciente para recoger el coche. Entre una cosa y otra, pronto se olvidó del hombre de la panadería. Era absolutamente necesario que encontrara un trabajo. Se pasó unos cuantos días hojeando el periódico y recorriendo el pueblo, mirando los anuncios. Vió muchas ofertas para camareras, una de ayudante de peluquería, varias ofertas para hacer la limpieza de chalets en alquiler, una de asistente para la tienda de manualidades, otra de ayudante para la biblioteca dos tardes por semana... Un día iba paseando con su madre cuando se encontraron con una anciana que las saludó con alegría.


-¡Señora Chaves! Quizá no se acuerde de mí, solíamos jugar a las cartas en el hotel. Ahora que mi marido ha muerto me he trasladado a vivir aquí. ¡Qué alegría encontrarme con una cara conocida! -saludó la mujer contenta.


-Ahora la recuerdo, usted es la señora Craig, ¿Verdad? Pasamos varias tardes muy agradables jugando.


-Vamos a tomar un café y a charlar un rato. ¿Está su marido con usted?


-No, también me he quedado viuda, y Paula y yo nos hemos venido a vivir aquí.


-¡Cuánto lo siento! Quizá cuando pase algún tiempo, le apetezca quedar para echar una partida de cartas...


La cara de la señora Chaves se iluminó.


-Sería un placer.


-Entonces, venga a tomar el té conmigo algún día -añadió la mujer con amabilidad-. Necesitará distraerse un poco -después se dirigió a Paula-: Seguro que tú también encuentras amigos de otras veces.


-Sí, claro -dijo encantada-. Voy a hacer un par de recados mientras toman café. Es un placer volver a verla, señora Craig. Hasta luego.


La biblioteca estaba en la otra punta del pueblo y cuando llegó, no había mucha gente. Había dos personas en el mostrador: Una señora con aspecto huraño y un peinado sin sentido y una chica muy bonita, pero con demasiado maquillaje. La mujer levantó la cara de la pila de libros que estaba colocando y miró a Paula.


-Buenos días -dijo Paula-. Vengo por el anuncio de ayudante. Me gustaría solicitar el puesto.


-Mi nombre es señorita Johnson. ¿Tienes experiencia?


-No, señorita Johnson, pero me gusta mucho leer. Tengo el título de bachillerato de Letras. He venido a vivir aquí con mi madre y necesito un trabajo. 


-Son dos tardes a la semana, de cinco a ocho los martes y jueves, a cinco libras la hora -dijo la mujer de manera no muy alentadora-. De vez en cuando, hay que hacer horas extra si alguna de nosotras cae enferma o se toma vacaciones.


-Me encantaría trabajar aquí, si usted está de acuerdo. ¿Es necesario que traiga referencias?


-Por supuesto, y lo antes posible. Si son satisfactorias puedes probar una semana.


Paula escribió la dirección y el teléfono del señor Trump y del doctor Jakes, que la conocían desde que era pequeña.


-¿Dónde se queda? ¿En alguna habitación de alquiler?


-No, vivimos al final del Muelle Victoria.


El semblante de la señorita Johnson pareció menos severo.


-¿Han arrendado un chalet para el verano?


-No, es de mi madre.


Paula se dió cuenta enseguida de que el trabajo sería suyo. Se despidió con educación y volvió a la calle principal. Después fue a preguntar por otra de las ofertas de empleo que había visto. 


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