-¿Nos dejas un momento, Gonzalo? La señora Jones te llevará a tu habitación.
Gonzalo asintió y apretó las manos de Paula.
-¿Te encuentras bien?
Paula quería reírse como una histérica. Nunca antes se había sentido tan bien. Asintió con la cabeza y vió salir a su hermano.
-¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué le has dado una oportunidad? Después de todo.
-¿Después de todo lo que he dicho? -dijo él, terminando la frase en un tono brusco. Masculló un juramento-. Lo siento -le dió la espalda, como si no pudiera soportar su mirada-. Dios, Paula, lo siento tanto.
Se volvió después de unos segundos.
-Fui un idiota, un estúpido, un tonto. Cuando leí ese mensaje, le dí tantas vueltas que acabé creyendo lo peor. La otra noche, en Nueva York, te acercaste demasiado. Nunca le había hablado a nadie de mí, de mi vida. Y sin embargo, contigo, todo salió como si nada. Y no te asustaste, ni saliste corriendo, horrorizada.
Acercó una silla y se sentó frente a ella. Los ojos le ardían.
-No preparé lo del titular. Tienes que creerme. Cuando ví la foto, fue la primera vez que se me ocurrió pensar que Gonzalo podría verlo. No había contemplado esa posibilidad antes. Pero te dejé creer que sí porque quería alejarte de mí desesperadamente -hizo una mueca-. En el fondo sabía que no eras ninguna de esas cosas de las que te acusaba ayer. Te seduje porque no podía no hacerlo - sacudió la cabeza, disgustado consigo mismo-. Arremetí contra tí porque nunca he confiado en nadie hasta que te conocí. Y cuando Gonzalo se presentó en mi despacho, preguntándome qué pasaba entre nosotros, su preocupación por ti me hizo sentir vergüenza de mí mismo. No me quedaba nada que esconder.
El corazón de Paula se iluminó con una pequeña llama de esperanza. Fue como si algo hubiera empezado a derretirse.
-Nunca debí retenerte aquí, pero la verdad es que en el fondo lo hice por tí, no por lo de tu hermano.
-¿De qué estás hablando?
Pedro la tomó de la mano.
-No puedo impedirte que te vayas si quieres hacerlo. Pero no quiero que te vayas. Quiero que te quedes todo el tiempo que quieras.
-¿Todo el tiempo que quiera? -preguntó Paula con un hilo de voz. La llama que ardía en su interior parpadeó peligrosamente.
-Hay algo entre nosotros, Paula. Algo poderoso.
Paula se soltó de Pedro. Lo que le estaba diciendo era que había deseo entre ellos, atracción física. Y él quería que se quedara hasta que ese deseo se consumiera. Antes de que pudiera decir nada, él hizo una mueca y miró el reloj.
-Mira, tengo que asistir a una reunión. No puedo posponerla. Piensa en lo que te he dicho. Hablaremos cuando vuelva. ¿De acuerdo?
La miró unos segundos. Paula estaba perpleja.
-¿Por favor?
Paula se dio cuenta de que no se iba a mover hasta que le dijera algo. Casi sin pensar, asintió con la cabeza. El rostro de Pedro reflejó el alivio que sentía. Pero no dijo nada más. Simplemente se levantó y se alejó. Ella había asentido para manifestar su conformidad, pero en el fondo sabía muy bien lo que tenía que hacer. Tenía que irse, huir. Pedro quería un pasatiempo. No le había dicho nada del amor. Y no podía lidiar con eso. No podía estar a su lado, siendo consciente de que él no tenía la menor idea de lo que sentía por él. No podía dejar que le hiciera el amor sin saber lo profundamente enamorada que estaba de él. De no ser así, jamás le hubiera hecho tanto daño como le había hecho el día anterior. Solo era una diversión, algo pasajero. Hizo las maletas a toda prisa, escribió dos notas y se dirigió hacia la puerta. Por suerte esa noche había otro guardaespaldas distinto. Tampoco quería ver a Jorge en ese momento.
Dos semanas después.
Paula se abría paso a duras penas entre la multitud. Prácticamente tuvo que mantener la bandeja llena de vasos vacíos sobre la cabeza para no tirarla al suelo. Mascullando un juramento, avanzaba como podía. Gotas de sudor le caían sobre la frente, por la espalda, entre los pechos. Con ese trabajo, no obstante, por lo menos podría permitirse salir del hostal dentro de unas pocas semanas. Tenía que buscar un sitio barato para vivir. Y en cuanto estuviera mínimamente instalada, dedicaría un par de horas cada día a trabajar sobre ese libro para niños que siempre había querido escribir. Respiró aliviada cuando vio las puertas de la cocina. Entró y dejó la bandeja, pero enseguida le dieron otra, llena de copas de champán.
-Esta noche tienen mucha sed -le dijo su jefe.
Reprimió un gemido y volvió a salir. La multitud parecía aún más densa. Un mar de hombres vestidos de negro y mujeres vestidas con los trajes más suntuosos. ¿Cómo iba a atravesar esa marea?
-Disculpen -empezó a decir, armándose de valor.
Pero no estaba avanzando mucho. De repente sintió que una energía inesperada sacudía a la gente, como si alguien especial acabara de hacer acto de presencia. La gente susurraba. Estiraban el cuello. Paula puso los ojos en blanco y se aferró a su bandeja. Sin duda debía de ser alguna celebridad.
-Oh, Dios mío, se está subiendo a una mesa -dijo alguien de repente-. ¿Pero es él de verdad?
De pronto se hizo el silencio.
-Paula Chaves. Sé que estás aquí en alguna parte -dijo una voz-. ¿Dónde estás?
El corazón de Paula se detuvo. No podía ser cierto. Debía de estar alucinando. La voz volvió a decir algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario