jueves, 7 de mayo de 2020

Pasión: Capítulo 38

Los nombres de diseñadores famosos parpadeaban y rutilaban en la Quinta Avenida. Y entonces, de repente, empezó a divisar los árboles de Central Park. Con el parque a la derecha, el coche se detuvo frente a un edificio de estilo Art Deco con un enorme toldo en la entrada. Un portero sonriente ayudó a Paula a bajar del coche. El calor del verano la golpeó de inmediato. Era totalmente distinto del calor de Tailandia, pero igual de intenso.

-Bienvenido, señor Alfonso. ¡Cuánto tiempo!

Atravesaron el vestíbulo refrigerado y se dirigieron hacia los ascensores, donde esperaba el conserje con las puertas abiertas. Fueron directamente al departamento del ático. Paula creía haberlo visto todo, pero se había equivocado.  Estaban en otro nivel de lujo y opulencia. Todo era de color dorado y crema. Las alfombras eran tan mullidas que se podía dormir sobre ellas. Óleos en las paredes. Pedro tenía buen gusto para combinar lo moderno con lo antiguo. Abrió las puertas que daban a la terraza y ella fue tras él. Salieron a una enorme terraza que parecía abarcar toda la longitud del edificio, con macetas y arreglos florales. Pedro estaba de pie con las manos en las caderas, observándola.

-¿Dónde está la piscina? -le preguntó ella, bromeando.

Él hizo un gesto con la cabeza.

-Abajo. En el gimnasio.

-Oh.

-Qué bonito. Se ve hasta el parque -añadió de forma redundante.

Abrumada, se acercó al muro de la terraza y admiró uno de los parques más famosos del mundo. La gente caminaba por las calles, tan pequeñas como hormigas. En medio del parque podía ver un espacio abierto y verde, y un lago.

-Me sorprende que no vivas en el rascacielos más alto, para llegar a ver más lejos aún -le dijo, sin mirarlo.

Él apretó la mandíbula.

-Sí, pero el Upper East Side es la mejor zona.

Paula se volvió hacia él justo a tiempo para verle mirar el reloj.

-Mira, ahora tengo que salir. Tengo reuniones todo el día.

Ella sintió un gran alivio. Necesitaba tomarse un respiro.

-Muy bien. Voy a acomodarme -le dijo, asintiendo con la cabeza.

Pedro sacó algo de su cartera y se lo dió.

-Toma esto. ¿Por qué no te vas de compras?

Paula tomó la tarjeta de crédito negra de forma automática y se quedó mirándola un momento. Pedro estaba sacando algo más de su billetera, poniéndolo sobre la mesa.

-Necesitarás efectivo para el taxi. Le diré a Rubén que te dé un mapa y algunas direcciones. Tenemos que asistir a un evento esta noche, así que te veo a eso de las seis, ¿De acuerdo?

Paula miró a Pedro y sintió su impaciencia.

-Muy bien. Te veo luego -le dijo.

Hubo un momento en que le pareció que él iba a decir algo, pero entonces dio media vuelta y salió del departamento. Unos segundos después apareció una mujer. Se secó las manos en un delantal y se presentó como el ama de llaves del señor Alfonso, Carmen. Paula sacudió la cabeza. Era evidente que la mujer era fan de su jefe. Insistió en enseñarle los cuatro dormitorios, los dos salones, la salita de estar, el comedor, el gimnasio, la piscina, la sauna, la enorme cocina. Casi se mareó de ver tanta maravilla. Con la cabeza dando vueltas, se despidió de Carmen y se dispuso a deshacer la maleta. Quería pensar en Pedro lo menos posible, así que tenía que buscarse algo que hacer. A lo mejor podía buscar un cibercafé y ver si tenía algún correo de Gonzalo.


A la hora de comer, Pedro regresó al departamento. Carmen le dijo que Paula había salido un par de horas antes. Fue al dormitorio, pero no había ninguna nota. Masculló un juramento. ¿Por qué no le había dejado una nota? Justo antes de salir por la puerta, reparó en algo que estaba encima de la cómoda. Era la tarjeta de crédito, y el dinero que le había dejado. Solo faltaban veinte dólares. Se rió. ¿Cómo había dado por sentado que ella se iría directamente a las boutiques de lujo de la Quinta Avenida? Agarró la tarjeta, se maldijo una vez más por haber ido a verla a la hora de comer y regresó al coche. Fue entonces, de camino al centro una vez más, cuando se dio cuenta de que la había dejado marchar. Había confiado ciegamente en ella y eso lo ponía muy nervioso. No fue capaz de concentrarse en nada durante toda la tarde, y no se quedó tranquilo hasta que el conserje le confirmó que ella había regresado al departamento. El alivio era más que bienvenido, pero revelaba una debilidad que no podía permitirse.

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