jueves, 7 de mayo de 2020

Pasión: Capítulo 39

Cuando Paula volvió un poco más tarde, estaba agotada, pero feliz. Se miró en el espejo del vestíbulo, hizo una mueca al ver su cara sudada y dejó el bolso. No estaba feliz. No exactamente. Habría sido feliz si hubiera tenido a Pedro a su lado para compartir la sensación de subir a lo más alto del Empire State; habría sido más feliz si no hubiera tenido que tomarse un sándwich sola en Central Park. Se mordió el labio inferior. Y habría sido más feliz si hubiera recibido un correo electrónico de Gonzalo, pero no había nada esperándola en la bandeja de entrada. Le había enviado un correo de todas formas. Todavía no había perdido la esperanza. Suspirando, salió a la terraza para volver a admirar la hermosa vista de Central Park desde lo alto del edificio.

-No te llevaste la tarjeta.

Paula se dió la vuelta de golpe. Pedro estaba apoyado contra el marco de la puerta. Era como si le hubiera llamado con sus pensamientos.

-Me has asustado. No te oí llegar.

Él fue hacia ella. Había algo peligroso en sus ojos. Paula se echó atrás, hacia la pared.

-No. No me llevé la tarjeta -dijo, tragando en seco-. ¿Por qué iba a hacerlo? No necesito nada. Ya me has comprado suficiente ropa como para hacer una docena de viajes al extranjero.

La acorraló apoyando las manos en la pared, a ambos lados de su cabeza. Paula trató de no dejarse arrollar por su aroma, por su presencia.

-No lo entiendes, ¿Verdad? -le preguntó él. Parecía molesto-. Se supone que eso es lo que tienes que hacer, así que dime qué hiciste en cambio.

Una llamarada de furia creció en el interior de Paula.

-Para tu información, me llevé veinte dólares y me fui al centro. Y allí saqué algo de dinero de mi propia cuenta. Después hice una cola de dos horas y fui hasta lo más alto del Empire State. Después, regresé al parque andando, me compré un sándwich y me lo comí. ¿Te parece bien así? - Paula se sentía culpable por no haber mencionado lo del cibercafé, pero Pedro parecía demasiado tenso como para decirle algo de Gonzalo.

-No. Maldita sea. No me parece bien así.

Pedro bajó la cabeza y la agarró de los brazos. Le dió un beso duro y exigente. Paula trató de resistirse, pero fue inútil. No tenía por qué pagarla con ella porque era distinta a las otras. Pero él era imparable, y no podía resistirse. Fuego con fuego. Enredó los dedos en su pelo y se inclinó adelante, comprimiendo sus caderas contra las de él. Por lo menos eso era lo único sincero entre ellos, algo que trascendía el pensamiento, la razón, algo que los reducía a los instintos más básicos. La frágil tregua que se habían dado se había roto. La tomó en brazos. Ella no puedo evitar besarle por toda la mandíbula, el cuello. Ya le estaba abriendo la camisa, aflojándole la corbata. Cuando llegaron al dormitorio, Pedro la puso sobre la cama, se quitó la chaqueta y la corbata, y se abrió la camisa. Paula se quitó el top que llevaba por la cabeza y se bajó los shorts. se quitó las sandalias de una patada. Cuando estaba gloriosamente desnudo, se recostó a su lado, pero ella se limitó a mirarlo durante un rato. Le acarició la mejilla, ligeramente áspera con la barba de un día.

-Hoy te eché de menos -le susurró.

Pedro se limitó a mirarla. Algo brilló en sus ojos y entonces se oscurecieron.

-No digas eso. No quiero oírlo.

-Bueno, qué pena -dijo ella-. Porque sí que te eché de menos y acabo de decirlo de nuevo.

Pedro se puso sobre ella y la hizo callar con un beso, deslizando las manos sobre ella, quitándole el sujetador, las braguitas. Y entonces le hizo el amor hasta hacerla gritar su nombre una y otra vez.







-¿Y quién es tu acompañante?

Paula esbozó una sonrisa tensa para la mujer de aspecto anémico. Llevaba el pelo recogido en un enorme moño alrededor de la cabeza, tan grande, que temía que saliera ardiendo si se acercaba demasiado a una luz. Podría haber tenido cualquier edad entre cuarenta y sesenta y cinco años. Su cara era tan estática y lisa, como si llevara una máscara permanente.

-Paula Chaves-murmuró Pedro a su lado.

La mujer la miró de arriba abajo. examinando su rutilante vestido de noche hasta los pies.

-Ah, sí. Bueno, a lo mejor me imaginé que eras irlandesa, por el pelo rojo y la tez pálida.

Paula sonrió.

-En realidad mi madre era inglesa. Yo nací y crecí allí, pero sí. Mi padre era irlandés.

La mujer arqueó las cejas.

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