El agente Alfonso miró la mano extendida de Paula, evidentemente irritado por su intento de establecer contacto físico. Ella sabía que estaba debatiéndose entre estrecharla o darse la vuelta, pero afortunadamente no hizo esto último. Con evidente desgana, estrechó su mano dándole un apretón fuerte pero breve… Y aunque había sentido una especie de descarga eléctrica de la mano al codo, se mantuvo impasible. Olía muy bien, pensó, como alguien recién salido de la ducha. Y eso, no sabía por qué, la hizo experimentar un extraño anhelo…
Paula se recordó a sí misma que su vida era estupenda. Había heredado la casa de su abuela en aquel pueblo de postal, y con ella, un negocio con el que se ganaba la vida y que la había ayudado a superar una desilusión amorosa. Kettle Bend le había dado algo que pensó que no volvería a tener nunca, y que ahora podía apreciar como un milagro: Tranquilidad. Debía admitir que no era feliz del todo. A veces anhelaba su antigua vida, aunque no su romance con Fernando Talbot. No, ya no sentía nada por el hombre que la había traicionado. Lo que echaba de menos era su vida como escritora en la popular revista neoyorquina El Bebé De Hoy. En ella, además de escribir artículos y entrevistar a madres famosas, era invitada a eventos, estrenos… Era una vida estupenda, emocionante y creativa. Un hombre como el que estaba frente a ella era un peligro porque podía hacer que ese anhelo de algo, emoción, novedad, se convirtiera en una catástrofe. Se recordó a sí misma que ya había encontrado una solución para tan nebuloso anhelo: otro reto, uno enorme que ocupase su tiempo libre. Su nuevo compromiso sería con la comunidad de Kettle Bend, que estaba marchitándose. Pensaba hacer que el pueblo volviese a ser el sitio alegre que recordaba de su infancia, cuando pasaba los veranos allí; un sitio vibrante, sus calles llenas de gente dando la sensación de un verano interminable. De modo que cuando soltó su mano, Sarah cruzó los brazos sobre el pecho; una defensa contra la oscura promesa, o tal vez amenaza, que parecía emanar de él.
—Tengo grandes planes para Kettle Bend —le dijo. Había entrevistado a personajes famosos y buscados por la prensa, no iba a dejarse intimidar por él—. Y usted puede ayudarme a hacerlos realidad.
—No —dijo Pedro.
—¡Pero si aún no le he dicho lo que espero de usted!
Él pareció pensarlo un momento, aunque el suspiro que dejó escapar no la animaba demasiado.
—Muy bien… —asintió después, mirándola con esos ojos oscuros e indescifrables—. ¿Qué es lo que quiere de mí?
—El rescate del perro fue increíble. Fue usted tan valiente…
Su expresión se oscureció aún más, si eso era posible, de modo que no añadió que había visto el vídeo una docena de veces, sintiéndose como una tonta pero sin poder evitarlo. Y sabía que no era la única. Ese vídeo había capturado el corazón de millones de personas, y que el protagonista estuviera en su jardín, era una oportunidad que no podía desperdiciar.
—Sé que no lleva mucho tiempo en Kettle Bend —siguió Paula—. ¿No sabía lo fría que está el agua del río en esta época del año?
—De haberlo sabido no me habría tirado.
Ese tipo de respuesta no serviría de nada en caso de que pudiera convencerlo para capitalizar su notoriedad en beneficio del pueblo. Aunque esa posibilidad empezaba a desvanecerse por segundos. Pero al menos no se había dado la vuelta.
—Deben de gustarle los perros —insistió, intentando encontrar un hueco en su armadura.
Él se pasó una mano por el pelo, impaciente.
—¿Qué quiere de mí, señorita Chaves?
—Sus cinco minutos de fama podrían ser muy beneficiosos para el pueblo.
—Quiera yo o no… —dijo Pedro, irónico.
—Serían unas cuantas entrevistas, no le ocuparía mucho tiempo.
—Ya.
De repente, parecía enfadado de verdad. Esa expresión tan antipática debería hacerlo parecer feo… Pero no era así.
—¿Ha estado alguna vez en las fiestas de Kettle Bend?
—No me gustan las fiestas.
Paula decidió que esa actitud tan cínica tenía que ocultar algo.
—Son unas fiestas que se organizan en el pueblo durante los cuatro primeros días de julio. Empiezan con un desfile y terminan con los fuegos artificiales del Cuatro de Julio. Antes marcaban el comienzo del verano en Kettle Bend y acudía muchísima gente.
Paula esperó que preguntase qué había pasado, pero él no lo hizo.
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