—Fueron canceladas hace cinco años —siguió, viendo que enarcaba una ceja—. Y eso contribuyó a que Kettle Bend empezara a marchitarse, como un viejo sofá que necesitase una tapicería nueva. Ya no es el sitio al que yo solía venir de pequeña.
—¿Venía aquí de pequeña? —le preguntó él entonces—. ¿No es del pueblo?
—No, soy de Nueva York, pero mi madre era de aquí y solíamos venir a pasar los veranos. ¿De dónde es usted? ¿Y qué le ha traído a Kettle Bend?
—Un momento de locura temporal —respondió él.
Nada, era imposible sacarle información, pensó Paula.
—Esta era la casa de mi abuela. Me la dejó en su testamento, junto con su negocio de mermeladas y compotas.
Era imposible leer su expresión. Pedro era uno de esos hombres que descubría cosas sobre la gente sin revelar nada sobre sí mismo.
—Mire, señorita Chaves… Nada de eso tiene que ver conmigo, pero la verdad es que para los adultos las cosas nunca son como para los niños.
¡Ah, genial! Había conseguido hacerla sentir como una ingenua, como si estuviera persiguiendo algo que no existía. «¿Y si tenía razón?», se preguntó entonces. ¡Maldito fuera! Eso era lo que hacían los cínicos: Que todo el mundo dudase de sí mismo, de sus sueños, de sus esperanzas… Bueno, pues ella no pensaba dejar sus sueños y sus esperanzas en manos de otro hombre. Fernando Talbot ya le había enseñado esa lección, muchas gracias. Cuando escuchó los primeros rumores sobre Fernando, su prometido y jefe en la editorial El Bebé De Hoy, y una escritora freelance llamada Tamara, se había negado a creerlos. Pero poco después los había visto juntos en un café, y la familiaridad de su actitud, inclinados el uno sobre el otro, había confirmado esos rumores. Su sueño de una bonita casa llena de hijos había muerto en ese momento. No le hizo acusación alguna, sólo dijo: «Te he visto con Tamara». Y la expresión avergonzada de Fernando le dijo todo lo que tenía que saber. Ese sueño había muerto, pero ahora ella tenía otro mucho más seguro: Revitalizar un pueblo.
—Claro que tiene algo que ver con usted.
—No veo por qué.
—Mire, yo estoy a cargo de la organización de las fiestas. Me han dado la oportunidad de demostrar que son buenas para Kettle Bend.
—Pues buena suerte.
—No tengo presupuesto para promoción —siguió Paula—, pero estoy segura de que su teléfono no deja de sonar desde que ese vídeo apareció en las noticias. Y lo habrán llamado de muchos programas, ¿A qué sí?
Él se había cruzado de brazos y la miraba con gesto serio.
—Imagino que la alegrará saber que tampoco he respondido a esas llamadas.
—No, no me alegra en absoluto —respondió ella—. Si diese unas cuantas entrevistas mencionando las fiestas del pueblo, la gente se animaría a venir. Y podría presidir el desfile.
—Presidir el desfile —repitió él.
Tal vez debería haber dejado esa parte para más tarde, pensó Paula.
—Pues…
—No.
—Yo no puedo atraer gente sin presupuesto para publicidad, pero Pe… Oficial Alfonso, usted podría atraer a miles de personas a Kettle Bend.
—No —repitió él.
—Ser policía en un pueblo tan pequeño consiste en algo más que en detener a la pobre Diana Delafield por robar un carmín de labios —protestó Paula.
—Alguien tenía que detener a Diana antes de que se llevase toda la tienda.
¡Ah, tenía sentido del humor! Eso la hizo albergar esperanzas. Por fin estaba revelando algo sobre sí mismo: A pesar de su cínico exterior, empezaba a importarle un poco el pueblo. Paula sonrió.
Él dió un paso atrás.
—Deje que me lo piense —dijo entonces, con tal insinceridad que a Sarah le dieron ganas de llorar.
—No hay nada que pensar. Ahora está en boca de todo el mundo… Agente Alfonso, se lo suplico.
—No me gusta ser impulsivo, prefiero meditar las cosas.
—Pero se lanzó al río para salvar al perro. ¿Ese no fue un gesto impulsivo?
—Un lapsus momentáneo —dijo él bruscamente—. Y ya le he dicho que me lo pensaré.
—Eso significa que no… —murmuró Paula, desolada.
—Muy bien, entonces no.
Parecía completamente decidido, inamovible. No iba a pensárselo y no iba a cambiar de opinión. Ella podía hablar hasta quedarse sin saliva, dejarle mil mensajes en el buzón de voz, o hablar con su jefe de nuevo… Pero no cambiaría nada.
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