martes, 12 de mayo de 2020

Pasión: Capítulo 41

De vuelta en el apartamento, Pedro fue hacia Paula. Ella estaba parada junto a la pared que daba a Central Park, desde el otro lado. Se estremeció un instante con solo verle quitarse la chaqueta y la pajarita. Se abrió la camisa, se acercó un poco más y el aire vibró entre ellos. Y entonces él la tomó por sorpresa, besándola en los labios, con tanta dulzura, que ella no pudo evitar ponerle las manos sobre el pecho. Cuando él se apartó por fin, Paula se dió cuenta de que deseaba algo más que ese contacto físico.

-¿Cómo puedes aguantar tener que codearte con gente como esa todo el tiempo?

Pedro se paró en seco.

-¿Qué quieres decir?

-Bueno, gente como esa mujer. Fue tan grosera -Paula se sonrojó-. Y Micaela Winthrop también fue bastante desagradable.

Pedro tomó sus manos. Se echó a un lado y puso sus manos sobre la pared. Una tensión sutil radiaba de todo su cuerpo.

-Andrea no es tan mala. Gran parte de esa actitud es solo fachada. Fue una de las pocas personas que me ayudó cuando llegué a Nueva York.

Paula se encogió de hombros. No podía imaginárselo como un inmigrante, perdido en la Gran Manzana.

-Le caíste bien. Me dijo que tienes garra.

Paula sonrió con inseguridad.

-De acuerdo. A lo mejor me equivoqué. Pero no me equivoqué con Micaela.

Pedro se puso serio.

-No. Es un mal bicho.

-Entonces no puedo entender que alguna vez hayas contemplado la idea de casarte con ella.

Pedro guardó silencio durante un momento. Se preguntaba cómo iba a explicarle que nunca había tenido en mente la idea de casarse con ella por motivos románticos. Señaló el parque oscuro con la mano.

-Por esto. Tienes que ser aceptado en este mundo para tener éxito de verdad, y la única forma que una persona como yo tiene para conseguir eso es casándose.

Paula se quedó perpleja.

-¿Qué quieres decir? ¿Alguien como tú? ¿Tú no vienes también de este mundo? -se volvió hacia él.

Él sacudió la cabeza unos segundos después. Señaló hacia abajo, hacia las calles.

-Yo vengo de ahí. Igual que tú.

Algo empezó a encajar dentro de Paula. Siempre había sospechado que había algo más en Pedro Alfonso.

-¿Qué quieres decir? No querrás decir que creciste.

Él la miró fijamente. Sus ojos eran fieros.

-¿En las calles? ¿Luchando por sobrevivir? Eso es exactamente lo que quiero decir.

Pedro apartó la mirada y masculló un juramento en italiano. Paula se dió cuenta en ese momento de que nunca le había oído hablar en su lengua materna.

-No tengo que hablar de esto -le dijo él un momento después.

Paula avanzó hacia lo desconocido, tanteando el terreno.

-¿Por qué no?

«No estaré aquí por mucho tiempo.», hubiera querido añadir, pero no se atrevió.

Pedro miró hacia el agujero negro del parque en mitad de la noche, como si allí estuvieran las respuestas que ella no era capaz de ver. Y entonces empezó a hablar, en un tono de voz tranquilo, calmo. Le contó muchas cosas. Le contó que había nacido y que se había criado en uno de los peores barrios de una de las ciudades más pobres de Italia. Le habló de su madre, que era una prostituta. Y de su padre. Uno de los hombres más ricos de la ciudad.

-Mi madre se gastaba todo su dinero en drogas. Había ido por mi padre a propósito para asegurarse un futuro a través de mí. Incluso había sido lo bastante lista como para tomar una muestra de su saliva. Para poder hacer una prueba de ADN en cuanto yo naciera y así poder demostrar la paternidad. Pero mi padre no quiso saber nada. Tenía dos hijas y era un megalómano. No quería que un hijo bastardo le estropeara el invento. Y sobre todo no quería que el hijo de una prostituta viniera a manchar su inmaculado mundo perfecto y su reputación.

Paula pudo ver como se cerraban sus puños sobre la pared.

-No puedes ni imaginarte cómo fue vivir en ese mundo. El ruido constante, las llamadas de bloque a bloque. Avisos contra bandas rivales. Un asesinato, una entrega de drogas. Todo el día y toda la noche. Me usaban como vigilante, contra las bandas rivales -hizo una mueca-. No teníamos que llamar a la policía. Nunca venían. Eran tan corruptos como nosotros. No había servicios sociales para nosotros. Yo odiaba esa vida cruel, la ausencia de inteligencia, el caos, la destrucción. Mi madre salía de una crisis para entrar en otra. Yo soñaba con un mundo más ordenado, tranquilo, sin ese drama constante, esa incertidumbre, el peligro permanente.

Paula sintió un escalofrío.

-¿Y qué fue de tu madre?

-La encontré muerta con una aguja clavada en la pierna cuando tenía diecisiete años.

-Oh, Pedro. -le dijo ella, poniéndole una mano sobre el brazo.

Él le quitó la mano y la atravesó con una mirada negra.

-No te lo digo porque busque tu compasión. No la necesito. Nunca la he buscado. Ella no me quería. Solo quería conseguir su chute diario, o al ricachón de turno.

Él apartó la vista de nuevo y ella se tocó el vientre.

-Un día fui a buscar a mi padre, al palacete donde vivía. Sabía dónde estaba. Fue justo después de la muerte de mi madre. Cuando me enfrenté a él, me escupió, me empujó y me pisoteó. Mis dos medias hermanas estaban con él.

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