martes, 5 de mayo de 2020

Pasión: Capítulo 34

El aire se quedó estático un instante. Se oyó otro trueno.

-¿Qué quieres decir? -le preguntó él con sumo cuidado, sin mirarla.

Paula se encogió de hombros y se volvió hacia la piscina nuevamente. Bajó la vista.

-No sé. Yo solo. Quiero que sepas que nunca he sentido algo así.

Le sintió volverse hacia ella y levantó la vista. Parecía molesto.

-¿Crees que esto es normal para mí? ¿Este deseo delirante?

Paula sintió una punzada de dolor.

-No creo que sea delirante. Es solo que parece que no somos capaces de controlarlo del todo.

-Eso sí lo has entendido bien -le dijo él, pensativo. Apartó la mirada.

De repente fue como si dos piezas encajaran de pronto, y Paula sintió que acababa de toparse con una parte fundamental de Pedro Alfonso. Podía sentir el desenfreno que él se empeñaba en negar; podía sentir lo mucho que odiaba no ser capaz de controlarlo todo. Ella también sentía esa preocupación, pero él estaba realmente furioso consigo mismo por ello. Solo tenía que recordar la fría belleza de Micaela Winthrop para saber a quién preferiría al final. Ella solo era un capricho con el que estaba dando rienda suelta a su lado más salvaje y oscuro. Volvió a mirar la calmada superficie del agua, sintiendo la tensión de Rocco a su lado. Se apartó del borde de la piscina.

-Paula. -dijo Pedro, vacilante.

Ella echó a correr y se tiró al agua, cortándola como una sirena y zambulléndose de golpe. Su vestido de fiesta emitía un millar de reflejos multicolores que se amplificaban bajo la superficie del agua, deslizándose hacia el otro extremo de la piscina.


Pedro se quedó mirando a Paula, sorprendido. La rabia que sentía se desvaneció. Algo distinto crecía en su interior. Era un sentimiento de euforia; la clase de euforia que solamente había sentido una vez en el pasado cuando había visto la cara de horror de su padre al enterarse de que su hijo bastardo le había superado en riqueza. Ella emergió, al otro lado de la piscina. Su vestido era una cascada de colores resplandecientes a su alrededor. Parecía una ninfa, libre, salvaje. Él sintió las primeras gotas de lluvia sobre la cara al tiempo que se quitaba los zapatos y los calcetines. Se sumergió con destreza y cruzó la piscina en la mitad de tiempo que Paula. Le agarró las piernas por debajo del agua y tiró de ella. Le dió un beso. Cuando emergieron juntos unos segundos más tarde, Paula se apartó de inmediato y respiró profundamente. La lluvia era torrencial. Echó la cabeza atrás y se echó a reír. Tenía los brazos alrededor del cuello de Pedro, y él la sujetaba de la cintura. Lo miró.

-¡La lluvia es caliente!

-¿Por qué no crees nada de lo que digo? -dijo Pedro y la besó de nuevo.

La acorraló contra el borde de la piscina y empezó a quitarle el vestido. Paula temblaba de expectación. Aunque la lluvia estuviera a la misma temperatura que el agua, la piel se le puso de gallina. Le bajó el vestido por los brazos, hasta la cintura, descubriéndole los pechos, los pezones duros. Se inclinó sobre ella para besarlos. Reparó en su espalda. Tenía la camisa empapada y se le pegaba a la piel, transparentándose. Su piel bronceada resplandecía. Él la besaba sin tregua. Se inclinó contra el borde de la piscina. La lluvia caía sobre su rostro, acariciándola. La sensualidad del momento era embriagadora. El ruido de la populosa ciudad les llegaba desde las calles, abajo, muy lejos. Apoyó los brazos sobre el borde y se arqueó hacia Pedro aún más. Sintió cómo le quitaba el vestido por las caderas. Podía verlo alejarse sobre el fondo de la piscina, como un charco de colores brillantes. Las manos de Pedro fueron a parar a sus braguitas a continuación. Empezó a presionarle el clítoris y entonces introdujo un dedo entre sus labios más íntimos. Se apretó contra él. Le abrió la camisa de cuajo. Él la ayudó a quitársela y entonces le bajó las braguitas. Ella ya estaba completamente desnuda, pero Pedro todavía llevaba sus pantalones. Metió una mano entre sus piernas y empezó a besarle el pecho. Una lluvia cálida caía sobre ellos. Llovía sobre mojado.

-Pedro -dijo ella de repente, cuando él metió dos dedos dentro de ella, masajeándola adelante y atrás-. Necesito más. Te necesito a tí.

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