martes, 26 de mayo de 2020

Dulce Amor: Capítulo 8

Pedro dió un respingo al percatarse de que Paula Chaves lo había hecho pensar en relaciones personales, y se alegró cuando sonó su móvil porque así no tendría que contemplar qué significaba eso. Además, su disciplina era legendaria, como lo era su solitario estilo de vida, y no iba a pensar en Paula en términos de relaciones. Se negaba en redondo. Cuando miró la pantalla del móvil vió que era su jefe. No había tardado mucho, pensó. Estuvo a punto de no responder, pero la discusión era inevitable, y se apartó el teléfono de la oreja para que los gritos de su jefe no lo dejaran sordo.

—Sí, señor, de acuerdo, limpiaré todos los coches patrulla… Sí, capitán, estoy vigilando a Diana Delafield… No, no estoy siendo sarcástico. Sí, por supuesto, también vigilaré a los borrachos.

Pedro cortó la comunicación antes de que a su jefe se le ocurriesen más formas de hacerle la vida imposible.

Airado, bajó del coche. Desde el porche de la casa de Carolina, muy parecida a la de Paula Chaves, podía escuchar a sus sobrinos, Joaquín, de cuatro años y Franco, de un año y medio, gritando. Y por supuesto, la puerta estaba abierta. Al entrar, tropezó con un triciclo tirado en el suelo. Su hermana había sido una vez una maníaca del orden, una obsesión que nació tras la muerte de sus padres, como había despertado su necesidad de controlarlo todo. Que Carolina hubiese dejado de ser tan obsesiva seguramente era bueno para ella y Pedro se alegraba. Había seguido adelante y tenía una vida normal a pesar de todo. Sus sobrinos estaban peleándose: Joaquín le había quitado un osito a Franco y el pequeño corría tras él, indignado, sin saber que su determinación sólo servía para animar más a su hermano mayor. Carolina, que estaba sacando una bandeja del horno, dio un respingo al verlo.

—¡Qué susto, no te había oído entrar!

—Dijiste que viniera a las seis.

—No sé ni la hora que es.

—Pues has tenido suerte de que fuera yo. ¿Por qué no cierras con llave?

Carolina lo miró con una expresión en absoluto agradecida. De hecho, esa mirada le decía que había escuchado el programa de Leandro Hukas.

—Lo único que quiere Paula Chaves es ayudar al pueblo —le espetó, con tono acusador.

Joaquín pasó a su lado en ese momento y Pedro le quitó el osito para dárselo a Franco, consiguiendo que el volumen de los gritos no lo dejase sordo de manera permanente.

—¿Son para mí? —le preguntó a su hermana, señalando la bandeja de galletas.

—No, ya no —respondió Carolina.

—Oye, que mi jefe ya me está castigando.

—¿Cómo? —preguntó ella, como si pensara que no había castigo suficiente por no querer apoyar al pueblo.

—Digamos que hay muchos coches patrulla que lavar en mi futuro inmediato.

—Ya… —murmuró Carolina, metiendo las galletas en una fiambrera—. Voy a donarlas al mercadillo para apoyar las fiestas.

—Caro, por favor…

—Nada de por favor. Kettle Bend es tu nuevo hogar, y Paula Chaves tiene razón: Este pueblo necesita gente a la que le importe. Somos demasiado egoístas. ¿Qué ha sido del discurso de Kennedy? «No pienses en lo que tu país puede hacer por ti, sino en lo que tú puedes hacer por tu país».

—Estamos hablando de unas fiestas de pueblo, no del futuro de la nación — protestó Pedro. Y sin embargo, experimentaba algo extraño… ¿Sentimiento de culpa?

—¡Estamos hablando de una actitud ante la vida!

Su hermana era dada a ese tipo de discurso ahora que tenía hijos a los que quería convertir en ciudadanos modelo. Y mirando a Joaquín, que intentaba manipular a su hermano pequeño para robarle a Bubba, el osito, Pedro decidió que tenía una gran tarea por delante.

—¿Por qué no quieres dar un par de entrevistas hablando del pueblo? ¿Qué te costaría?

—No estoy convencido de que cuatro días de fiestas puedan ayudar a este pueblo —respondió él—. No llevo aquí mucho tiempo, pero creo que lo que Kettle Bend necesita son puestos de trabajo.

—Pero al menos las fiestas traerían dinero —insistió Carolina.

—Temporalmente.

—Eso es mejor que nada. Las fiestas podrían despertar interés, y al ver lo bonito que es Kettle Bend, tal vez alguien quiera abrir nuevos negocios o una fábrica. ¿Quién sabe?

Su hermana parecía absolutamente convencida. ¿Había dicho que no demasiado rápido? Que su jefe lo castigase no lo había hecho cambiar de opinión, pero que su hermana lo mirase con esa cara de desaprobación era algo totalmente distinto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario