martes, 16 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 36

Pedro estaba muy excitado. Tenía el pecho agitado, a punto de reventar y respiraba con dificultad. Se agarró al lavabo del cuarto de baño con ambas manos, tratando de calmarse. Agachó la cabeza y colocó el cuello bajo el agua fría para luego echarse agua en la cara. Pero no dió resultado. La necesidad que sentía era tan fuerte que hasta le dolía el cuerpo. «Quiero sentirte dentro de mí». Paula no había sabido lo que pedía. Un hombre decente se habría marchado, como había hecho él. Pero un hombre decente apartaría esas palabras de su mente... y él no podía. Un hombre decente recordaría que ella estaba de duelo, que la habían herido y que necesitaba protección. Incluso necesitaba que la protegieran de sí misma para restablecer su equilibrio. Un hombre verdaderamente decente sabría que había sido su ego herido el que había pedido aquello y no se aprovecharía. Tenerla en su casa había sido su brillante idea, pero en aquel momento había descubierto, demasiado tarde, lo peligrosa que ella era; era pura tentación. Cuando volvió al dormitorio, Paula estaba todavía en la cama, mirando por la ventana y con un aspecto muy vulnerable. Cuando se acercó a la cama y tiró una caja de preservativos en la mesilla de noche, ella lo miró asombrada.

—¡No! —exclamó, levantándose—. No hablaba en serio. No quiero que...

Dejó de hablar ya que no encontraba las palabras, pero volvió a hacerlo cuando él comenzó a desabrocharse el cinturón.

—Pedro, no. No quiero hacerlo.

Este se quitó los zapatos y dejó caer sus pantalones.

—¿Estás segura? —preguntó, agachándose para quitarse los calcetines. Cuando se levantó, vio que ella se acercaba a él. Sus labios eran una sensual invitación, sus pechos magníficos... su cuerpo estaba hecho para él.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, casi inaudiblemente para él debido al sonido de los latidos de su corazón.

—Es una cicatriz, Paula —contestó él, que observó cómo ella se quedaba helada—. ¿Es tan feo que no puedes soportar hacer el amor conmigo?

—¡Claro que no!

Paula se acercó aún más a él y le acarició el costado. Ronan se estremeció.

—¿Qué pasó?

—Lo que a tí —contestó con dureza—. Un accidente. Pero el mío fue un accidente de avión. Nuestra Cessna se estrelló contra unos arbustos. Yo tenía veinte años y mi mejor amigo veintiuno. Él era el piloto y murió en el accidente.

—Oh, Pedro.

—Ahórrate tu pena —en aquel momento, Pedro no estaba interesado en recordar todo aquello.

Sólo tenía la mente centrada en una cosa. Paula.

—¿Así que sí que sabes?

—¿Qué? —Pedro frunció el ceño, tratando de entender.

—Sí que sabes cómo se siente uno al sufrir algo así —explicó ella, acariciándolo—. Una pérdida... y sufrir heridas.

Pedro le agarró la muñeca y le apartó la mano de su cuerpo. No podía soportar mucho más. No si quería ser capaz de controlarse. Ya estaba empezando a perder el control. La tomó por los hombros y la recostó en las almohadas. Parecía una vampiresa.

—Ahora no es el momento para hablar sobre ello —logró decir él, bajándose los calzoncillos y acercándose a tomar un preservativo—. Lo único que ahora importa, Paula, es que te deseo endemoniadamente. Y por la expresión de tu cara sé que sientes lo mismo que yo.

Hizo una pausa lo suficientemente larga como para que ella protestara. Pero no lo hizo. En vez de eso, lo miró con una mezcla de deseo y sobrecogimiento.

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